Una habitación propia (Virginia Woolf)
Una habitación propia (también conocido como Un cuarto propio) es un ensayo publicado por Virginia Woolf en 1929 que gira en torno a la idea de que las mujeres necesitan independencia económica y una habitación propia (de ahí su título) para poder escribir en igualdad de condiciones con los hombres. Es un texto clásico del feminismo.
El origen de Una habitación propia está en dos conferencias que Virginia Woolf dio en 1928 en la Arts Society del Newhan College y la Odtaa del Girton College bajo el título Las mujeres y la novela (Women and Fiction). Las ponencias utilizadas para estos eventos no permitían desarrollar demasiado la idea debido a su brevedad, así que Woolf rehízo los textos y los publicó como ensayo. Años después se publicó también la ponencia original.
Una habitación propia sigue la técnica de la narración enmarcada. En el primer capítulo la narradora cede su puesto a Mary Beton, que se encarga de desarrollar el argumento. Junto a ella aparecen otros dos personajes: Mary Seton, cuya misión es contar las dificultades de crear una universidad para mujeres en el siglo XIX, y Judith Shakespeare, ficticia hermana del escritor, que servirá para contrastar la realidad de los escritores hombres y mujeres en los siglos XVI y XVII. No hay más personajes en el texto.
Resumen de Una habitación propia por capítulos
Mientras reflexiona sobre cómo preparar una conferencia sobre las mujeres y la novela, Virginia Woolf advierte que es un tema demasiado amplio y subjetivo para tratarlo en unas pocas páginas. Pensando sobre el asunto, concluye que las mujeres necesitan independencia económica y un cuarto propio para escribir en igualdad de condiciones con los hombres.
Para ilustrar su punto de vista, ya que toda conferencia debe ofrecer aunque sea «una pepita de verdad» y ella no sabe cómo mostrarla, recurre a la ficción. A través de seis capítulos, la narradora hace un recorrido entre los siglos XVI y XX para mostrar las dificultades que han tenido las mujeres a lo largo del tiempo para dedicarse a la literatura.
Capítulo 1
La narradora comienza su exposición recreando dos escenarios ficticios: Oxbridge y Fernham. A ellos acude como invitada «yo». «Llamadme Mary Beton, Mary Seton, Mary Carmichael o cualquier nombre que os guste», dice la narradora. Como en el segundo capítulo dice llamarse igual que su tía -Mary Beton- diré que es Mrs. Beton para facilitar la comprensión.
Oxbridge es la universidad masculina que ha formado a varias generaciones de hombres. Mrs. Beton dice que es un lugar que guarda mucho dinero bajo sus ladrillos. No en sentido literal, sino refiriéndose a que se ha invertido mucho dinero en ella. Primero el dinero procedía de las arcas reales; más recientemente, los antiguos alumnos se han ocupado de su financiación y de la creación de nuevas becas.
Sin embargo, Mrs. Beton no empieza su visita con buen pie. Primero la echan de los jardines porque sólo los académicos y los becarios pueden pisar el césped y ella debe ir por el camino de grava. Después le impiden entrar en la biblioteca, cuyo acceso está reservado a los hombres. En la puerta de la biblioteca escucha la música de un órgano procedente de una capilla cercana, pero esta vez no intenta acercarse. ¿Para qué? ¿Para qué le vuelvan a echar? Observa a distancia el trasiego de congregantes frente a la capilla y la colección de edificios que forman Oxbridge mientras medita sobre su financiación.
Una campana avisa que es la hora del almuerzo y se dirige al comedor. Describe la comida que disfrutó junto al resto de comensales.
Al finalizar el ágape los comensales encienden cigarrillos y conversan entre ellos. Mrs. Beton hace lo propio y se sienta junto a la ventana, donde ve a un gato sin cola. Escucha las conversaciones de fondo y las compara con las charlas de sobremesa anteriores a la guerra. Junto al sillón hay un libro de Alfred Tennyson que le hace imaginar a hombres y mujeres tarareando sus versos en los almuerzos de antaño. Esto le hace reír, y se excusa ante el resto arguyendo que el causante de su risa es el gato. Tras una larga sobremesa, abandona Oxbridge en dirección a Fernham.
Durante el camino recuerda versos de Tennyson y de Christina Rossetti, pensando que la diferencia entre los poetas de antaño y los contemporáneos estriba en cómo evocan el pasado. Se pregunta en qué momento dejó la gente de cantar tras el almuerzo. Quizá fue a causa de la guerra. Está tan sumida en sus pensamientos que se salta el desvío hacia Fernham, así que debe volver sobre sus pasos.
Fernham College es la universidad femenina, mucho más reciente y modesta que Oxbridge. En los jardines no hay ningún bedel que le impida pisar el césped. De hecho, podría pisarlo cualquiera. Le parece ver a la feminista Jane Harrison asomada a una de las terrazas, pero es una ilusión óptica. Entra al comedor, pues están empezando a servir la cena.
