La ilustre fregona (Miguel de Cervantes)
VIII Episodio de las «Novelas Ejemplares» de Miguel de Cervantes.
La ilustre fregona es la octava de las Novelas Ejemplares escritas por Miguel de Cervantes. Este relato podría resumirse en: De cómo un delito hizo que Constanza pasara de ser una simple (aunque virtuosa) fregona, a ser la ilustre fregona. Y es que las personas no siempre son lo que aparentan.
La ilustre fregona emparenta en cierto modo con La fuerza de la sangre. También aquí encontramos un personaje de alta alcurnia campando por sus respetos y saliendo indemne del asunto porque la carga la lleva la víctima. Y es que la fechoría la paga quien no tiene un real, porque si tienes posibles la cosa cambia. La premeditación no es alevosa, sino fruto de un vahído pasajero. Además, siempre obtienes el perdón, no hay castigo en estos casos.
La crítica velada que hace Cervantes bajo la apariencia de un relato -las cosas no siempre son lo que parecen- es el nexo común de las dos historias, que -¿casualidad?- también comparten escenario. La ilustre fregona empieza en Burgos, pero se desarrolla en Toledo.
Como curiosidad, a Lope de Vega se le atribuye una obra de título similar: La gran comedia de la ilustre fregona, que a su vez fue versionada en 1709 por José de Cañizares. Si bien no hay certeza de la autoría de Lope de Vega sobre la primera, esta aparece en el vigesimocuarto volumen de sus Comedias, publicado en 1641.
Resumen de «La ilustre fregona»
En Burgos -Cabeza de Castilla-, allá por la segunda mitad del siglo XVI vivían los Carriazo y los Avendaño, las dos familias protagonistas de la historia. Ambas estirpes eran nobles y con dineros, y la amistad de los cabeza de familia –Diego de Carriazo y Juan de Avendaño– fue heredada por sus hijos Diego y Tomás.
Diego era un chaval que volvía a casa después de tres años de vida errante. Al cumplir los 13 decidió que quería ver mundo y se independizó. Como no tenía oficio, se dio a la picaresca. Eso sí, el narrador nos recuerda que, aunque pícaro, evidenciaba su condición de noble en sus actos, y que se apartaba de vicios insanos como el beber en exceso. Por prudencia cambió su nombre, cuyo apellido mudó de Carriazo a Urdiales. Pasó por Valladolid, Madrid, Toledo y Sevilla, y un buen día decidió que ya era hora de dar señales de vida y volver a Burgos.

En contraste, Tomás llevaba tres años estudiando latín y griego en Salamanca. Se preparaba para volver a la Ciudad Sabia a proseguir sus estudios, ya que su padre -don Juan- quería que entrase en la facultad. Tomás llevaba una vida monótona, centrada en el aprendizaje y alejada de las emocionantes aventuras que (con cierta carga de fantasía, todo hay que decirlo) Diego no cesaba de contar. Cuanto más escuchaba Tomás a su amigo, más ganas tenía de dejar los libros y marcharse con él a conocer mundo.
Un día le confió a Diego sus pensamientos y entre los dos urdieron un plan. Porque una cosa es querer irte a ver mundo, y otra irte de cualquier manera. La aventura tenía que financiarse de algún modo, que tampoco era cuestión de dormir debajo de un puente. Descartado eso de trabajar y seguros de la oposición de don Juan a que Tomás dejara de formarse, recurrieron a la picaresca de Diego.
Como Tomás debía regresar a Salamanca, Diego le contó a su padre que le había entrado el gusanillo de estudiar. Y el hombre, contentísimo de que su hijo por fin quisiera encauzar su vida, habló con don Juan. Dispusieron ponerles un piso y darles dinero suficiente para que no pasaran apuros. Pero, para contrariedad de los chavales, no irían solos. Les acompañaría Pedro Alonso (un ayo[1] «que tenía más de buen hombre que de discreto») y dos criados.
Días después, la comitiva emprendió el viaje. Alonso (cuya misión era vigilar a los chavales y administrar el dinero) había planificado la ruta idónea para llegar a Salamanca a la mayor brevedad. Pero cuando estaban cerca de Valladolid, los muchachos decidieron que era el momento de soltar lastre. Con extrema discreción robaron los 400 escudos que custodiaba el ayo. Luego ejecutaron el plan de evasión.
