Los santos inocentes (Miguel Delibes)

Los santos inocentes es una novela de realismo poético escrita por Miguel Delibes. Fue publicada en 1981, aunque Delibes comenzó a escribirla en 1963. Su argumento gira en torno a la vida de una familia de guardeses que sirve en un cortijo a mediados de la década de 1960[1]. El libro está dedicado a Félix Rodríguez de la Fuente[2], que murió el año anterior a su publicación.

Los santos inocentes tendría su origen en una historia real sucedida en Extremadura que alguien contó a Delibes[R1], que aprovechó para exponer las condiciones de vida de los trabajadores de cortijos y fincas, donde los amos disponían de ellos y de sus hijos a voluntad. Los personajes de Azarías y del señorito Iván existieron realmente, y el Azarías original, tal como ocurre en la película (no así en la novela) terminó sus días en un psiquiátrico (entonces les llamaban sanatorios mentales o frenopáticos).

Así mismo, hay una diferencia espacial: La historia original se ubica en tierras extremeñas (como la adaptación cinematográfica de la obra), pero la novela no deja claro en qué lugar suceden los hechos. No obstante, la mención a Cordovilla[3] podría situarla en Salamanca, donde también se conoce como la Raya a la frontera con Portugal.

¿Quiénes son los santos Inocentes?

El título de la obra refiere a un pasaje del Evangelio según San Mateo (2:16-18) donde se cuenta la matanza de niños ordenada por Herodes el Grande. Los inocentes eran los niños de edad inferior a dos años, entre los cuales el monarca pensaba que podía estar Jesús.

En la novela, los inocentes son los trabajadores del cortijo, indefensos ante la arbitrariedad del amo, que dispone de ellos a su antojo porque, en la práctica, son un objeto más, y así lo hace ver Delibes desde el momento en que el señorito Iván cumple los dieciséis años y adquiere conciencia de su posición social.

y el Ivancito se armó en silencio, tomó los puntos y, en un decir Jesús, descolgó dos perdices por delante y dos por detrás, y no había llegado la primera al suelo, cuando volvió los ojos hacia Paco y le dijo con gesto arrogante,

de hoy en adelante, Paco, de usted y señorito Iván, ya no soy un muchacho,

que para entonces ya había cumplido el Ivancito dieciséis años y fue Paco, el Bajo, y le pidió excusas y en lo sucesivo señorito Iván por aquí, señorito Iván por allá, porque bien mirado, ya iba para mozo y era de razónFragmento de Los santos inocentes. Libro cuarto, 'El secretario'.

Por contra, Paco, el Bajo, no se plantea que él también merece respeto y consideración. El trato es de «usted» hacia la familia y el encargado del cortijo (el Périto), pero no es recíproco, pues estos siguen llamando de «tú» a los empleados, colocándolos en una posición inferior. «Usted» no permite confianzas, en cambio, «tú» permite todas. Ni unos ni otros se plantean que el respeto debe ser recíproco porque ambas partes tienen interiorizada su posición en la escala social.

Así, Paco, el Bajo, y Régula son convidados de piedra ante la toma de decisiones que les afectan personalmente, como la asistencia de Paco a la cacería cuando debe estar guardando reposo tras su accidente (lo que en la práctica le acaba dejando cojo) o la entrada de Nieves como asistenta en la Casa de Arriba en vez de estudiar, que es lo que hubiese querido su padre.

E igual que ellos se sometían el resto de trabajadores. Delibes sólo describe. Por eso el éxodo rural que se da en los años 60. Las duras condiciones de vida y la ausencia de perspectivas halagüeñas impulsó a mucha gente a marchar a la ciudad en busca de mejores oportunidades, tanto para ellos, como, especialmente, para sus hijos.

Sin embargo, atendiendo a las palabras de Delibes, «todos son los santos inocentes». Delibes retrata la realidad del momento, pero sin pretensión de hacer una obra de denuncia. Los señoritos son tan Inocentes como los trabajadores porque ninguno eligió dónde nacer y cada cual obra según sus entendederas. Lo que pasa es que, a veces, la realidad se basta por sí misma para señalar las situaciones injustas. Por eso la percepción mayoritaria es que los santos Inocentes eran los trabajadores del cortijo. Una realidad que, además, había vivido mucha gente a principios de la década de 1980.

Los santos inocentes: Resumen por capítulos

Los santos inocentes se divide en seis capítulos que Miguel Delibes llama libros: Azarías, Paco, el Bajo, La milana, El secretario, El accidente y El crimen. Cada uno de ellos es una historia independiente de las demás, pero entre todos dan sentido al desenlace.

Los tres primeros libros introducen a los personajes; el cuarto habla de la relación entre Paco, el Bajo, y el señorito Iván; el quinto libro cuenta el accidente que sufre Paco y que será la causa de que, en el libro sexto, Azarías acabe como secretario del señorito Iván, lo que desencadena la tragedia final.