Las mujeres se apresuran a abandonar el comedor, que de inmediato se prepara para servir el desayuno del día siguiente. A diferencia de Oxbridge, aquí no hay licores, ni cigarrillos, ni conversación. La comida en ambos sitios es muy diferente. Mrs. Beton evita criticar abiertamente la cena. Sin embargo, expresa un pensamiento: «una buena cena es muy importante para una buena charla. No se puede pensar bien, amar bien, dormir bien, si no se ha cenado bien».
Acompaña a su amiga Mary Seton, profesora de ciencias, a una sala de estar donde charlan de temas banales mientras toman licor. Pero la cabeza de Mrs. Beton está en otra parte. Al cabo de un rato, confía a su amiga sus pensamientos sobre la fundación de Oxbridge y toda la riqueza invertida en su preservación, preguntándose qué riqueza sustenta a Fernham.
Entonces Mary Seton cuenta cómo se creó el Fernham College. En 1860, las mujeres empezaron a recaudar fondos. Tras desplegar una intensa actividad (reuniones, colectas, tómbolas, cartas a periódicos…) consiguieron reunir treinta mil libras esterlinas, y ese dinero no daba para lujos, ni para garantizar una habitación propia a cada alumna, ni para ofrecer comida de mayor calidad.
La exposición de Seton abre un debate interesante: ¿Por qué fue tan difícil conseguir financiación para Fernham? ¿Las madres no daban importancia a la educación de sus hijas? ¿Qué habían estado haciendo para no dejar un legado económico? ¿Por qué no financiaban becas como sí hacían los antiguos estudiantes de Oxbridge?
La propia familia de Mary Seton, que tenía doce hermanos, da respuesta a estas preguntas: las mujeres estaban ocupadas criando hijos y atendiendo la casa. Tampoco tenían otra opción: en aquellos tiempos no podían ganar dinero, y si lo ganaban (por ejemplo, porque heredasen) el patrimonio de la esposa pertenecía -por ley- al marido, así que tampoco habría dispuesto de él.
Tras la charla las amigas se despiden y Mrs. Beton vuelve a su pensión. Mientras camina hace balance del día y compara la belleza y serenidad de la ciudad durante la noche con la soledad y desigualdad sociales, pensando en la brecha existente entre quienes tienen acceso a los lujos y comodidades y quienes se ven privados de ellos debido a su género o situación económica.
Capítulo 2
«Yo» (a quien seguiré llamando Mrs. Beton) está de vuelta en su casa de Londres. Sobre la mesa de su habitación hay un folio titulado Las mujeres y la novela, pero sin texto que desarrolle la idea. Las diferencias entre Oxbridge y Fernham, así como la charla de última hora con Mary Seton, han dejado muchas preguntas en el aire sobre el porqué de la pobreza de las mujeres, y decide visitar el British Museum en busca de respuestas.
Buscando títulos en el British Museum se da cuenta de algo: la mayoría de libros están escritos por hombres. Además, hay más libros de hombres hablando de mujeres que a la inversa. Entre los autores que hablan de mujeres hay de todo, desde los que tienen alguna cualificación (como médicos) hasta aquellos cuyo único bagaje consiste en no ser mujeres. Elige unos cuantos títulos y espera a que se los entreguen mientras imagina cómo serán los hombres que escriben sobre las mujeres.
Pero los libros no resuelven sus dudas. Al revés, las acrecientan. Toma algunas notas salpicadas con citas: «Los hombres sensatos nunca dicen lo que piensan sobre las mujeres» (S. Butler); «La mayoría de las mujeres carecen de carácter» (Pope); «Las mujeres son extremas; son mejores o peores que los hombres» (La Bruyère). Tras leer las opiniones contradictorias de varios autores, se ve incapaz de llegar a una conclusión. Frustrada, garabatea en su cuaderno de notas y dibuja al Profesor Von X, autor de La inferioridad mental, moral y física del sexo femenino, clavando su pluma en el papel.
Mirando el dibujo se da cuenta de que el título del libro ha despertado su ira. Piensa qué pudo impulsar al profesor a escribir una obra con semejante encabezado. ¿Con quién estaba enfadado? ¿Por qué? ¿Qué lleva a los hombres a escribir sobre las mujeres? ¿La cólera? Le cuesta admitirlo, pero la visita al British Museum ha sido en balde. No encontrará respuestas allí, así que devuelve los libros y va a almorzar a un restaurante cercano. Mientras espera la comida, ojea un periódico que hay sobre la mesa.
El periódico le da la respuesta que los libros le habían negado. Mirando las noticias se da cuenta de que, además del dinero, los hombres copan los puestos de poder e influencia. Son políticos, directores de periódicos, propietarios o altos cargos de empresa… Hasta los deportistas son hombres. Las noticias sobre mujeres son pocas; algunas frívolas, otras reflejan el pensamiento masculino sobre ellas, como la opinión de un juez del Tribunal de Divorcios sobre la desvergüenza de las mujeres.
