La fuerza del amor (María de Zayas)
V maravilla de las «Novelas Amorosas y Ejemplares»
La fuerza del amor (originalmente era La fuerza de amor) es la quinta maravilla de las Novelas Amorosas y Ejemplares publicadas en 1637 por la escritora madrileña María de Zayas y Sotomayor. «Maravilla» es el nombre que reciben las distintas historias que conforman las novelas de Zayas.
Zayas utiliza la narración enmarcada para dar forma a sus novelas. ¿Esto qué es? Pues que hay un narrador que cuenta la historia principal, que transcurre en casa de Lisis los días previos a Navidad, y luego son los personajes (los invitados de Lisis) quienes asumen el papel de narradores para contar las diferentes maravillas. Se cuentan dos maravillas por noche, una por invitado, alternándose los días hombres y mujeres para contarlas. La fuerza del amor abre la tercera noche, cogiendo Nise el relevo de Alonso, que cerró la segunda noche con El prevenido engañado.
Argumento y análisis de La fuerza del amor
La fuerza del amor es una maravilla corta que habla de amor y de celos, pero también de rabia. Todo ello personificado en Laura, la flamante recién casada que de un día para otro pasa de gozar del respeto y atención de su marido, a soportar el desprecio verbal y el maltrato físico de éste. Viéndose impotente para revertir la situación, llega a pensar en soluciones extremas, pero se da cuenta de que le falta el valor para ejecutarlas. Entonces, se queja.
¿Por qué, vanos legisladores del mundo, atáis nuestras manos para las venganzas, imposibilitando nuestras fuerzas con vuestras falsas opiniones, pues nos negáis letras y armas? El alma ¿no es la misma que la de los hombres? Pues si ella es la que da valor al cuerpo, ¿quién obliga a los nuestros a tanta cobardía?
Yo aseguro que si entendierais que también había en nosotras valor y fortaleza no os burlaríais como os burláis; y así, por tenernos sujetas desde que nacemos vais enflaqueciendo nuestras fuerzas con los temores de la honra y el entendimiento con el recato de la vergüenza, dándonos por espadas ruecas y por libros almohadillas. Mas ¡triste de mí! ¿De qué sirven estos pensamientos, pues ya no sirven para remediar cosas tan sin remedio?Fragmento de «La fuerza del amor»
Sin duda, es una queja reivindicativa de la valía de la mujer y de cómo las mujeres han sido históricamente subyugadas en favor de los hombres. Se ha hablado del feminismo de María de Zayas, pero, honestamente, creo que no aplica la palabra, quizá porque en aquella época aún no se planteaban la igualdad de derechos. Tampoco la protagonista busca alejarse de la fuente de su sufrimiento: al contrario, intenta retenerle incluso recurriendo a la brujería. Ella no quiere separarse, quiere que todo vuelva a ser como antes.
Nise dice al presentar su maravilla:
Laura demuestra hasta qué punto la fuerza del amor es poderosa, aunque, más que de fuerza del amor, yo hablaría de fe o de convicción. Incluso de rabia, pero no de amor. Laura lamenta no tener valor para vengarse (cosa que sí hacen otras protagonistas de Zayas, por ejemplo, Aminta en La burlada Aminta). Cuando hablas de vengarte de la persona que supuestamente quieres, es porque el amor ha salido huyendo. No buscas infligir dolor a quien amas. Para ese momento, lo que hay en Laura (legítimamente) es desamor.
En aquellos tiempos, a la mujer se la educaba para ser buena madre y esposa. Ya que tenían que aguantar, qué menos que recibir un buen trato por parte del marido. Y eso es lo que quiere Laura, que don Diego vuelva a ser el esposo amantísimo de los primeros tiempos. La volubilidad de carácter del marido la achaca a las malas artes de Nise, pero en el fondo sabe que él es así, simplemente ha descubierto una faceta suya que no conocía. Como no puede cambiarlo, recurre a la brujería, que es lo mismo que recurrir a la trampa, al engaño… en fin, a las mismas malas artes que achaca a su rival.