Como curiosidad, cada libro tiene un sólo punto y final, el que cierra el capítulo.

Libro primero: Azarías

Cortijo del Torcal
Vista de un cortijo ©Mcdwmont

Azarías tenía 61 años y discapacidad cognitiva. Vivía en el cortijo de la Jara, donde hacía pequeños trabajos de acuerdo a su capacidad: Se ocupaba de los cinco perros de la finca, sacaba brillo al coche del señorito, soltaba los pavos de buena mañana, limpiaba los aseladeros[4], regaba los geranios y el sauce y desplumaba las piezas que el señorito se cobraba cuando salía a cazar. A diario, Azarías se orinaba las manos. Y eso no lo hacía porque fuese un guarro. Antaño era un remedio para que las manos no se agrietasen.

Si había visita, hábilmente quitaba las válvulas a las ruedas de los coches de los invitados y las guardaba en una caja de zapatos, por si alguna vez el señorito precisaba de ellas. Antes de guardarlas, las contaba: «una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once, cuarenta y tres, cuarenta y cuatro, cuarenta y cinco… ». Porque el Azarías no sabía contar, pero, eso sí, era dispuesto.

Cuando el señorito se cobraba muchas piezas, Azarías siempre reservaba una para la milana, un búho real (el narrador se refiere a él como Gran Duque) que tenía amaestrado y por el que sentía devoción. El animal servía de cebo durante las batidas de caza. Si la jornada iba bien, al desatarlo, Azarías le felicitaba: «no has estado cobarde, milana». Se dirigía cariñosamente al búho («milana bonita»), y éste parecía entenderle y conversar con él.

Algunas noches se escuchaba el grito del cárabo[5] y a Azarías le parecía que la milana se acobardaba. Entonces él, al día siguiente, salía a «correr al cárabo, que yo digo», para alejarlo del cortijo.

Este era el día a día de Azarías en el cortijo de la Jara. De vez en cuando le daba un aire e iba a visitar a su hermana Régula, pero aguantaban poco sin discutir. Azarías no entendía el afán de Régula y Paco porque los chavales estudiaran. «Luego no te sirven ni para finos, ni para bastos», espetaba a su hermana. Con la única que se entendía era con Charito, la Niña Chica, a la que dispensaba el mismo cariño que a la milana.

Y de la misma forma que había ido, al Azarías le daba otro aire y se volvía a la Jara, donde todo el mundo tenía mejores cosas que hacer que preocuparse por estudiar. Respecto a Azarías, el señorito adoptaba una actitud pasiva: le daba igual si estaba o si se iba, o si le daba la perezosa y se tiraba todo el día tumbado. Lo único que el señorito no soportaba es que Azarías dijese siempre que tenía un año más que él. Porque era mentira, además.

Lo que pasaba es que Azarías, por no saber, no sabía ni la edad que tenía. Lo de tener un año más que el señorito se lo dijo Dacio, el Porquero, una Nochevieja que andaba como una cuba. Y Azarías se quedó con la copla. Si alguien le preguntaba su edad, respondía: «cabalmente un año más que el señorito». Y de ahí no le movía nadie.

Un mal día, Azarías notó que la milana estaba enferma y pidió permiso al señorito para avisar al Mago del Almendral[6], a lo que el señorito se negó. Más aún, se echó a reír ante las súplicas de Azarías, arrastrando con él al resto del servicio. Lupe, Dacio el Porquero, Dámaso… Todos los que estaban en ese momento cerca de la escena se echaron a reír con el señorito para contrariedad de Azarías, que, presa de un ataque de ansiedad, se fue a contar válvulas para serenarse.

Esa misma noche la milana murió. Y al día siguiente, Azarías la recogió, la envolvió en su chaqueta y corrió hacia el cortijo donde estaba su hermana para enterrarla.

Libro segundo: Paco, el Bajo

Paco vivía en una choza en la Raya de lo de Abendújar junto a su mujer, Régula, y sus cuatro hijos: Charito, Nieves, Rogelio y Quirce. A Charito, que era la mayor, la llamaban la Niña Chica porque tenía una parálisis cerebral. La muchacha se pasaba el día en una cuna y de cuando en cuando emitía un chillido profundo y desgarrador, de esos que se te clavan en el alma. La falta de recursos impedía que accediera a un tratamiento que al menos paliase su sufrimiento.

La familia llevaba cinco años en la Raya cuando un día se acercó Crespo, el Guarda Mayor, a decirles que liasen el petate para volver al cortijo. A Paco le daba igual un sitio que otro (aunque la chabola del cortijo tenía dos ambientes), pero en parte se alegró porque, en el cortijo, los hijos podrían estudiar. De hecho, hubo una temporada en que la señora Marquesa (la dueña) se empeñó en alfabetizar a los empleados y por tres veranos hizo ir a dos muchachos desde Madrid para enseñarles lo básico, aunque el intento sólo sirvió para liarles más.