La lectura del periódico da a la narradora otro punto de vista. Tal vez los hombres no estén coléricos, sino temerosos de perder sus privilegios. Para mantener su posición de superioridad, los hombres mantienen a las mujeres en una posición inferior. Pero si una mujer los critica se pone a su altura, desaparece la pretendida superioridad sobre ella. Observa a los transeúntes. No hay duda de que para encarar la vida es necesaria una gran dosis de autoconfianza.
Mrs. Beton recuerda algunos momentos en su vida en los cuales hubo hombres que se ofendieron o indignaron por el feminismo. A lo largo del tiempo las mujeres fueron como un cristal de aumento para los hombres, que viéndose reflejados en ellas aumentaban su tamaño y su valor. Esa ilusión se vendría abajo si las mujeres se atreviesen a rebatirlos y a contar su propia verdad.
El camarero llega con la cuenta y Mrs. Beton aprovecha la circunstancia para hablar de su situación económica. Su tía -con la que comparte nombre- falleció al caer de un caballo más o menos por las mismas fechas en que se aprobó el voto femenino. Como la nombró heredera, cobra una renta anual vitalicia de quinientas libras esterlinas. Mrs. Beton valora más el dinero que el voto, ya que el dinero le da libertad y la exime de depender económicamente de un hombre, mientras que el voto sólo le permite elegir qué hombre le gobernará los siguientes años.
El dinero, además, le permite ver las cosas con mayor objetividad. De hecho, es más comprensiva hacia los hombres. Tal vez también sean víctimas de la sociedad que les ha tocado vivir, quizá también han recibido una educación defectuosa. Concluye que ambos sexos se mueven por instinto, y en tanto que conforman la masa social, son manipulables por intereses superiores.
De vuelta a casa, observa a los trabajadores que deambulan por su calle y piensa en el valor relativo del trabajo. ¿Qué es mejor, repartir carbón o cuidar niños? Pero abandona estos pensamientos porque es algo que no se puede calibrar, y, además, está convencida de que en el transcurso de un siglo las mujeres podrán hacer cualquier trabajo, como ya demostraron durante la guerra en ausencia de los hombres.
Capítulo 3
Mrs. Beton regresa a casa con la sensación de haber desperdiciado el día. No ha conseguido ni un solo dato que explique la pobreza de las mujeres en relación a los hombres. Las mujeres y la novela sigue siendo una hoja en blanco con un título solitario. No tiene ninguna certeza que exponer.
Se pregunta si algún historiador habrá registrado cómo era la vida de las mujeres antaño. Sería interesante saber cómo vivían las mujeres en la época de Isabel I (1533-1603), etapa que vio florecer a un genio como William Shakespeare. ¿Por qué las mujeres no publicaron libros entonces? De cada dos hombres, uno era capaz de escribir canciones y poesía. ¿Qué pasaba con ellas?
Centra su atención en Shakespeare para explicar que la literatura no se hace sola. Es obra de seres humanos, y estos no son capaces de crear una novela en un día por más que sea fruto de su imaginación. La creación literaria está ligada a las condiciones materiales del autor, principalmente a su salud, su economía y la casa donde vive. Se dirige a la estantería y coge la Historia de Inglaterra de G. M. Trevelyan, donde encuentra algunos datos sobre la vida de las mujeres a lo largo de los siglos.
El noviazgo a menudo se formalizaba cuando ambas partes se hallaban en la cuna y la boda se celebraba cuando apenas habían dejado sus niñeras. Esto ocurría en 1470, poco después del tiempo de Chaucer. La referencia siguiente es sobre la posición de las mujeres unos doscientos años más tarde, en la época de los Estuardo. «Seguían siendo excepción las mujeres de la clase alta o media que elegían a sus propios maridos, y cuando el marido había sido asignado, era el amo y señor, cuando menos dentro de lo que permitían la ley y la costumbre».Fragmento de 'Una habitación propia'.
Trevelyan afirma que a las mujeres de aquella época no les faltaba carácter ni personalidad, cosa que ilustran personajes como Lady Macbeth o Desdémona en las obras de Shakespeare. Mrs. Beton cita ejemplos como Cleopatra, Fedra, Ana Karenina, Emma Bovary o Madame de Guermantes, todas ellas mujeres con carácter. Se establece una curiosa dicotomía entre la ficción y el mundo real: en las novelas la mujer es «importantísima; polifacética: heroica y mezquina, espléndida y sórdida, infinitamente hermosa y horrible a más no poder, tan grande como el hombre, más según algunos».
Sin embargo, la realidad era todo lo contrario. Los hombres loaban a las mujeres en sus obras, pero por lo general despreciaban a las mujeres reales. Ponían en sus bocas frases grandilocuentes, pero la mayoría de las mujeres eran analfabetas. Y desde luego, ninguno de los autores hubiese visto bien que «su» mujer imitase las gestas de las protagonistas novelescas. Más parece que adolecían de doble personalidad: ansiaban algo que, en la vida real, temían.