Sin embargo, gracias a la hechicera descubre su verdadera fuerza y hasta dónde está dispuesta a llegar para conseguir lo que quiere. La desesperación le lleva a arriesgar su vida, y ahí encuentra el límite y recapacita. No vale la pena ir tan lejos por alguien que no te aprecia. Para entonces, Laura ha sido despreciada por su marido y abandonada por su familia, aunque don Carlos reaparezca en el último momento para salvarla. Su opinión sobre el género masculino es mala, cree que todos los hombres actúan igual y no quiere saber más de relaciones, sólo busca un lugar donde estar a salvo.
En tanto que el núcleo familiar ya no es un lugar seguro (no puede confiar en ellos porque la dejan a merced del maltrato conyugal), decide ingresar en un convento. No por fe, ni porque Dios sea «el amante más agradecido», sino por la decepción que le generan el matrimonio y la reacción familiar. El convento es un lugar recurrente en las maravillas de Zayas y suele aparecer como el único lugar seguro para las mujeres, independientemente de su estado civil.
La moral de la época censuraba la autonomía personal de la mujer. Estaba muy mal visto que una mujer intimase con varios hombres, pero se aceptaba el hecho de que un hombre tuviese varias amantes a lo largo de su vida. Por eso, don Diego se deja querer por Nise y establece con ella una relación que conoce todo el mundo, incluidas su esposa y su familia política. Simplemente porque la doble moral imperante le permitía hacerlo, a la vez que obligaba a su esposa a guardarle fidelidad. Claro que había mujeres más autónomas en esos tiempos. La propia Zayas nos ha hablado de ellas. Pero, a diferencia de los hombres, tenían que ser discretas.
Lo que don Diego no se espera es que su esposa le abandone. Ahí es cuando recobra la cordura, reconoce su falta y pide una segunda oportunidad. Pero ya es tarde, y aunque quedara un resquicio de amor, lo que se ha perdido es la confianza. Avergonzado y apesadumbrado, decide dejar todo atrás y marchar a la guerra, lugar donde encuentra la muerte unos meses después.
Resumen de La fuerza del amor
Laura de Carrafa era una joven que vivía en Nápoles junto a su padre, don Antonio, y sus dos hermanos mayores, don Alejandro y don Carlos. En la unidad familiar faltaba la madre (cuyo nombre ignoramos), que murió en el parto de la muchacha. Por lo demás, el linaje de los Carrafa tenía cierta enjundia: don Antonio era señor de Piedrablanca y estaba emparentado con los duques de Nochera.
El padre suplió con creces la ausencia de la madre, ya que se dedicó en cuerpo y alma a sus retoños e inculcó a Laura el principio de la honestidad, que, como ya sabemos, era una virtud muy apreciada en aquellos tiempos a la vez que fuente de problemas, pues más autonomía personal y menos recato habrían evitado más de un matrimonio desdichado.
En fin, Laura llegó a la edad adulta, y, como cualquier joven, empezó a acudir a los saraos que se organizaban en Nápoles. Era una muchacha guapísima (condición indispensable para protagonizar estas historias) que tenía gran cantidad de pretendientes. Uno de ellos era don Diego de Piñatelo. Los Piñatelo eran otro linaje ilustre, ligado al ducado de Monteleón. Y como habrás adivinado, don Diego se quedó prendado de Laura e hizo todo lo posible para que ella le correspondiera.
En los saraos napolitanos era costumbre tener un maestro de ceremonias cuya función era formar las parejas de baile. El hombre elegía aleatoriamente a un galán y a una dama y los ponía a danzar. Pero en la aleatoriedad cabía el soborno, y de eso se valió don Diego para bailar con Laura, aunque la cosa no salió muy bien. Al galán le comió la lengua el gato y apenas se atrevió a musitar un: «señora, yo os adoro» que no fue muy bien recibido por Laura, quien fingió sentirse mal y volvió a su asiento.