En Cordovilla, Paco había oído decir al Hachemita[7] que, con conocimientos, los hijos podrían salir de pobres. Y Paco y Régula querían que sus hijos saliesen de pobres y no se viesen abocados a llevar la vida que tenían ellos. Sobre todo tenían esperanza en Nieves, la más espabilada de los hijos sanos.

Pero la ilusión se les hizo añicos nada más llegar al cortijo. Y es que don Pedro, el Périto, que era el encargado, pidió su permiso para que Nieves entrara a servir, ya que su señora era dejada para las tareas domésticas. Y Paco y Régula, incapaces de llevarle la contraria, dieron el visto bueno, de modo que se olvidaron de mandarla a la escuela y, al día siguiente, Nieves empezó a trabajar como sirvienta, aunque por las noches volvía con ellos.

En mayo, los dueños del cortijo celebraron la comunión del niño Carlos Alberto (el hijo mayor del señorito Iván y nieto de la Marquesa) en la capilla de la finca. Los trabajadores celebraron el evento por su cuenta, en la corralada del cortijo, dando buena cuenta de un chocolate con migas. Estaban todos, menos Nieves, que andaba poniendo y quitando platos en la Casa Grande. Y que, por cierto, quedó obnubilada con Carlos Alberto, tan majo y tan guapo vestido de primera comunión. Hasta tal punto le ganó, que esa misma noche, al volver a la chabola, comunicó a su padre que quería comulgar.

Paco habló el asunto con don Pedro, el Périto, que se echó a reír. Consideraba la Comunión algo demasiado serio como para permitir que una sirvienta la tomara. Nieves lo intentó con la esposa del Périto, doña Purita, y tampoco tuvo éxito. Total, que no comulgó, pero su deseo de comulgar la convirtió en blanco de bromas tanto en la Casa de Arriba (donde vivían don Pedro y doña Purita) como en la Casa Grande. Cada vez que en una reunión se acababa la conversación, bastaba mencionar la idea de la criada para que se animase el ambiente.

La única que se mostró comprensiva con Nieves fue la señorita Miriam, la hija de la Marquesa, que no entendía qué problema había en que la joven tomase la Comunión. Don Pedro, el Périto, fue categórico.

por favor, Miriam, esta pobre no sabe nada de nada y en cuanto a su padre no tiene más alcances que un guarro[8], ¿qué clase de Comunión puede hacer?Fragmento de 'Los santos inocentes'. Libro segundo, 'Paco, el Bajo'

La opinión del señorito Iván no difería mucho de la del Périto.

las ideas de esta gente, se obstinan en que se les trate como a personas y eso no puede ser, vosotros lo estáis viendo, pero la culpa no la tienen ellos, la culpa la tiene ese dichoso Concilio que les malmete'Los santos inocentes'. Fragmento del Libro segundo, 'Paco, el Bajo'

En el libro segundo vemos por primera vez al señorito Iván, y en la comida postcomunión nos enteramos del coqueteo que se trae con doña Purita, cosa que saca de sus casillas al Périto porque tampoco es que se molesten en disimular. Este coqueteo es fuente de discusiones entre don Pedro y doña Purita, pero, aunque él amenaza con golpearla, la sangre no acaba llegando al río y normalmente el Périto queda llorando en la habitación.

Libro tercero, La milana

A Azarías le despidieron de la Jara. Como no tenía dónde ir, se presentó en el Pilón, donde Régula, y se acopló con la familia. Paco, el Bajo, intentó mediar con el señorito de la Jara, pero no hubo manera. Así que tuvieron que resignarse a ser uno más en la minúscula casa de dos piezas.

Lo cierto es que la presencia de Azarías no pasaba desapercibida en el cortijo. Los primeros días se dedicó a limpiar los aseladeros y abonar los geranios. Pero cuando la cantidad de abono vertida amenazó con sepultar las plantas, Régula le prohibió abonar más. Azarías pasaba el tiempo acunando la Niña Chica o con Rogelio, en el tractor, pues debían mantenerlo ocupado para evitar que se tirase a la bartola en medio de los madroños.

Por si fuera poco, Azarías no se lavaba ni a tiros («eso, los señoritos») y acabó por pasarle piojos a la Niña Chica. Régula quiso meterle en vereda y se fue a Cordovilla a comprarle tres camisetas interiores para que siempre llevase algo limpio. Pero al cabo de veinte días, escamada porque el Azarías no había echado ninguna a lavar, se dio cuenta de que su hermano llevaba las tres puestas, y, obviamente, las tres estaban sucias a más no poder.