Releyendo el índice del libro, Mrs. Beton ve que apenas hay presencia femenina en lo que Trevelyan entiende por Historia. Quizá se menciona de pasada a alguna reina o heroína aislada, pero no se habla de las mujeres de clase media. Echa en falta testimonios directos de las interesadas, pero también datos concretos: Edad en la que se casaban, número de hijos, si tenían servicio o se encargaban ellan de las labores domésticas, cómo era su casa y si disponían de una habitación propia. Trevelyan afirma que las mujeres se casaban en torno a los dieciséis años, y eso complica el que una mujer pudiese producir literatura.
Mrs. Beton recuerda a un obispo o similar que declaró rotundo que ninguna mujer, en ninguna época, podría escribir obras como las de Shakespeare. Y en parte le da la razón: Desde luego, habría sido un milagro que una contemporánea de Shakespeare igualase la producción del dramaturgo. Sencillamente, porque no estaban en igualdad de condiciones. Y para explicar su punto de vista inventa un personaje, Judith Shakespeare, hermana ficticia del famoso autor.
Judith tiene el mismo ingenio que su hermano. Pero mientras que William va a la escuela secundaria, caza y más tarde trabaja como actor y dramaturgo en Londres, ella permanece en casa. Sus padres no estimulan su educación e intentan comprometerla antes de cumplir la veintena. Ella se niega y en consecuencia es golpeada. Como su sueño es ser actriz, huye de casa y prueba suerte en Londres. Pero en la capital todos se ríen de sus aspiraciones y nadie le da una oportunidad. Finalmente queda embarazada del actor y director Nick Greene y se suicida.
Para Mrs. Beton, esta podría haber sido la vida de una mujer con el talento de Shakespeare que hubiese vivido en los siglos XVI o XVII. Aunque admite que es complicado que alguien, independientemente de su sexo, pueda tener el talento de Shakespeare. Pero si ya es difícil que surjan hombres así, ¿cómo podrían brillar las mujeres en el ámbito literario, si la mayoría ya eran madres en plena adolescencia? Alguna habría, por supuesto, y Mrs. Beton está convencida de que Anom (o sea, Anónimo) era la firma común entre las féminas.
Mrs. Beton cree firmemente que una mujer como Judith nunca habría existido. O, mejor dicho, no la habrían dejado existir. Supongamos por un momento que sí existió y logró establecerse en Londres. De haber publicado, seguramente firmaría como Anom o con pseudónimo masculino, tal como hicieron Currer, Ellis y Acton Bell (las hermanas Brontë), George Eliot y George Sand.
La ficticia Judith deja claro que en el siglo XVI una mujer talentosa para la literatura estaba abocada a ser una desgraciada y tendría que nadar a contracorriente, lo que perjudicaría su don, pues el talento necesita de circunstancias propicias para fluir y desarrollarse. Pero, ¿qué pasaba con los hombres? Shakespeare nunca habló de su estado mental, pero su legado literario indica que debió ser bueno. Otros escritores sí hablaron del tema, y de sus testimonios se deduce la dificultad de crear una obra literaria. A las interrupciones y ruidos habituales se sumaban los problemas de salud y la necesidad de ganar dinero.
A esos problemas comunes las mujeres sumaban otros, como la ausencia de una habitación propia donde sentarse a escribir y ordenar sus ideas con tranquilidad. Los hombres se quejaban de la indiferencia de los demás, a quienes les importaba un rábano si escribían o no. Pero en el caso de las mujeres, la indiferencia se tornaba en hostilidad. No importaba si un hombre escribía o hacía el pino, pero, ¿para qué diablos quería escribir una mujer?
La hostilidad hacia las inquietudes literarias femeninas se reforzaba con opiniones y publicaciones de hombres. Por ejemplo, Oscar Browning, un profesor de Cambridge, sostenía que «la mujer más dotada era intelectualmente inferior al hombre menos dotado». Un tal Mr. Greg pensaba que «la esencia de la mujer es que el hombre la mantiene y ella le sirve». No eran opiniones aisladas, la mayoría de los hombres pensaba así, y muchos padres usarían esas u otras afirmaciones para coartar las ansias artísticas de sus hijas, cuyo talento no se alentó ni siquiera entrado el siglo XIX.
Mrs. Beton vuelve al «oscuro complejo masculino» que ya trazó en el capítulo anterior: la necesidad de los hombres de ser superiores a las mujeres. Tal vez las opiniones de los Browning, Greg… en el momento en que Woolf escribe el texto ya estén desfasadas y generen hilaridad, pero sin duda en su día resultaron ser muy dañinas para las mujeres que tenían algún tipo de inquietud intelectual o artística. Insiste en que el miedo de los hombres a perder su posición de superioridad es lo que les lleva a copar todos los ámbitos socialmente relevantes.
El tercer capítulo de Una habitación propia termina concluyendo que para crear obras como las de Shakespeare hay que librar un montón de obstáculos y conseguir que la llama creativa no se extinga. El hecho de que no sepamos nada sobre el estado mental de Shakespeare es la prueba de que su poesía fluye «libremente, sin obstáculos». Mrs. Beton se refiere a esto como la «mente incandescente» de Shakespeare.
