El retablo de las maravillas (Miguel de Cervantes)
VI entremés de las «Ocho comedias y ocho entremeses nuevos»
El retablo de las maravillas es un entremés en prosa escrito por Miguel de Cervantes y publicado en 1615 en la colección de piezas Ocho comedias y ocho entremeses nuevos, nunca representados.
Un entremés es una obra corta cuya duración ronda el cuarto de hora. En el pasado, su función era entretener al público durante el primer descanso de una representación teatral, evitando que los espectadores se impacientasen o marchasen al ver el escenario vacío. Eran obras basadas en temas populares o de actualidad, pues el argumento debía ser familiar para el público porque el tiempo disponible no permitía profundizar demasiado ni en la trama, ni en los personajes.
Argumento y análisis de El retablo de las maravillas
El retablo de las maravillas de Miguel de Cervantes es una adaptación de un cuento oriental (probablemente de la tradición oral, ya que desconocemos tanto su título como su autor) que sirvió de inspiración a varios autores y quizá a ti también te suene, porque quien más, quien menos, hemos leído El traje nuevo del emperador y recordamos al rey paseando desnudo mientras la corte simula ver el magnífico traje que está estrenando, hasta que un niño rompe la magia y verbaliza lo que todo el mundo piensa: que el rey no lleva nada encima.
Bueno, pues Cervantes también recoge el argumento, pero lo retuerce a su manera: en lugar de ropa usa un retablo (un escenario para títeres) cuya función no podrán ver ni los bastardos, ni aquellos de sangre impura. O sea, los conversos. Obvio, en el retablo no hay nada, pero nadie reconocerá no ver lo que Chanfalla narra por temor a ser tildado de converso o bastardo. Hasta que, al final del entremés, un oficial (el furriel) que no está en el ajo, involuntariamente aborta la pantomima.
Entre el público hay de todo: cristianos viejos, conversos y quienes, a su pesar, tienen la certeza de ser bastardos. Sin embargo, todos tienen un punto en común, y es que ninguno admitirá no ver la función que presuntamente se desarrolla en el retablo. Ni siquiera los más convencidos de cumplir los requisitos de pureza. El comportamiento de los demás les lleva a dudar de sí mismos, cosa que no habrían hecho en otro contexto.
La farsa se torna en tragedia con la llegada del furriel, que, ignorante de lo que sucede en casa del regidor, afirma no ver a Herodías bailar con el sobrino del alcalde. Ese habría sido un buen momento para reflexionar, ya que nadie ve acompañado al joven. Pero no lo hacen. Tachan de converso al furriel y este, encolerizado, se lía a espadazos con todos mientras Chanfalla y Chirinos recogen la manta que hace las veces de retablo. La función ha terminado.
El retablo de las maravillas es buen ejemplo de manipulación colectiva. Ni siquiera podemos achacar el comportamiento de los espectadores a la ignorancia o la estupidez, pues hasta el más leído de ellos (el escribano) sigue la corriente al resto. El fanatismo colectivo gana la batalla a la cordura individual. El mismo alcalde se extraña de los pocos cachivaches que llevan los comediantes y el escribano, al principio, parece darse cuenta de que el retablo está vacío. Pero ambos sucumben ante la reacción del resto por miedo al juicio público.
Resumen de El retablo de las maravillas
Chanfalla y Chirinos son dos pícaros que llegan a un pueblo[1] haciéndose pasar por comediantes. Por el camino han tomado una especie de ayudante, Rabelín, un joven escuálido que será el encargado de aderezar con música la representación que quieren montar. Aunque Rabelín toca tan mal, que Chirinos teme que les apedreen sólo por el mal oído del muchacho.
Al poco de llegar se encuentran con las altas instancias municipales: el Gobernador, el alcalde, el escribano y el regidor. Chanfalla se presenta como Montiel y les ofrece representar el Retablo de las maravillas, una obra hecha por Tontonelo, sabio de grandes barbas que, tras mucho estudio, logró crear algo nunca visto. Porque «ninguno puede ver las cosas que […] se muestran si es judío converso o no ha sido engendrado por sus padres de legítimo matrimonio; y el que fuere contagiado de estas dos tan usadas enfermedades, despídase de ver las cosas, jamás vistas ni oídas, de mi retablo».