Y con todo, eso eran minucias, como cuando le dio por ver a su difunto hermano, Ireneo, cada vez que miraba al cielo o se quedaba absorto en algún lugar. Lo peor era que Azarías, en cuanto sentía el apretón, se bajaba los pantalones donde estuviera, descargaba y se desentendía. Y claro, allá que iba Paco, el Bajo, limpiando marrones por todo el cortijo. Que menos mal que tenía un olfato fuera de serie y le daba tiempo a llegar antes de que alguien lo viera.

De pronto, Azarías echó en falta las carreras que se pegaba con el cárabo e insistió a su cuñado para que le llevase a la sierra. Paco aceptó, pero a cambio de que Azarías se desahogara en la sierra y no en el cortijo. Azarías cumplió, y, en lo sucesivo, Paco no volvió a tener sustos dentro del Pilón.

Escena de la película 'Los santos inocentes'.
Azarías y la milana. Escena de la película ‘Los santos inocentes’.

Un día, Rogelio llevó a su tío una cría de grajo que había encontrado. Azarías no cabía en sí de gozo, la adoptó de inmediato y la llamó como llamaba a todos los pájaros que criaba: milana. La alimentó con perseverancia, y al cabo de unas semanas, la grajilla ya era capaz de volar. Ahí le dio su primer susto, el día que echó a volar y no quería volver. Régula, Paco, Rogelio y todos los trabajadores del cortijo rodearon a Azarías, que en un intento desesperado gritó: «¡quiá!» varias veces, hasta que, para admiración de los presentes, la graja atendió su reclamo y volvió, mansa, a posarse sobre su hombro derecho.

Libro cuarto: El secretario

Al señorito Iván le gustó cazar desde niño, cuando era simplemente Ivancito. Tomó a Paco de secretario[9] en 1943, tras el ojeo inaugural del Día de la Raza[10], y lo entrenó para que fuera el mejor. De por sí, Paco tenía una ventaja sobre el resto, un olfato sobrenatural, capaz de detectar el olor de una persona a kilómetros. Pero era lento cargando los cartuchos, así que Ivancito le dio una escopeta vieja y le puso deberes: Meter y sacar los cartuchos cien veces cada noche, para coger velocidad. Y con la ayuda del Ivancito fue como Paco, el Bajo, se convirtió en el mejor de los secretarios.

Cuando Ivancito cumplió los dieciséis pasó a ser el señorito Iván, pero esto no cambió la relación entre ambos. El señorito Iván no concebía salir a cazar sin el soporte de Paco, el Bajo, aunque era consciente de que, por bueno que seas, los años pesan. Por eso le dijo a Crespo, el Guarda Mayor, que echara un ojo a los muchachos de Paco, a ver si alguno podía tomarle el relevo llegado el momento. Mas, como él mismo comprobó tiempo después, ni a Rogelio, ni al Quirce, les había llamado Dios por el camino de la caza.

Mientras tanto, el señorito Iván seguía con sus cacerías y la compañía de Paco, que con frecuencia era requerido por otros cazadores para localizar piezas extraviadas por sus extraordinarias dotes, cosa que les llenaba de orgullo tanto a él, como al señorito Iván. Al final de la cacería, el señorito le recompensaba con un billete de veinte duros que Régula gastaba al día siguiente en Cordovilla, pues siempre se necesitaba algo en la casa.

Cierto día, un cazador francés, René, fue invitado a comer a la Casa Grande, donde tuvo una fuerte discusión con el señorito Iván por el nivel de alfabetización de los trabajadores españoles, inferior, a su modo de ver, con el de los centroeuropeos. Entonces, el señorito Iván mandó llamar a Paco, Régula y Ceferino, el Porquero, y les hizo firmar sobre un papel, cosa que hicieron de aquella manera y con mucho esfuerzo, pero que bastó para rebatir los argumentos del francés. René quedó impresionado al ver el pulgar de Régula, totalmente plano, sin huella dactilar, debido al trenzado del esparto.

En el cortijo, quitando estas cosillas puntuales, no se movía gran cosa. La Marquesa acudía con asiduidad, y en una de esas visitas, acompañada por la señorita Miriam, vio por primera vez al Azarías. Informada de quién era, preguntó si alguien así no estaría mejor en un Centro Benéfico, pero Régula aclaró que, mientras ella viviera, ningún hermano suyo acabaría en un asilo. Azarías contó lo que hacía en el cortijo y que en ese momento estaba criando una milana. La señorita Miriam terció por él. A pesar del aspecto y capacidades del hombre, a ella no le molestaba que estuviese en el cortijo.

Entonces, Azarías, envalentonado, cogió la mano de la señorita Miriam y le llevó a ver la milana, enseñándole también cómo la alimentaba. Y en ese momento Charito gritó. La señorita Miriam preguntó qué había sido eso y Azarías, descentrado, contestó que la Niña Chica. Volvió a gritar, y la señorita Miriam, asustada, preguntó si realmente era una niña quien emitía aquel sonido. Azarías tomó otra vez la mano de la señorita Miriam y la introdujo en la casa, donde vio a la Niña Chica y comprobó que, efectivamente, aquellos gritos espeluznantes los estaba dando una niña.