Capítulo 4
Volviendo al siglo XVI, Mrs. Beton concluye que en la época de Isabel I ninguna mujer reunía las condiciones óptimas para escribir poesía. Quizá años después alguna dama de la alta sociedad, valiéndose de los privilegios que no disfrutaban otras, podría haberse arriesgado a publicar algo. A fin de cuentas, los hombres reaccionarían mejor ante una mujer con título nobiliario que ante una mujer cualquiera.
Las mujeres de alta alcurnia tenían en su favor que no debían preocuparse por el dinero y que, sin duda, habrían tenido un lugar en el que escribir. Por contra, debían esperar el escarnio social y el riesgo de que las tomasen por monstruos. Mrs. Beton cita a Lady Winchilsea, una noble nacida en 1660 que escribió poesía, a quien John Gay calificó como «una marisabidilla con la manía de garabatear». Obviamente, el estado mental de Lady Winchilsea no era el de Shakespeare, y sus versos reflejan cierta desazón por la situación de la mujer. Si no hubiese albergado resentimiento, sus versos habrían sido mejores.
Mrs. Beton habla de una contemporánea de Lady Winchilsea, Margarita de Newcastle. Tenían tres cosas en común: ambas eran nobles, no tenían hijos y, al parecer, sus maridos eran buenos tipos. También escribió poesía y sus versos reflejan el mismo resentimiento por la situación de la mujer, quizá en este caso con más ahínco. Si Margarita hubiese nacido un siglo después, probablemente su producción literaria habría sido mucho mejor. Pero la época que le tocó vivir le llevó a aislarse y adquirir fama de loca. De hecho, era un buen ejemplo con el que disuadir a aquellas mujeres que querían escribir.
Y en algunas era efectivo. Sobre la publicación de un poemario de Margarita, Dorothy Osborne escribió a William temple que «no cabe duda de que la pobre mujer está un poco trastornada, si no, no caería en la ridiculez de aventurarse a escribir libros, y en verso además. Aunque me pasara semanas sin dormir no llegaría yo a hacer tal cosa». Dorothy Osborne tenía un gran talento, pero se limitó a escribir cartas como cualquier mujer de bien en lugar de mirar por sí misma y desarrollarlo.
En el extremo opuesto estaba Aphra Behn. Mrs. Behn era una mujer de lo que hoy llamaríamos clase media a quien la muerte de su marido y algunos reveses personales dejaron en la ruina. Tras pasar por la cárcel, empezó a escribir para ganarse las habichuelas, y con mucho esfuerzo se convirtió en la primera escritora profesional británica. Las aspirantes a escritoras veían en ella un espejo en el que mirarse, pero sus padres no pensaban igual, prestando más atención al modo de vida de Aphra que al logro que suponía vivir de la literatura siendo mujer.
Aphra Behn abrió el camino para que las mujeres de clase media se lanzasen a escribir. O, al menos, para que el tema adquiriese practicismo. Que una cosa era que escribiesen por el placer de hacerlo, y otra muy distinta que ganaran dinero con ello. Estaba justificado que una mujer escribiese o tradujese en situaciones como la de Mrs. Behn (viuda y sin recursos) o para ayudar a la economía familiar. Y así, poco a poco, dejaron de ser vistas como unas perturbadas.
Mrs. Beton cita a continuación títulos como Orgullo y prejuicio, Cumbres Borrascosas y Middlemarch para poner en valor a las mujeres que, animadas por el ejemplo de Aphra Ben, se lanzaron a escribir a lo largo del siglo XVIII.
En el siglo XIX aumentan los libros escritos por mujeres, y Mrs. Beton se sorprende de que la novela predomine sobre la poesía y el teatro. Le vienen a la mente George Eliot, Charlotte Brontë, Emily Brontë y Jane Austen, cuatro autoras que sólo tienen en común no haber sido madres. Su pertenencia a la clase media les hacía proclives a sufrir toda clase de interrupciones mientras escribían, y Mrs. Beton cree que esta es precisamente la clave.
Las familias de clase media hacían vida común en la sala de estar, ninguna de ellas tenía un cuarto propio donde concentrarse en la escritura. Esto eliminaba la poesía y el teatro de sus posibilidades, pues son disciplinas que requieren más concentración que la prosa, que, aun con dificultad, se puede hilar entre múltiples interrupciones. De otro lado, durante siglos las mujeres fueron observadoras de lo que pasaba a su alrededor y analistas del carácter y comportamiento humanos. Siendo este todo su bagaje literario, era lógico que volcaran su conocimiento en la prosa.
No obstante, Mrs. Beton advierte que sólo dos de las cuatro citadas -Jane Austen y George Eliot- eran realmente novelistas, y que las hermanas Emily y Charlotte Brontë debieron inclinarse por el teatro y la historia, respectivamente. Gracias al sobrino de Jane Austen sabemos que la autora escondía el manuscrito que estaba trabajando cada vez que entraba a la sala alguien ajeno al círculo familiar, incluso se opuso a que reparasen una puerta que chirriaba, porque el ruido le alertaba con tiempo para esconder sus papeles.