Se deshicieron del ayo y de uno de los criados con la disculpa de internarse en Pucela para ver la Fuente de Argales[2], donde llegaron acompañados del otro criado, a quien mandaron a la Puerta del Campo[3] con una carta que debía entregar urgentemente al ayo. Cuando Pedro Alonso quiso reaccionar, Diego y Tomás viajaban ya rumbo a Madrid. Sin posibilidad de encontrarlos, volvió a Burgos a dar cuenta de lo sucedido a los padres de los fugitivos.
Alonso, sin saberlo, ejecutaba la última parte del plan, cuyo fin era disuadir a las familias de que les buscasen, ya que en la carta expresaban su deseo de enrolarse y viajar a Flandes. De esta forma podrían viajar sin reparar en el tiempo ni dar cuenta de sus actos. Cuando se cansaran, aparecerían en Burgos diciendo que volvían de la guerra.
Libres de obstáculos, Diego y Tomás, o Carriazo y Avendaño (como prefiere llamarlos el narrador) siguieron su rumbo. Lo primero que hicieron fue vender sus mulas, espadas y ropas, adoptando una vestimenta más mundana que les permitiera pasar desapercibidos. De camino a Madrid pararon en Illescas, en cuya entrada conversaban dos mozos de mulas. Mientras descansaban, los muchachos prestaron atención a la conversación.

Los mozos hablaban de Sevilla, donde habían ahorcado a dos contrabandistas y andaban cercando a pícaros y delincuentes. Pero lo interesante de la conversación llegó al final. Uno viajaba hacia Sevilla y haría noche en Toledo, mientras que el otro hacía el camino inverso. Este último recomendó encarecidamente a su colega que se hospedara esa noche en la Posada del Sevillano, una venta de Toledo donde atendía una fregona[4] de unos 15 años que traía de cabeza a quien se hospedaba allí. Valía la pena la parada sólo por verla.
Tan efusivo fue el sevillano con la descripción de la muchacha, que Avendaño ya no pudo pensar en otra cosa. Fueron hasta Toledo y dieron con la posada, mas con sus ropas no se atrevieron a entrar. Esperaron fuera por si la joven salía, sin suerte. Cayó la noche y Carriazo se impacientó: Estaban perdiendo el tiempo en lugar de buscar un sitio donde dormir. Pero Avendaño no estaba por la labor de irse sin saciar su curiosidad. Ideó una excusa y entró en el patio de la posada, encontrando a la fregona.
Como ya es habitual en estas novelas, Constanza (la fregona) era el no va más hecho mujer. Guapísima, listísima, hacendosísima y cualquier otra virtud que exista. Pero sobre todo, guapa. Y claro, a Avendaño no le quedó otra que enamorarse del tirón, otro clásico. Y dijo que él no se iba de allí se pusiera como se pusiera Carriazo.
Avendaño contó al dueño que Carriazo y él eran mozos de un importante señor que estaba en ruta y les había ordenado esperarle en la posada. Coló y les dieron una habitación. Luego salieron a cenar a un bodegón cercano, donde pusieron las cartas sobre la mesa. Tomás dijo que de allí no se movía si no era con Constanza, y Diego, que tenía con quién encontrarse, optó por zanjar la conversación. En el peor de los casos cada cual seguiría su camino, no iba a perjudicarse él por hacer de sujetavelas del otro.
De vuelta a la posada se dispusieron a dormir. Mas una copla les despertó en mitad de la noche. Era el hijo del Corregidor, que andaba rondando a Constanza. A Avendaño eso no le hizo ninguna gracia, pero no le quedó otra que aguantarse y esperar que acabase el soniquete. Cuando volvió el silencio durmió como pudo, pues en su cabeza sólo estaba el deseo de que amaneciese para ver a Constanza.
Al despertar, ambos salieron al encuentro de la muchacha. Tras verla por primera vez, Carriazo dio parte de razón al entusiasmo de Tomás. La joven estaba de buen ver, pero tampoco era para tanto. Además, tal como le había dicho la noche anterior mientras cenaban, la chica no dejaba de ser una fregona, mientras que su amigo era un Avendaño. ¿Un noble como él iba a estar con una fregona sin linaje? No había parangón.