Libro quinto: El accidente

En octubre llegaba la pasa de palomas, y en esas fechas el señorito Iván se asentaba por dos semanas en el cortijo para practicar su actividad favorita, la caza. Y, por supuesto, allá donde el señorito Iván plantara su escopeta, allá iba Paco, el Bajo, con él. Uno de esos días, Paco olvidó en casa los capirotes que usaban para cubrir los ojos del señuelo. El señorito Iván le ordenó cegarlo, cosa que hizo con una navaja. El señorito quedó tan contento con el desempeño del palomo ciego que ordenó a Paco cegar a todos los demás.

Pero a Paco los años le iban pesando, y lo notaba especialmente a la hora de trepar a los árboles para amarrar el cimbel[11] y permanecer ahí arriba, en postura forzada, durante largos ratos. Le costaba seguir el ritmo del señorito Iván, y cuando volvían al cortijo no había parte del cuerpo que no le doliera. Al final pasó lo que tenía que pasar. Al cabo de semana y media, al bajar de una encina, una de las piernas le falló y cayó a plomo al suelo.

Paco era incapaz de tenerse en pie, así que el señorito Iván avisó para que un par de trabajadores del cortijo fueran a recogerlo y él siguió la jornada de caza con el Quirce, como le sugirió Paco. Y la cuestión es que el Quirce, sin ser su padre, no era mal secretario y ejecutaba con exactitud cada orden que recibía. Pero el muchacho era de pocas palabras y esto no le gustaba al señorito Iván, que, además, estaba teniendo muchos fallos, pues el accidente de Paco le había descentrado.

De vuelta al cortijo el señorito Iván pasó a ver el estado de Paco. Mientras hablaban llegó Azarías, que se ofreció a desplumar los palomos cazados. El señorito Iván aceptó, le encargó que luego se los llevase a doña Purita de su parte y mandó a Paco arreglarse para ir a Cordovilla a ver al médico. Y don Manuel, el médico, ratificó las malas noticias. Paco se había roto el peroné y estaría al menos cuarenta y cinco días escayolado. Ante la inconformidad del señorito Iván, el médico sentenció: «yo te digo lo que hay, Iván, luego tú haces lo que te dé la gana, tú eres el amo de la burra».

El 22 se había organizado una batida a la que, por supuesto, acudiría el señorito Iván, que los días previos había estado presionando a Paco para que, pese al dolor, moviese la pierna. Cuando llegó el día, pasó a recoger a Paco con el Land Rover, prometiendo a Régula que cuidaría de él. Pero lo que mal empieza, mal acaba, y Paco volvió a romperse el peroné. Al día siguiente, Quirce le sustituyó como secretario.

Y nuevamente, la cosa no cuajó. No por las dotes del Quirce, sino porque no le daba bola al señorito Iván, era hermético, y, encima, al final de la batida, rechazó los veinte duros que el señorito quiso darle, lo que cabreó sobremanera al último. Ya de noche, en la Casa Grande, el señorito Iván habló con Nieves del asunto mientras le ordenaba quitarle las botas. Habría ido más allá, pero los catorce años de la joven le disuadieron. Esa noche, al abandonar la Casa Grande, Nieves vio al señorito Iván y a doña Purita besándose.

Libro sexto: El crimen

Doña Purita había desaparecido del cortijo y don Pedro, el Périto, preguntaba una y otra vez a la Régula si de verdad no le había visto salir, porque la única salida del cortijo era el portón que custodiaba ella. Régula respondía invariablemente lo mismo, que la noche anterior del cortijo sólo salió el señorito Iván en un coche azul, que el Périto identificó como el Mercedes. Paco, el Bajo, ratificó lo dicho por su esposa, y don Pedro, vencido, dio la vuelta y se marchó.

Nieves, que andaba con la Niña Chica y escuchó lo que hablaban, contó a sus padres que la noche anterior, al salir de trabajar, vio en el cenador al señorito Iván y a doña Purita besándose apasionadamente. Y Paco, cerciorándose de que nadie más sabía eso, bajó la voz y le dijo, «de esto ni una palabra, ¿oyes?, en estos asuntos de los señoritos, tú, oír, ver y callar». Y Nieves, cuando don Pedro volvió a la carga y la interpeló directamente a ella, así hizo.