¿Se avergonzaba Jane Austen de escribir Orgullo y prejuicio? Mrs. Beton no encuentra motivo para ello, y ojeando el libro no ve nada que refleje las múltiples interrupciones que, sin duda, padeció mientras lo escribía. A decir de Mrs. Beton, Austen escribía «sin odio, sin amargura, sin temor, sin protestas, sin sermones»… tal como había hecho William Shakespeare. Y esto lo considera un milagro, equiparando las circunstancias de ambos.
Compara a Jane Austen con Charlotte Brontë (que no era precisamente fan de la primera). En aquella época una mujer no podía hacer lo que hoy consideramos vida normal. Por no poder, ni siquiera podía pasear por su pueblo sola. Pero Austen parecía conformarse con lo que le había tocado. Sin embargo, Charlotte Brontë tenía un carácter menos conformista y su indignación queda patente en sus escritos, impidiendo que el genio fluya libremente.
Mrs. Beton lee un pasaje de Jane Eyre y se detiene abruptamente. Piensa que Brontë fue incapaz de abstraerse de sus circunstancias para escribir, lo que habría mejorado notablemente su prosa. De hecho, cree que era más talentosa que Jane Austen, pero esta sí supo abstraerse de su realidad y dejar fluir el genio, y ahí es donde estriba la diferencia entre ambas. A Charlotte Brontë le pudo pensar en todas las cosas que los hombres tenían y ella era consciente de que se estaba perdiendo. Cosas -como viajar- que, de haber tenido, habrían mejorado notablemente su calidad como escritora.
Esto último también era un elemento diferenciador respecto a las novelas escritas por hombres. Porque ellos viajaban y hacían vida normal, tenían una visión más amplia del mundo, mientras que la visión de las mujeres se reducía a las cuatro paredes de casa y su círculo más próximo. Mrs. Beton cita aquí a George Eliot, que escapó para vivir en pecado alejada de todo. Pero eso tampoco era ver mucho mundo. Y de hecho, se pregunta si Tolstoi podría haber escrito Guerra y paz de haber vivido como un ermitaño sin más compañía que la de su pareja.
Por último, Mrs. Beton habla de la temática de las novelas. Tradicionalmente, los temas masculinos han tenido más trascendencia que los femeninos, lo que a las escritoras del siglo XIX les valió una crítica extra porque sus creaciones serían, de alguna forma, insustanciales. Además, hombres y mujeres escriben distinto, no siguen los mismos patrones, y también se les criticaba por esto. El reto de las escritoras en el siglo XIX era encontrar su propio camino, su propia manera de expresarse.
Mrs. Beton considera que George Eliot y Charlotte Brontë fallaron en el intento. En cambio, Emily Brontë y Jane Austen lo consiguieron porque no se dejaron influir por la crítica. Sabían el camino que tenían que seguir y lo siguieron, independientemente de la opinión del resto. Mrs. Beton dice que eligieron la novela porque era un medio relativamente flexible, pero que a medida que las mujeres ganen libertad también encontrarán la forma para crear poesía, teatro o, quizá, algún nuevo género que aún no haya sido inventado.
Capítulo 5
Mrs. Beton observa ahora el estante de escritores contemporáneos. Hay presencia de hombres y mujeres, y las mujeres escriben sobre temas que habrían sido impensables una generación atrás. Cree que la escritora ha evolucionado y la novela ya no es su única forma de expresarse. Coge La aventura de la vida, escrito por Mary Carmichael (no existe, es una escritora ficticia). Es el primer libro que publica, pero Mrs. Beton lo considera la última entrega de una larga saga iniciada por Lady Winchilsea, Margarita de Newcastle y Aphra Behn.
Empieza a leer el libro y ve que algo no encaja. Las frases no fluyen, no hay ritmo, parece escrito a trompicones. Pero quizá sea deliberado. En todo caso, no podrá saberlo si no sigue leyendo. Retoma la lectura y se encuentra con la frase «A Chloe le gustaba Olivia». No esperaba el giro de guion, pero le gusta. Por primera vez, la literatura muestra que hay mujeres que se sienten atraídas por otras mujeres. Piensa que habría sido increíble que algo así ocurriera entre las heroínas de Shakespeare. Que, además de sentir celos o amor fraternal, se hubiesen gustado.
Mrs. Beton reflexiona al respecto. Hasta que llegó Jane Austen, las mujeres de ficción siempre existieron por los hombres, en tanto eran amantes, madres o hermanas de estos. Al declarar la homosexualidad de sus protagonistas, Carmichael introduce una variante: las mujeres pueden existir en relación con los hombres o con otras mujeres, lo que saca al hombre de la ecuación. Pero también piensa que la literatura habría sido seriamente cercenada si al hombre se le hubiera retratado igual, es decir, si sólo hubiese existido en su papel de amante de la mujer.