A Benito Repollo, el alcalde, le convence que al sabio Tontonelo la barba le llegue a la cintura, pues cree que los hombres con largas barbas son sabios. Y el Gobernador (del que ignoramos su nombre) propone al regidor, Juan Castrado, organizar la pedida de mano de su hija Juana (de quien el Gobernador es padrino) esa misma noche, y celebrar el evento representando el Retablo en la propia casa del regidor, a lo que este accede. Será a puerta cerrada, sin populacho que eche a perder el estreno. Y, tras cobrar Chanfalla seis ducados por adelantado (exigencia de Chirinos), se marchan todos.
La siguiente escena es ya en la casa del regidor y se abre con Juana Castrada, que está acompañada de su prima, la labradora Teresa Repolla. Toman asiento frente al retablo al tiempo que entran el Gobernador, el alcalde, el regidor y el escribano acompañados de algunos invitados, incluido Benito, el sobrino del alcalde. Los recién llegados se acomodan al tiempo que Chanfalla coloca a la autora (Chirinos) detrás del retablo (no es un retablo como tal, sino una manta que hace las veces de retablo), y a Rabelín delante, junto a él, cosa que contraria al alcalde, que prefiere tenerlo fuera de su vista.

Y por fin empieza el espectáculo. Chanfalla invoca al Retablo para que muestre las maravillas que contiene. De inmediato anuncia la aparición de Sansón, que viene a vengarse de sus enemigos. Benito Repollo interviene para rogar a Sansón que se detenga. Ellos han ido allí a divertirse, no a que les hagan papilla.
Vista la vehemencia del alcalde, el escribano, Pedro Capacho, pregunta al regidor si ve algo, afirmando este que sí. Por supuesto, Capacho no contesta que él ve el retablo vacío. El Gobernador se gira al público para decir, maravillado, que «así veo yo a Sansón ahora como el Gran Turco[2]; pues en verdad que me tengo por legítimo y cristiano viejo».
Lo siguiente en aparecer es un toro, que Chirinos presenta como el toro que mató a un repartidor en Salamanca. La reacción general es echarse al suelo, y el regidor pide que no saquen figuras tan violentas para evitar el susto a las muchachas. Claro, se congratula de que Juana lo vea, pues de no ser su hija no estaría asustada. Y aquí el Gobernador otra vez habla al público, ahora para asumir que no ve nada, pero tendrá que aparentar lo contrario para guardar las apariencias.
Tras el toro, Chirinos anuncia la llegada de un sinfín de ratones de todos los colores. Los bichos son, ni más ni menos, descendientes de la pareja de ratones que embarcó en el Arca de Noé. Otra vez el alboroto: Juana se ajusta la falda, Teresa dice que tiene un ratón en la rodilla, y el alcalde se ufana de que ningún ratón podrá entrar en sus pantalones.
Siguen apareciendo cosas. Esta vez, la lluvia. Chanfalla les previene de ella, pues el agua, que es del mismísimo río Jordán, convertirá el rostro de las mujeres en algo parecido a la plata, y la barba de los hombres en oro. Juana apremia a su padre para que se cubra, el alcalde declara estar empapado, y el escribano, Capacho, cree tener el bigote dorado, pues, pese a sus esfuerzos, algo de agua le ha salpicado. «¿Qué diablos puede ser esto, que aún no me ha tocado una gota, donde todos se ahogan? Mas ¿si fuera yo bastardo entre tantos legítimos?» dice de nuevo al público el Gobernador.
La lluvia es sucedida por la llegada de dos docenas de leones y osos colmeneros (que no causan mayor destrozo) y estos, a su vez, dan paso a Herodías[3]. Chirinos pide un voluntario para bailar con Herodías y el sobrino del alcalde se anima a bailar con ella al compás de la Zarabanda y la Chacona[4], música reconocida de inmediato por el escribano, el señor Capacho.
El baile se interrumpe de inmediato por la llegada del furriel que busca al Gobernador. Pide alojamiento para una tropa de treinta hombres que llegarán en una media hora y marcha. Pero el alcalde, ya metido en harina, se empecina en que la tropa la manda Tontonelo, y exige a Chanfalla que no aparezcan por ahí o se llevará doscientos azotes de propina. Y mientras uno dice que el furriel no es parte del espectáculo, y el otro echa sapos y culebras por la boca, pasa el tiempo y vuelve el furriel preguntando si ya está listo el alojamiento.
En lugar de aposento, lo que encuentra el furriel es al Gobernador diciéndole que no haga burla de las tropas, y al regidor diciendo que él y sus hombres son atontonelados. Como el furriel no entiende nada, Juan Castrado pide a Chanfalla el regreso de Herodías, con quien de inmediato se pone a bailar el sobrino del alcalde.