Al cabo de una semana volvió el señorito Iván. Solo. Don Pedro no pudo aguantarse, y nada más entrar el coche en el cortijo, frente a Paco, el Bajo, y Régula, contó al señorito Iván la situación. Éste quiso quitar hierro al asunto. Dijo a don Pedro que, si habían discutido, quizá doña Purita se escondió en su coche sin que él se diera cuenta, bajando bien en Cordovilla, o en Fresno cuando paró a repostar, o quizá en el mismo Madrid, y que seguramente estaría, como otras veces, en casa de su madre.

A don Pedro no le quedó otra que hacer como que le creía, y el señorito Iván arrancó y siguió el camino hacia la Casa Grande. Horas después volvió donde Paco, el Bajo, para interesarse por su estado, pues quería salir de caza al día siguiente. Paco, que seguía escayolado, le hizo ver que no sería posible. Como el Quirce no le apañaba, finalmente decidió que le acompañase Azarías.

El señorito Iván paró donde Paco a las siete en punto de la mañana. Esperó pacientemente a que Azarías cargase los bártulos y alimentase a la graja, que aún no sabía comer sola. Se acercó a Azarías para ver al pájaro, pero el animal, al verle, salió volando. Azarías se despidió de la milana, subió al coche y partieron rumbo al Encinar del Moro.

Una vez en la sierra, Azarías trepó hábilmente a los árboles, a pulso, como si fuera un mono. Antes de subir se orinaba las manos para protegerlas de posibles rasguños. Pese a la edad y su condición mental, físicamente era más ágil que su cuñado. Tantearon varias posiciones, pero había pocas palomas y las que aparecían ignoraban el señuelo. Cabreado, después de pegar unos tiros al aire, el señorito Iván mandó a Azarías bajar del árbol y recoger los bártulos. Regresarían a la tarde, a ver si la suerte entonces les era propicia.

Mientras se dirigían al coche, una bandada de grajas les sobrevoló. Azarías alzó la mirada, sonrió y avisó al señorito Iván para que mirase a lo alto. Seguidamente, gritó: «¡quiá!». Entonces la milana se desligó de la bandada y voló en vertical para encontrarse con Azarías. Al verlo, el señorito Iván no pudo reprimirse y apuntó al pájaro con la escopeta. Azarías adivinó sus intenciones, pero no pudo evitar el disparo.

La milana cayó a tierra malherida ante la desesperación de Azarías, que la recogió con el tiempo justo para que muriera en sus manos. De ahí hasta que llegaron al cortijo no quiso oír nada de lo que decía el señorito Iván. Sólo lloraba. El señorito trató de justificarse con Paco: la mañana fue mala y la milana le provocó. Prometió regalar otra grajilla a Azarías y se marchó, avisando que a las cuatro volvería a buscarle.

Por la tarde Azarías parecía otra persona. Ya no lloraba y se le veía tranquilo, como si nada hubiera pasado. Cargó en el coche los bártulos y una soga gruesa para trepar. Subió y marcharon. Ya en la sierra, Azarías bajó el material del coche, dejó abajo la jaula de los palomos ciegos y trepó a una encina. El señorito Iván le apremió. Una bandada de zuritas se dirigía hacia ellos y estaba ansioso por acabar los preparativos. Azarías, desde arriba del árbol, le pidió que le alargase la jaula del señuelo.

El señorito Iván alargó la mano con la jaula para que Azarías pudiera cogerla. En ese momento cayó sobre su cuello una soga con un nudo corredizo que Azarías empezó a estrechar. El señorito Iván no era del todo consciente de lo que pasaba, pensó que sería una broma e intentó zafarse con la mano libre, pero no tuvo tiempo para mucho más, pues Azarías tensó el nudo y tiró de la soga hasta estrangularlo. Luego ató la soga al árbol y miró sonriente al cielo, mientras musitaba «milana bonita, milana bonita».

El capítulo se cierra con la bandada de zuritas sobrevolando la encina donde se encuentran.

Personajes de Los santos inocentes

Pese a no ser una novela extensa, el elenco de personajes de Los santos inocentes es bastante amplio, aunque apenas unos pocos tienen cierta relevancia. En esta ocasión distinguimos personajes principales, secundarios y terciarios.

– Azarías. La novela empieza y acaba con él. Su discapacidad cognitiva le convierte en Inocente en el más puro de los sentidos, puesto que es como un niño chico, no tiene maldad. Sin embargo, su discapacidad hace que los demás le soporten. Primero, el señorito de la Jara, y después, su propia familia («no es mala cruz la que nos ha caído encima», dice Régula a Paco en el libro tercero). Debido a su condición, Azarías recibe continuas burlas. Quizá por eso sus afectos se reducen a las milanas y a la Niña Chica, pues ellas no juzgan, sólo reaccionan en base a estímulos, y constituyen un entorno seguro para él.

Una cosa que llama la atención en la novela es la alusión continua al aspecto de Azarías para recordarnos en todo momento que el personaje no rige igual que los demás, cosa que sabemos desde el principio. Así, leemos varias veces sobre «la blanca salivilla empastada en las comisuras», o que «mascaba salivilla», igual que sobre su vestimenta, «los remendados pantalones de pana por las corvas, la bragueta sin botones, rutando y con los pies descalzos».