Vuelve a enfrascarse en la historia. Mrs. Beton está convencida de que si Carmichael controla la narración y cuida el momento del acercamiento entre Chloe y Olivia, su libro será muy importante. Tarda en darse cuenta de que está más fascinada por la novedad, que por la calidad de la historia. La estructura de la novela es pobre y Carmichael carece del genio de sus antecesoras. Pero ha ido más allá explorando otros temas. Necesita observar más, crear su propio estilo. Obvio, esta Mary no conseguirá la excelencia, pero seguramente otra Mary, dentro de cien años, sí lo hará.
Capítulo 6
Londres, mañana del 26 de octubre de 1928. Mrs. Beton observa el ajetreo mañanero desde su ventana. Sin duda, la gente que pulula por las calles no está pensando en Shakespeare ni en el futuro de la literatura. Tienen otras urgencias que atender. Una pareja sube a un taxi y Mrs. Beton piensa que la estampa simboliza la unión entre hombres y mujeres, lo que choca con sus pensamientos de los dos últimos días. Se pregunta si quizá ha forzado sus pensamientos para enfrentar a los dos sexos.
Reflexiona sobre el funcionamiento de la mente. Los pensamientos se alteran y cambian dependiendo del contexto de la persona. Pueden enfrentarse entre ellos, incluso la mente puede adoptar puntos de vista que no resulten cómodos. La mente no permanece inalterable porque siempre está alerta, observando la realidad que rodea al individuo. Pero hay momentos de quietud en que la mente permanece en segundo plano.
Observando a la pareja entrar en el taxi, Mrs. Beton se da cuenta de que sus pensamientos, que han estado ocupados creando una barrera entre ambos sexos, parecen unificarse. Quizá lo natural sea la cooperación y no el enfrentamiento. Se pregunta si la mente se divide también en dos sexos que necesitan de la unión plena para funcionar correctamente.
Mrs. Beton reflexiona sobre un plano del alma en el que coexisten dos poderes, uno masculino y otro femenino. Cada persona albergaría dentro de sí esta dualidad. En el cerebro de los hombres predominaría el hombre sobre la mujer, y el cerebro femenino priorizaría a la mujer sobre el hombre. Cree que el estado ideal del individuo es aquel en el que ambos lados conviven en armonía y cooperan entre sí.
Cita a Coleridge para divagar sobre la idea de que las grandes mentes son andróginas, capaces de fusionar ambos aspectos y usar plenamente sus facultades creativas. Considera que la mente andrógina es aquella que trasciende las limitaciones de género y transmite la emoción de manera fluida y creativa. Shakespeare es un ejemplo de mente andrógina. Esto le lleva a plantearse si enfocar la sexualidad como algo separado es una característica de las mentes plenamente desarrolladas y si la sociedad actual dificulta alcanzar el estado de «unidad de la mente».
Quizá la preocupación que en 1928 hay por la sexualidad esté conectada con las actividades de las sufragistas, que habrían despertado el deseo de autoafirmación en los hombres. Esta preocupación se refleja en la producción literaria, donde halla contraste entre estilos masculinos y femeninos. Mrs. Beton ojea algunos libros escritos por hombres y se congratula de la claridad y confianza que transmiten. Pero nota una tendencia a sobrevalorar el punto de vista masculino, que representa con la letra I.
Sin embargo, la preeminencia del lado masculino sobre el femenino limita la creatividad, y, por tanto, la capacidad para generar interés. Quizá esa limitación esté en la mente del autor, que priorizando el lado masculino obstruye su energía creativa. Mrs. Beton piensa en cómo habría sido la literatura de la época de Isabel I si el feminismo hubiese surgido en el siglo XVI en lugar de en el XIX, porque está claro que el contexto social influye en la producción literaria.
Volviendo a la teoría de los dos lados de la mente, afirma que la virilidad ha tomado consciencia de sí misma y que ahora los escritores sólo usan el lado masculino del cerebro. Por tanto, para una mujer es estéril leer estos libros, ya que no aprovecharán nada de ellos. Coge un libro de un crítico, Mr. B (escritor ficticio) y lo compara con Coleridge. La escritura del primero es culta, pero carece de conexión emocional. No transmite, no genera pensamiento. En cambio, cada frase de Coleridge resuena en la mente e inspira nuevas ideas. «Ésta es la única clase de escritura que puede considerarse poseedora del secreto de la vida eterna», dice Mrs. Beton.
Lamenta que la mayoría de las mejores obras de escritores como Galsworthy o Kipling sean en cierto modo inaccesibles para las mujeres, porque exaltan virtudes y valores masculinos con una emoción que a las mujeres les deja frías o, en el mejor de los casos, perplejas. Las narrativas de Kipling sobre oficiales, sembradores y hombres trabajando carecen de una chispa femenina, lo que hace que sus cualidades parezcan crudas e inmaduras para las mujeres. Mrs. Beton concluye que cuando un libro carece de poder sugestivo no podrá penetrar en la mente por más que lo intente.