El furriel oye la música y ve cómo el sobrino baila solo al son de la Zarabanda, pero sigue sin entender de qué va todo aquello. Y los aldeanos, al darse cuenta de que no ve a Herodías, le acusan de converso[5]. Esto acaba de colmar su paciencia, y mientras el alcalde se lía a mamporros con Rabelín, el furriel saca su espada y pasa a todos a cuchillo, momento que Chanfalla y Chirinos aprovechan para descolgar la manta que hace las veces de retablo y dar por terminada la función.
Personajes de El retablo de las maravillas y sus características
– Chirinos y Chanfalla. Al empezar el entremés, Chanfalla dice a Chirinos: «No se te pasen de la memoria, Chirinos, mis advertencias, principalmente las que te he dado para este nuevo embuste», de lo que inferimos que no son actores o comediantes, sino simples pícaros. Probablemente sean pareja o matrimonio. Esto se deduce de la respuesta que le da Chirinos: «Chanfalla ilustre, lo que de mí dependa tenlo como seguro; que tanta memoria tengo como entendimiento, a quien se junta una voluntad de acertar a satisfacerte, que excede a las demás potencias».
En la edición original, Chirinos (la mujer) era Cherinos. Echando una ojeada al vocabulario de germanía (la jerga de los bajos fondos) vemos una palabra aproximada: cherinol, que es el cabecilla de una banda de maleantes. Y siguiendo el hilo, una cherinola es una «junta de ladrones o rufianes». Es decir, no formarían parte de una banda, sino que ellos mismos lo serían, y probablemente Cherinos llevaría la voz cantante. No en balde, es ella quien exige el pago por adelantado cuando los gerifaltes locales dan el visto bueno a la representación.
No sabemos mucho de ellos, ni de dónde vienen ni adónde se dirigen. Al presentarse al alcalde, Chanfalla dice llamarse Montiel. También es Chanfalla quien decide que les acompañe Rabelín para extrañeza de Chirinos, que cree que el trabajo lo pueden hacer tranquilamente entre los dos. Durante la representación, la voz cantante la lleva Chanfalla, que es hábil camelándose a la gente, aunque quien la da por finalizada retirando la manta es Chirinos.
– Rabelín. Se ignora de dónde sale, sólo sabemos que Chanfalla lo adopta por el camino para que toque música en los tiempos muertos del Retablo. En la RAE leemos que el rabel era un instrumento de tres cuerdas similar al laúd. Pero tiene una segunda acepción, que es «asentaderas o posaderas de los muchachos». Las posaderas son las nalgas, así que Rabelín, en el castellano actual, vendría a ser como poner de mote a alguien «Culín».
Las referencias que se hacen sobre él indican que es una persona pequeña. «En verdad que me han inscrito para entrar en una compañía de partes[6], por chico que soy», dice a Chanfalla. «Si os han de dar la parte a medida del cuerpo, casi será invisible», contesta este. Considerando que los pícaros son pareja, Rabelín, de algún modo, vendría a completar la familia.
– Gobernador. Ignoramos su nombre, aunque se le conoce como el licenciado Gomecillos. Está interesado en la vida cultural de la capital, ya que ha escrito veintidós comedias que espera vender a los autores de la Corte.
El Gobernador es soltero y, además, padrino de la hija del regidor, Juana Castrada. Es muy probable que, además de su padrino, sea su verdadero padre. Al principio de la representación se extraña por no ver lo que en teoría sí están viendo los demás, lo que le hace dudar sobre su condición de hijo legítimo o cristiano viejo. Sin embargo, simula ver el espectáculo como el resto.
– El alcalde. Su nombre, Benito Repollo, indica su profesión: agricultor. El alcalde es un hombre con más voluntad que luces que se empeña en usar un lenguaje culto que continuamente dice mal, motivo por el que es corregido por el escribano. Se enorgullece de ser «cristiano viejo rancioso», pero deja una puerta abierta a la interpretación cuando, al enterarse de que el sabio Tontonelo lleva barba hasta la cintura, dice: «los hombres de grandes barbas son sabiondos». Los rabinos, de largas barbas, son considerados sabios por la comunidad judía. Es posible que la sangre del alcalde no sea tan pura como pregona.
– El regidor. Su nombre es Juan Castrado. Dice ser hijo de Antón Castrado y Juana Macha. En los personajes femeninos, Cervantes invierte el género del apellido. El padre de Juana Macha se apellidaría Macho. Entendemos que el abuelo materno del regidor era fértil, mientras que su línea ascendente paterna y él mismo no lo son. El regidor no se extraña de no ver nada en el retablo. Sin embargo, se alegra de que su hija sí lo vea. Para él, que está engañado, es la confirmación de que sí es su hija. Pero la realidad es terca: ni su hija ve lo que no existe, ni él la ha engendrado.