Aunque a Azarías se le suele tildar de héroe o justiciero, yo no lo veo como tal. Azarías no arremete contra el señorito Iván por sus desmanes, sino porque ha matado a la milana. Le ahorca en una especie de ojo por ojo, utilizando en cierto modo la lógica infantil: me la haces, me la pagas. Más que la intención de Azarías, es la percepción que tenemos sobre el señorito Iván la que nos hace convertirlo en justiciero.

– Paco, el Bajo. Cuñado de Azarías y guardés de la finca. Digamos que es un hombre que se conforma con lo que le ha tocado. Tiene claras sus nulas posibilidades de prosperar, pero aspira a que sus hijos sí puedan hacerlo, de ahí su ilusión porque los muchachos estudien. Paco soporta humillaciones igual que Azarías, pero, contrariamente a su cuñado, es consciente de ello (por eso no quiere ese futuro para sus hijos). Sin embargo, el miedo a perder el empleo le hace claudicar con las disposiciones de los amos. Por ejemplo, transigiendo con que Nieves trabaje como sirvienta en lugar de ir a la escuela.

Además del guardés, Paco es el secretario del señorito Iván durante las jornadas de caza. Este es un papel para el que tiene extraordinarias cualidades, pero el gusto de Paco por acompañar al señorito Iván no se fundamenta en una cuestión cinegética. Cuando está entre cazadores, Paco se siente respetado incluso por gente de mayor alcurnia que en otro contexto le ignoraría. Y, hablando en plata, cuando eres el último mono para todo, que te respeten es muy importante. Por eso intenta parecer hábil en todo momento, porque teme que el señorito Iván busque otro secretario y él pierda esos ratos que le evaden de su realidad.

– El señorito Iván. Un noble obsesionado con la caza que no le tiene ley a nadie. Sobre sus trabajadores, él mismo dice en el libro segundo que «se obstinan en que se les trate como a personas y eso no puede ser». Él tiene muy clara su posición desde que a los dieciséis años ordena a Paco que le llame «de usted y señorito Iván». Quienes están en la escala inferior no merecen ni consideración, ni respeto, básicamente porque no son personas. Considera una afrenta incluso que Nieves quiera comulgar, como si quisiera profanar algo sagrado a lo que sólo tienen derecho los de su clase.

En algunos pasajes parecería que el señorito Iván, a su modo, tiene algo de afecto por Paco, el Bajo, pero esta sensación se esfuma en el libro quinto, cuando Paco tiene el accidente y él lo toma como algo personal, hecho exprofeso para fastidiarle las jornadas de caza. Es cierto que le lleva al médico, pero sólo para intentar evitar que la lesión le deje sin secretario.

Para el señorito Iván las personas y los animales sólo sirven en función del uso que pueda hacer de ellos. Vemos su crueldad en el libro quinto, cuando Paco olvida los capirotes y él le ordena cegar al palomo que tienen de señuelo, cosa que su secretario intenta evitar en un principio, pues es dolor innecesario y daño irreversible para el animal. El señorito Iván, contento con el desempeño del palomo ciego, le manda después cegar a todos los palomos. Y cuando mata a la milana, su reacción es también de completa insensibilidad («yo le regalaré otra grajilla, carroña de ésa es lo que sobra en el cortijo»).

En cuanto a sus relaciones con otras personas, baste ver el trato que tiene con doña Purita delante incluso del Périto, su marido. Para el señorito Iván, su posición social es un cheque en blanco para actuar sin ningún tipo de escrúpulo. Sin embargo, como dije antes, las razones que llevan a Azarías a matarlo no tienen nada que ver con todo esto porque él no se rebela ante el despotismo del señorito Iván. Simplemente quiere hacer justicia a la milana, la segunda que pierde por la insensibilidad de un amo.

Vamos abreviando un poco con el resto de personajes.

– La familia de Paco, el Bajo:

  • Régula. Como su marido, parece aceptar el destino que le ha tocado en suerte. También asume, con cierta resignación, el cuidado de Azarías cuando es despedido de la Jara. En el Pilón se encarga de franquear el paso a quien entra o sale del cortijo, además de otras labores, como rascar los aseladeros o trenzar esparto (lo que le deforma los dedos).
  • Charito. La Niña Chica es la hija mayor del matrimonio, aunque una parálisis cerebral la mantiene en estado casi vegetativo. De algún modo parece conectar con su tío, que tiene la habilidad de calmarla.
  • Nieves. Es la más inteligente de los hijos, pero, salvo algunas lecciones de gramática que toma con su padre, no puede estudiar. Primero por la estancia en la Raya, y luego porque entra a servir. Cuando Carlos Alberto toma la primera comunión ella también siente el deseo de comulgar. Pero, más que por una cuestión religiosa, porque se siente deslumbrada ante el aspecto del niño. Valorada por la Marquesa y la señorita Miriam, que piensan que se desempeñaría bien como primera doncella. Su vida transcurre entre la Casa Grande, la Casa de Arriba y la chabola donde viven sus padres.
  • Rogelio. El narrador lo describe como «efusivo y locuaz». En el cortijo se encarga del tractor y de lo que tenga que ver con la mecánica. Regala a Azarías la segunda milana.
  • Quirce. Si su hermano es efusivo y locuaz, él es «taciturno y zahareño». O sea, reservado y arisco. Asume el papel de secretario cuando su padre se lesiona pero no hace buenas migas con el señorito Iván, a quien rechaza una propina después de una jornada de caza. Tiene un punto premonitorio cuando Azarías adopta a la segunda milana: «es un pájaro negro y nada bueno puede traer a casa un pájaro negro». En el cortijo se encarga de sacar a las ovejas a pastar.

– La familia del señorito Iván:

  • La Marquesa. O la Señora, como también se la llama. Se sabe poco de su vida, quitando que suele ir con frecuencia por el cortijo y que los trabajadores le tienen cierto aprecio.
  • La señorita Miriam. Es la hermana de Iván. Se muestra empática con los trabajadores del cortijo. Es la única que no se burla de Nieves cuando se entera de que quiere comulgar. También se muestra a favor de que Azarías se quede en el cortijo el día que la Marquesa y ella lo conocen.
  • Carlos Alberto. El hijo mayor del señorito Iván. Salvo comulgar y despertar el deseo de comulgar en Nieves, no tiene más recorrido en la historia.

– Don Pedro y doña Purita. Don Pedro, el Périto, es el encargado del cortijo. Purita es su esposa, pero no es un matrimonio bien avenido. De hecho, ella tiene una relación aparte con el señorito Iván. Viven en la Casa de Arriba, y aunque su posición es intermedia (mandan sobre los empleados, pero no son los dueños), su opinión sobre el personal del cortijo no difiere de la del señorito Iván. Doña Purita se acaba fugando con su amante y el Périto se queda solo en el cortijo, deprimido y amargado por el abandono.

– El Hachemita. Es el único personaje terciario que voy a citar, porque tiene cierta relevancia. El Hachemita regenta una tienda de ultramarinos en Cordovilla. Una tienda de estas de antes, donde había de todo lo que pudieses buscar en un pueblo. Bueno, pues Paco, el Bajo, le escuchó decir una vez que los chicos, con un poco de conocimiento, podrían salir de pobres. Y eso se le quedó en la cabeza, y de ahí viene su obsesión porque los hijos estudien.

Referencias

(1) La introducción del tractor en las labores agrícolas se produjo a partir de 1960, la misma época en la que se dio el éxodo rural que menciona el Périto en el libro segundo («ahora todos te quieren ser señoritos, Paco, ya lo sabes, que ya no es como antes, que hoy nadie quiere mancharse las manos, y unos a la capital y otros al extranjero[…]»). De otro lado, cuando Nieves declara que quiere comulgar, el señorito Iván alude al Concilio Vaticano II, celebrado entre 1962 y 1965, pues no tendría sentido aludir al anterior, celebrado en 1869-1870.

(2) Félix Rodríguez de la Fuente fue un zoólogo y presentador de televisión español. Conocido sobre todo por la serie El hombre y la tierra.

(3) Por lo que cuenta el narrador, Cordovilla es la población más grande cercana al cortijo (el médico está en Cordovilla, Régula hace las compras en Cordovilla). Hay dos poblaciones con este nombre, una en Navarra y otra en Salamanca, pero la única cercana a «la Raya» (la frontera con Portugal) es la salmantina, que, además, está ubicada en zona de cazadores.

(4) Los aseladeros son como gallineros, sitios altos y protegidos para que los animales duerman.

(5) Una lechuza, un ave rapaz.

(6) El Mago era un curandero.

(7) El Hachemita regentaba una tienda de ultramarinos en Cordovilla.

(8) Se refiere al cerdo, al animal.

(9) El secretario es el ayudante del cazador, encargado de suministrarle munición o cargarle una segunda arma.

(10) El Día de la Raza es el actual Día de la Hispanidad.

(11) Señuelo que imita el comportamiento de una paloma torcaz, usado para atraer a otras torcaces cercanas.

(R1) Reguera Pascual, I. (2021, junio 27). «Todos son los santos inocentes. Incluido el señorito Iván». ctxt.es | Contexto y Acción. http://ctxt.es/es/20210601/Culturas/36380/Manolo-Matji-guionista-Los-Santos-Inocentes-Delibes-Mario-Camus.htm

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