A continuación, dirige su mirada a Italia, donde una nueva hornada de intelectuales bajo el paraguas del Duce intenta estimular la creación de la novela italiana, confiando en que la era fascista produzca «un poeta digno de ella». Mrs. Beton duda que esto pueda llegar a ocurrir porque la creación debe fluir, no se puede forzar. La literatura forzada por las circunstancias políticas, en cualquier caso, no tendrá un gran recorrido.
Reclama la necesidad de volver a Shakespeare y los autores andróginos mientras vuelve a su escritorio y toma el folio con el título Las mujeres y la novela aún por desarrollar. Empezará diciendo que no hay nada peor que escribir teniendo consciencia del sexo propio, que hay que escribir siendo un hombre con un poco de mujer o a la inversa, una mujer con un poco de hombre. Que incluso «es funesto para una mujer subrayar en lo más mínimo una queja, abogar, aun con justicia, por una causa; en fin, el hablar conscientemente como una mujer», puesto que la parcialidad al escribir condena lo escrito al olvido.
Retoma la idea de que la verdadera creatividad surge de lo andrógino y de mantener la mente abierta. Destaca que el escritor necesita libertad y paz mental que le permitan comunicar sus ideas sin interferencias, y compara el proceso de escritura con contemplar la belleza de una rosa o la serenidad de los cisnes flotando en el río.
A partir de aquí, Mary Beton desaparece y coge las riendas Virginia Woolf. Hace un resumen de lo expuesto por Mrs. Beton para justificar su conclusión de que para escribir novela o poesía hay que tener quinientas libras anuales y una habitación propia, y aprovecha para contestar anticipadamente dos críticas que asume que le van a hacer.
La primera es sobre la falta de opinión acerca de los méritos de hombres y mujeres. Acerca de esto, opina que las cualidades humanas no pueden reducirse a simples comparaciones cuantitativas y se muestra contraria a la competencia entre sexos, sugiriendo que tal rivalidad es más propia del patio de un colegio. El juicio sobre un libro es subjetivo porque depende de la persona que lo lea, así que lo importante es escribir lo que se quiere escribir sin preocuparse de lo que piensen los demás. Ceder ante presiones u opiniones de otros (aunque estos ameriten cargos u otras distinciones) es la peor traición a uno mismo.
La segunda es sobre la importancia de lo material. Cita a Sir Arthur Quiller-Couch para argumentar que la mayoría de los grandes poetas de los últimos cien años tenían educación universitaria y, en muchos casos, provenían de familias acomodadas, y contrapone a esto que el poeta pobre históricamente ha tenido menos oportunidades debido a las restricciones materiales y sociales. Reproduzco íntegro el fragmento que cita Woolf en el libro porque creo que es de interés.
Incide de nuevo sobre la importancia de tener dinero y un espacio o cuarto propio que fomenten la libertad intelectual necesaria para la creación literaria. «La libertad intelectual depende de cosas materiales», afirma Woolf. Y escribir poesía depende de la libertad intelectual. Hila la cita de Quiller-Couch con la constatación de que históricamente las mujeres han sido pobres y han gozado de menos libertad intelectual que los esclavos atenienses, por lo cual no han tenido oportunidad ni ocasión de hacer poesía. Aunque admite que la cosa está cambiando, el cambio no avanza lo suficientemente rápido. Sin embargo, es un gran paso que las mujeres puedan asistir solas de noche a una conferencia así.
Woolf quiere que las mujeres escriban libros, aunque reconoce que puede ser un esfuerzo arduo con posibles consecuencias negativas. No obstante, explica el motivo de este deseo, que califica como «egoísta»: Le gusta leer y se ha cansado de la oferta actual, así que espera que las mujeres se lancen a escribir sobre temas y géneros variados, ya que esto enriquecería el arte de la novela y permitiría una mayor diversidad de perspectivas y experiencias.
Reflexiona un momento sobre su deseo. Tal vez no sea egoísta, porque los buenos libros nunca sobran y los buenos escritores son personas beneficiosas para el mundo. Y además, cuando pide a las mujeres que escriban, lo que en realidad les pide es que ganen dinero y tengan una habitación propia. En resumidas cuentas: que no sean espectadoras de la vida, sino que vivan y tengan experiencias, independientemente de si son capaces de plasmarlas en un libro o no.
Woolf concluye Una habitación propia abogando por la emancipación intelectual y creativa de las mujeres. Desde hace unos años, las mujeres son dueñas de su dinero, pueden optar a la mayoría de trabajos, estudiar y votar. Por tanto, ya no tienen las trabas de antaño para producir literatura. Vuelve a Judith Shakespeare, la ficticia hermana del escritor. Murió sin escribir una línea, pero su espíritu vive en todas las mujeres. Con una habitación propia, quinientas libras anuales, observación y esfuerzo, Judith renacerá y vivirá en las creaciones de las futuras escritoras.