No obstante, Carriazo cejó en su empeño de seguir el viaje cuando se dio cuenta de que, para Tomás, Constanza no era un simple capricho. Y determinó quedarse en la Posada del Sevillano para ayudar a su amigo en la labor de conquista. La suerte les fue favorable, pues ese mismo día se habían despedido dos mozos y el dueño de la venta necesitaba reemplazarlos con urgencia. Avendaño -que dijo llamarse Tomás Pedro– se quedó como mozo del mesón, y Carriazo -rebautizado a Lope Asturiano– como aguador.

Así pasaron los días y las semanas, con Tomás intentando acercarse a Constanza, y Carriazo (a quien todo el mundo llamaba Asturiano) intentando hacerse a la nueva situación. Empezó Diego con mal pie, ya que un contratiempo con otro aguador le mandó unos días a la cárcel. Saliendo de ella soportó como pudo el acoso de las dos criadas de la venta, –Argüello y Gallega– y determinó comprar un burro y hacerse aguador autónomo. Recordando sus tiempos de picaresca se jugó el burro a cuartos y lo perdió, aunque pudo recuperarlo. En fin, que le pasó de todo. Y Tomás… Pues seguía intentando que Constanza le hiciera caso.
Una noche se presentó el Corregidor para interesarse por Constanza, conocedor de que su hijo pasaba las noches rondándola. Tenía curiosidad por saber quién era esa ilustre fregona de la que Periquito -su vástago- hablaba tanto. El posadero la hizo pasar y el Corregidor quedó, como todo el mundo, maravillado con la visión de la muchacha. Cuando se quedó a solas con el posadero quiso saber más sobre ella, y éste procedió a contarle su historia.
Constanza era hija de una mujer que, 15 años atrás, había llegado a la posada. La mujer nunca dio su nombre. Sus criados informaron que padecía hidropesía, pero en realidad estaba embarazada y a punto de parir. Dio a luz con ayuda de la posadera y les rogó que se hicieran cargo de la criatura. A cambio de su ayuda, les dio 200 escudos de oro. Les encargó que buscasen dónde llevar al bebé, estuvo ocho días recuperándose del parto y se fue.
A los 20 días volvió. La niña ya no estaba en casa. Siguiendo las instrucciones de la madre, la bautizaron y luego la llevaron a una aldea, hecha pasar por sobrina del posadero. La mujer, antes de marcharse, entregó al posadero una cadena de oro a la que quitó seis trozos, y un pergamino que cortó a la mitad, haciendo el corte en forma de onda. Le pidió que lo guardara, ya que era una contraseña. En dos años, alguien iría a buscar a la niña y se identificaría entregando los trozos faltantes. Pero pasaron dos años, y diez y quince, y allí no fue nadie, ni volvieron a tener noticias de la mujer.
El Corregidor cogió la mitad del pergamino. Ordenó al posadero avisarle de inmediato si alguien preguntaba por Constanza, y se fue. Tomás había estado todo el rato tras la puerta, aunque no había logrado entender la conversación. Pensó que el Corregidor había ido a pedir la mano de Constanza y, presa del pánico, entendió que era el momento de descubrir su identidad ante la joven.
Escribió una carta que le entregó al día siguiente y que ella rompió. No le gustó la triquiñuela de Avendaño y le instó a respetarla. A cambio, ella no daría parte de su proceder. Mas esa noche ocurrió algo determinante que acabaría por favorecer al joven: Dos señores de edad, de alta alcurnia, rodeados de su pléyade de criados, llegaron a la posada y pidieron habitación. Esos señores, como no podía ser de otro modo, eran los padres de Diego y Tomás. Y el joven instó a Constanza a preguntar a los criados de su padre, pero la moza le volvió a ignorar.

Los recién llegados se reunieron con el posadero y el Corregidor. Diego Carriazo sacó el santo y seña: la cadena y un trozo de pergamino. Coincidían. Tocaba, pues, saber la otra parte de la historia.
Carriazo padre omitió dar nombres y lugares. Se refirió a la madre de Constanza como una mujer muy importante, de la que él podría ser criado. La cuestión es que Carriazo padre fue un día a cazar al pueblo donde vivía la madre de Constanza, una viuda muy rica. Quiso verla y se acercó a su casa, donde llegó a la hora de la siesta, cuando no había nadie que atendiese a los visitantes. Sin ninguna oposición, subió al dormitorio donde dormía la mujer y la violó. Cuando acabó, se fue y se olvidó del tema. Pero a resultas de la violación, ella quedó embarazada.