A partir de ahí empezó la desesperación de don Diego y el desasosiego de Laura, a quien ese «señora, yo os adoro» le afectó más de lo que dejó ver. Durante unos días, ella se debatió entre lo que sentía y lo que no quería sentir, mientras él se dedicó a pasear por su calle con la esperanza de verla asomada al balcón, enfurruñado por la poca atención recibida. Hasta que una noche decidió dar un paso más y llevó a un criado de buena voz a cantarle una coplilla.
La idea fue buena. Laura, escondida tras la celosía de una ventana, le confesó estar enamorada de él. Lo malo fue que los hermanos también escucharon la serenata y acudieron raudos a la puerta con las espadas dispuestas para la pelea. Esto no lo anticipó don Diego, que fue herido por los guardianes de la virtud de Laura y tuvo que abandonar el lugar junto a su criado.
Algunas veces, lo que parece malo en realidad acaba siendo lo mejor que podía pasar. La herida de don Diego puso en alerta a sus padres, que lógicamente quisieron saber el motivo de la agresión. Puestos en antecedentes, no sólo no se opusieron a que su hijo matrimoniara con Laura, sino que movieron hilos para iniciar un acercamiento a los Carrafa con el fin de pedir la mano de la joven. Y así fue como don Diego de Piñatelo y doña Laura de Carrafa terminaron desposados, marchándose don Diego a vivir a casa de los Carrafa.
El matrimonio, que sería el bonito final de una historia de amor, en realidad fue el principio de la desdicha de Laura. Y es que aquí entró en juego Nise. Hoy día diríamos que Nise era la ex de don Diego, pero entonces eran más poéticos, así que diremos que Nise era la antigua pretendida de don Diego, de la que se olvidó cuando se cruzó con Laura.
En su día, Nise, convencidísima de ser la futura esposa de don Diego, no tuvo problema en anticiparle lo que antaño se reservaba al marido. Lógicamente, el enlace Piñatelo-Carrafa le sentó como una patada, pero en lugar de ponerse a llorar por las esquinas pensó otra cosa: ella no sería la esposa de don Diego, mas nada le impedía ser su amante. Sólo debía actuar con astucia para traerlo de nuevo a su lado. Y así, Nise desplegó todos sus encantos y colmó de regalos a su antiguo amante que, tal como había previsto, volvió a caer en sus brazos.
El carácter de don Diego cambió. Pasó de adorar a Laura a aborrecerla y pisar la casa lo menos posible. Las quejas de su esposa las contestaba con malas palabras, y, lo que es peor, levantándole la mano. Laura no entendía nada, pero no faltaron vecinos que le pusieran al tanto de lo que pasaba. Un día vio a Nise en la iglesia y habló con ella para pedirle que dejara de ver a su marido. Sin embargo, logró todo lo contrario: que Nise, despojada ya de cualquier atisbo de vergüenza, buscara con más ahínco a don Diego.
Cierta noche que su marido tardaba en llegar, Laura ahogó sus penas sacando un arpa y entonando una coplilla un tanto despechada, con la mala suerte de que don Diego llegó a tiempo de escuchar las últimas estrofas. La bronca entre ambos fue descomunal, hasta el punto de que don Diego propinó una gran paliza a su esposa. Los gritos de los criados alertaron al padre y hermanos de Laura, que llegaron a tiempo de evitar que don Diego matase a la muchacha clavándole una daga. El hermano menor, don Carlos, arrebató la daga a Piñatelo y estaba dispuesto a acabar con él, pero don Antonio y Laura lo evitaron.
Don Antonio estaba harto de las continuas broncas del matrimonio. Le dolía la desdicha de su hija, pero no podía hacer nada para evitarla, así que tomó por el camino de enmedio: empaquetó sus cosas y marchó a Piedrablanca en compañía de sus hijos varones, quedando Laura sola en Nápoles a merced de su esposo.