– El escribano. Su nombre es Pedro Capacho. La escribanía había sido un oficio reservado a los judíos, por lo que probablemente sea converso. Cuando llega la lluvia al Retablo, el escribano se protege para no mojarse. En parte es una reacción lógica, pero podría tener un doble sentido porque Chanfalla advierte que el agua que cae es del río Jordán, lugar de bautismo de Jesús. Al protegerse de la lluvia, Capacho estaría evitando ser bautizado. De hecho, afirma estar completamente seco mientras que el alcalde dice estar chorreando.
Cuando termina la pantomima de la lluvia, Capacho comenta que algo de agua le cayó en el bigote, por lo que debía tenerlo rubio. A lo que el alcalde responde: «Y aun peor cincuenta veces». Si subimos la tonalidad del rubio, llegamos al pelirrojo. En la época de la Inquisición se tenía la creencia de que los pelirrojos eran judíos, de ahí el comentario malintencionado del alcalde.
– El furriel. Un furriel era un oficial a cargo de una unidad armada. El furriel es al único que todos ven claramente, pero, irónicamente, todos prefieren no verlo. Tiene su explicación: los habitantes del lugar debían dar aposento gratuitamente a los hombres del furriel, lo que no les hacía ninguna gracia. Por eso el alcalde, al recibir la petición de treinta camas, exige a Chanfalla que haga desaparecer tanto al furriel, como al batallón que le acompaña.
No sabemos cómo habría reaccionado el furriel de haber conocido las bondades del retablo. Como no las conoce, no tiene empacho en decir que ahí no hay nada. Y, como cristiano viejo que es (o dice ser, porque en aquel entonces pocos cristianos viejos habría), se defiende de la acusación de converso desenvainando su espada y usándola contra todo el que se le pone a tiro.
– Tontonelo. No existe, es un personaje inventado por Chanfalla para justificar la existencia del Retablo. A los aldeanos les dice que es oriundo de Tontonela. A tenor de sus explicaciones, más que un sabio sería un brujo. Recordemos aquí que Chanfalla se presenta como Montiel. Si leíste El coloquio de los perros seguramente recordarás a la hechicera Montiela, amiga de Cañizares, que se empeña en llamar Montiel a Berganza. Con esta alusión, Chanfalla vendría a decir de sí mismo que es una suerte de brujo, o quizá descendiente de brujos.
Los otros personajes que aparecen en El retablo de las maravillas son Juana Castrada, hija del regidor, su prima Teresa Repolla, que es agricultora, y el sobrino del alcalde, que podría ser también el prometido de Juana.
(1) En la edición de 1816 impresa en Cádiz(↑) se dice que «la acción pasa en la entrada y en la calle de un pueblo anónimo», y realmente, por la conversación entre los pícaros, da la impresión de que Cervantes tampoco tenía gran interés en situar la acción en un lugar específico. La única mención a un pueblo que hay en el entremés se encuentra en el saludo de Chanfalla al Gobernador:
La verdad es que la frase no tiene mucho sentido, pero tampoco da a entender que sea el Gobernador de las Algarrobillas, sino más bien que compara las Algarrobillas (Chanfalla se refiere al municipio cacereño de Garrovillas de Alconétar) con el pueblo en el que están.
(2) Solimán II, también conocido como Solimán el Magnífico y Solimán el Legislador. En Europa se le conocía como el Gran Turco. Cervantes lo referencia también en el segundo episodio de las Novelas Ejemplares, El amante liberal.
(3) Herodías fue una princesa de la dinastía herodiana, conocida por su matrimonio con Herodes Antipas y por instigar la ejecución de Juan el Bautista, según los relatos bíblicos. Fue madre de Salomé, quien pidió la cabeza de Juan el Bautista tras su famosa danza.
(4) La Zarabanda y la Chacona, surgidas a finales del siglo XVI, se consideraban bailes lascivos y escandalosos, hasta el punto de ser prohibidos en España. El hombre que las bailase podría ser condenado a doscientos azotes y seis años de galeras, mientras que las mujeres se jugaban el destierro.
(5) Lo que gritaron al furriel fue «de ex illis es», que en latín significa «de ellos es». Es decir, le acusaban de converso.
(6) La compañía de partes era un grupo de teatro cuyos miembros se repartían equitativamente las ganancias.