Días antes de llegar a la Posada del Sevillano, a Carriazo padre le contactó un criado de la mujer que conocía la historia. Este criado era el testaferro de la buena señora, que murió cuando Constanza contaba dos años. Le dio los trozos de la cadena y la mitad del pergamino. También le entregó 30.000 escudos de oro, que debían servir como dote para casar a Constanza. Por último, le dijo dónde encontrarla. Y allí estaba, junto a su fiel amigo Juan de Avendaño, dispuesto a llevarse a su hija.
Hagamos el final corto. Los señores descubrieron que sus hijos -a quienes creían muertos en Flandes- estaban en la posada. Lejos de afearles la conducta, se alegraron de verlos y rieron con sus aventuras. Descubrieron a los muchachos la identidad de Constanza, que resultó ser hermana de Carriazo, y Tomás aprovechó para pedir su mano. Lógicamente, se la dieron. Constanza no esperaba ser hija de Diego de Carriazo, pero se lo tomó bien, como si lo conociera de toda la vida. Y todos juntos fueron a celebrar las buenas nuevas a casa del Corregidor, que era primo de Juan de Avendaño.
Pedro, el hijo del Corregidor, no estaba precisamente contento con las noticias, pues llevaba tiempo detrás de Constanza. Pero como Juan de Avendaño tenía una hija, acordaron ahí mismo que se casara con ella. A Carriazo hijo le tocó en suerte la hija del Corregidor. Vamos, que se apañaban matrimonios como quien se intercambia cromos en el patio del colegio.
Estuvieron un mes en Toledo antes de volver a Burgos, pues ya se habían celebrado dos matrimonios y Pedro quería conocer a su futura esposa y casarse de una vez. El final, ya se sabe: todos felices y teniendo hijos. Los posaderos quedaron tristes, pero satisfechos, pues recibieron 1000 escudos de oro de Juan de Carriazo, más un montón de joyas que les regaló antes de irse Constanza, la ilustre fregona.
Personajes de La ilustre fregona
– Constanza. Es conocida como la ilustre fregona o la fregona ilustre. Los toledanos la llaman así por su belleza natural y su virtuosismo, pues la muchacha -hablando coloquialmente- es más seca que un ajo y no hace caso de alabanzas ni permite que nadie se le acerque. No sabe nada de su vida, en la cual constantemente deciden todos por ella. Se casa con Tomás, no queda claro si por gusto o porque él pide su mano a Carriazo padre.
El personaje de Constanza tiene similitud con la Constanza de La Gitanilla (Constanza es el nombre real de Preciosa). Ambas desconocen su origen hasta el último momento, y ambas se prometen en matrimonio cuando acaban de encontrar a sus padres. Y, claro, los padres de las dos son gente de alta alcurnia. Aquí entra en juego el doble sentido: la ilustre fregona que se ganó el apelativo por sus dones, termina siendo ilustre porque es noble de cuna.
La Gitanilla se cría con la gitana que la robó creyendo ser también gitana, y Constanza se cría con los posaderos que la acogen, pero no le revelan quién es y qué hace allí. En contraste, el carácter de las dos es distinto. Una es alegre y extrovertida y la otra callada y reservada. Cuenta el posadero al Corregidor: «ni la madre se quejó en el parto, ni la niña nació llorando». Como si desde que nació supiese el drama que propició su alumbramiento.
También encontramos semblanzas de Constanza en Luisico (La fuerza de la sangre). En tanto que bastardos, no podían incorporarse a la vida familiar, por lo que pasan los dos primeros años al cuidado de terceros en una aldea y son presentados como sobrinos, desconociendo lo básico sobre su origen.
– Tomás de Avendaño. Joven burgalés, de familia noble, que estudia en Salamanca. Básicamente hace lo que hay que hacer, o lo que su padre espera que haga. Cuando Diego vuelve a Burgos y le cuenta sus aventuras, Tomás entiende que le falta algo, por eso no duda en mentir para irse con él. Nuevamente recuerda a La Gitanilla, al personaje de Juan de Cárcamo, quien también se hace pasar por quien no es para conquistar a Preciosa. La diferencia es que Juan fue honesto desde el principio. Tomás sólo se descubre ante Constanza cuando cree que otro ha pedido su mano.