Pese a todo lo ocurrido, Laura seguía enamorada de don Diego, y quiso hacer un último intento para recuperar a su esposo. Mandó llamar a una hechicera a quien prometió pagar lo que pidiese si conseguía restablecer la paz matrimonial. Y la hechicera hizo lo que cualquier estafador en estos casos: asegurarle que su marido volvería a ser el de los primeros tiempos, siempre que Laura aportase tres elementos con los que obrar la magia. Dicho esto, cobró cien ducados por la visita y se marchó.
Laura, que se las prometía muy felices antes de hablar con la hechicera, quedó en el más completo desconsuelo, porque lo que pedía la supuesta bruja no era muy fácil de obtener. Tenía que conseguir la barba, los dientes y el cabello de un ahorcado, ahí es nada. Y como cualquier persona normal en esta tesitura, pues no tenía ni idea de dónde sacarlo. Así que lloró y lloró, intercalando llanto y quejas, hasta que la luz se hizo en su mente. Cogió una linterna (un candil de aceite) y ordenó a los criados que, si don Diego volvía, le dijeran que fue a casa de alguna señora principal. Luego, salió a la calle.
El destino de Laura era un humilladero situado a las afueras de Nápoles, siguiendo el camino a Piedrablanca, donde llevaban los cadáveres de los ahorcados en el patíbulo. Los cuerpos se colgaban en unos garfios de hierro y ya nadie volvía a ocuparse de ellos, pues con el pasar del tiempo los huesos caían en un hoyo que hacía las veces de osario. Y como enfrente había una imagen de Nuestra Señora del Arca, se consideraba que el lugar estaba bendecido. Bueno, pues allí se encaminó Laura, en plena noche, dispuesta a conseguir lo que la hechicera le había pedido. Y estaba de suerte, pues poco antes habían ahorcado a seis bandidos.
Un poco más lejos, en Piedrablanca, los Carrafa dormían apaciblemente cuando el hermano menor, don Carlos, despertó sobresaltado y pegando alaridos. Tenía la certeza de que su hermana estaba en peligro, así que se vistió y, sin esperar compañía, salió a toda velocidad hacia Nápoles. Cuando pasaba frente al humilladero, el caballo se detuvo y no hubo forma de echarlo a andar. Sólo consintió moverse cuando don Carlos, atisbando la luz de la linterna de Laura, le indicó el camino hacia tan peculiar cementerio.
Don Carlos pensaba que alguna hechicera le estaba haciendo brujería, así que se plantó en la puerta del humilladero, y, desenvainando su espada, conminó a quien fuera que estuviese ahí a salir, advirtiendo que no se movería hasta que llegase la luz del día y pudiera verle la cara. Laura reconoció a su hermano, e intentó disuadirlo para que se marchara disimulando la voz. En balde, porque don Carlos la reconoció. La muchacha salió, se abrazaron y volvieron juntos a Piedrablanca.
Al día siguiente, toda la familia Carrafa viajó a Nápoles para ver al virrey. Al fin, Laura, arrepentida de haber expuesto su vida la noche anterior, tomó una decisión: entrar en un convento. Pero, al estar casada, necesitaba el beneplácito de una autoridad superior.
Lógicamente, se requirió la presencia de don Diego, que tras escuchar las razones de su esposa apeló al virrey para conseguir una última oportunidad con la promesa de enmendarse. Pero ya Laura estaba cansada. No quería saber nada ni de don Diego ni de cualquier otro hombre. Hizo oídos sordos a las súplicas de su marido y ese mismo día entró en el convento de la Concepción.
Don Diego, arrepentido, volvió a la casa. Cogió las joyas y el dinero que habían y se marchó. Eligió expiar su culpa sirviendo al rey Felipe III en el frente que el monarca tenía abierto contra el ducado de Saboya en Monferrato, donde meses después acabó sus días.
Personajes de La fuerza del amor
– Laura de Carrafa. La protagonista de la historia. Es una joven noble, de Nápoles. Huérfana de madre desde que nació, crece al amparo del padre y los dos hermanos mayores, de quienes no se separa ni siquiera al casarse, ya que sigue viviendo en la casa familiar.