– Diego de Carriazo (hijo). De muy joven decide irse a vivir la vida lejos de su familia. Pasado un trienio vuelve a Burgos, pero siempre con el pensamiento de partir. Cambia su nombre dos veces: en su primera escapada se hace llamar Diego de Urdiales. Al llegar a la posada se rebautiza como Lope Asturiano. Al regresar a Burgos Diego se despide de sus amigos, «que los tenía muchos y muy buenos». Llama la atención que ninguna de esas amistades conozca su verdadera identidad.
Se queda en Toledo por lealtad a Tomás (quien pasa bastante de él), pero en la Ciudad Imperial no se puede decir que le vaya demasiado bien. La llegada de su padre a Toledo y la amistad de éste con el Corregidor le libran de la cárcel. Termina casado con la hija del Corregidor.
– Los posaderos. Regentan la Posada del Sevillano, famosa por la ilustre fregona que trabaja allí. Ejercen de padres adoptivos de Constanza, aunque todos saben que no hay lazos de sangre entre ellos. Se limitan a seguir las instrucciones de la madre mientras esperan que alguien vaya a buscar a la niña, pero en ningún momento le cuentan la verdad, o al menos la parte de verdad que ellos conocen de su vida.
– Juan de Avendaño. Noble burgalés. Padre de Tomás y de otra hija cuyo nombre desconocemos, a la que promete con el hijo del Corregidor, de quien es primo. No tiene mayor relevancia en el relato.
– Diego de Carriazo. Otro noble burgalés. Padre de Diego y de Constanza, aunque de esta paternidad se entera 15 años después. De nuevo trazamos paralelismo con otro personaje de las Novelas Ejemplares, esta vez Rodolfo (La fuerza de la sangre), quien también tiene un hijo por dejar embarazada a una muchacha que viola, cuya existencia conoce años después.
Igual que Rodolfo, Carriazo actúa con premeditación, evidenciando que no es la primera vez que comete una fechoría de tal calibre. Visita a la mujer después de comer, cuando sabe que no habrá nadie que le atienda en la casa, pues es la hora de la siesta. Pero esto no le para: entra en la casa sin permiso y va directo al dormitorio, donde sorprende a la mujer durmiendo.
A diferencia de Rodolfo, quien considera una suerte que Leocadia siga desmayada cuando abusa de ella, Diego Carriazo despierta a la mujer y le informa de sus intenciones. Es un comportamiento sádico, de añadir sufrimiento extra al padecimiento de la mujer. La viola y se marcha sin ningún tipo de culpa o remordimiento. El único gesto amable que tiene con ella es no revelar su nombre. Pero esto no lo hace por la violación, sino para ahorrarle la vergüenza de haber dado a luz una hija bastarda.
La confesión se corta oportunamente por unas voces que llegan de la calle, ahorrando a los demás personajes valorar la actuación de Carriazo.
– Pedro (Periquito, como le llaman familiarmente). Eterno pretendiente de Constanza, a quien ronda casi cada noche sin éxito alguno. Hijo del Corregidor, termina prometido con la hija de Juan de Avendaño.
– Corregidor. Se presenta en la posada para pedir informes sobre Constanza, ya que su hijo le ha hablado mucho y bien de ella. Ante la imposibilidad de saber quién es realmente, se lleva una de las señales (la mitad del pergamino) para evitar que reclamen a la muchacha sin su conocimiento. Resulta ser primo de Juan de Avendaño y conocido de Carriazo padre.
Como poseedor de parte del santo y seña, está presente cuando los alguaciles llevan preso por segunda vez a Carriazo hijo, quien había «molido a palos» a un muchacho. Gracias a su intervención, el joven queda en libertad. Como en el caso paterno, la fechoría queda sin castigo. Además de Pedro tiene una hija (sin nombre) a quien promete con el asturiano.
– Argüello y Gallega. Son las criadas de la posada, ávidas de compañía masculina hasta el punto de que el posadero las acusa de espantar a otros trabajadores.
^ (1) El ayo es el encargado de vigilar a niños y jóvenes. Una especie de custodio.
^ (2) Se refiere a los viajes de agua de Argales. Las obras de abastecimiento de aguas (que incluían la construcción de fuentes) se iniciaron en 1586.
^ (3) Una de las puertas que daba acceso a Valladolid. Debía su nombre al campo con que lindaba.
^ (4) Criada encargada de fregar los platos y demás elementos de cocina.