Laura conoce a don Diego en uno de los saraos que se celebran en Nápoles y acaba casándose con él. Sin embargo, la vida matrimonial no es lo que ella espera, ya que la infidelidad de su esposo empieza relativamente pronto, y con ella el maltrato de palabra y obra. A pesar de todo, sigue apostando por el matrimonio (tampoco tenía muchas más opciones en aquella época) y cree que es posible la redención de su marido. No le importa incluso ponerse en peligro si con ello consigue que su matrimonio se enderece.
Cuando es consciente del peligro que ha corrido en el humilladero, reniega de don Diego y de los hombres en general, buscando el consuelo en la fe («Dios, que era amante más agradecido»). El convento, además, es un lugar seguro para ella, que se libra de depender tanto de su marido, como de la protección de su familia.
– Don Diego de Piñatelo. El marido de Laura. Está muy enamorado de ella hasta que en su vida reaparece Nise, su antigua pretendida. Entonces olvida su compromiso con la primera para dejarse querer por la segunda. Llega a aborrecer tanto a su esposa, que una noche está a punto de matarla. Don Diego actúa de esa manera por la sencilla razón de que puede hacerlo, no se para a pensar que su comportamiento puede tener consecuencias, por su cabeza no pasa ni de refilón la posibilidad de que Laura pueda dejarlo.
Cuando es llamado ante el virrey le ve las orejas al lobo y promete redimirse, pero ya es tarde. A su esposa ya no le interesa comprobar si su arrepentimiento es sincero o no. Abandonado, se enrola en el ejército y muere unos meses después de que Laura ingrese en el convento, seguramente en la guerra de sucesión de Monferrato.
– Don Antonio de Carrafa. Padre de Laura. Tras enviudar, asume el cuidado de sus hijos, ejerciendo la paternidad con sumo empeño. Sin embargo, como progenitor deja bastante que desear cuando, cansado de ver la vida que lleva su hija, decide mudarse a Piedrablanca con sus hijos mayores. Básicamente, porque se marcha al día siguiente de que don Diego intente matar a Laura. Ojos que no ven, corazón que no siente, parece ser su lema. Vuelve a ejercer de padre de la muchacha cuando esta aparece en Piedrablanca con don Carlos, en esta ocasión para pedir al virrey que autorice su entrada en el convento.
– Don Carlos. Hermano de Laura. Está muy apegado a su hermana, hasta el punto de que una especie de conexión le despierta en plena noche advirtiéndole que Laura está en peligro. No duda en ir a buscarla como antes tampoco duda en enfrentarse a don Diego para defenderla. Hay otro hermano, don Alejandro, pero, aparte de existir, no tiene mucho más papel en la historia. Da la impresión de que ambos existen para defender la honra de su hermana, pero la cuestión es que los dos la dejan tirada cuando es innegable que necesita apoyo y ayuda de su parte.
– Nise. Antigua pretendida de don Diego que, tras la boda, se convierte en su amante. Nise tiene poco papel, pero viene a ser la representación del mal y de la tentación. Una persona sin moral ni escrúpulos que atrapa a don Diego en sus redes y, para colmo, se mofa del padecimiento de Laura.
Lo cierto es que Nise se deshonró con don Diego bajo promesa de matrimonio, cosa que luego no sucedió. De haber sido más inteligente, le habría mandado a hacer gárgaras y se habría buscado a otro. Pero no. Ella se empeña en recuperarlo, aunque sea para un rato. Se mofa de Laura en tanto que Laura es la esposa de don Diego, cosa que ella nunca podrá ser, pero ambas pierden de vista que el único responsable de la situación es Piñatelo. Es él quien incumple su promesa hacia Nise y quien falta a su deber con Laura.
Como la historia se repite, al final de la maravilla don Diego vuelve a dejar tirada a Nise, al marchar al frente sin despedirse de nadie tras haber sido abandonado por Laura.