El licenciado Vidriera (Miguel de Cervantes)
Episodio V de las «Novelas Ejemplares» de Miguel de Cervantes
El licenciado Vidriera es la quinta historia de las Novelas Ejemplares de Miguel de Cervantes. De entrada recuerda ligeramente El Quijote, pues su protagonista, Tomás Rodaja, también es un personaje que pierde el juicio. En este relato, Cervantes utiliza la locura de Rodaja (el licenciado Vidriera) para cuestionar la hipocresía y la superficialidad de la sociedad española de los siglos XVI y XVII.
El propio Tomás hace gala de esto, pues, como declara al principio de la novela, ni el nombre de su tierra, «ni el de mis padres sabrá ninguno hasta que yo pueda honrarlos a ellos y a ella […] con mis estudios, siendo famoso por ellos». Es decir, estudia para alcanzar una notoriedad de la que carece en su lugar de origen, el cual no conocemos en ningún momento, aunque quizá ese Licenciado Rueda del final haga referencia al municipio vallisoletano del mismo nombre.
Resumen de El licenciado Vidriera
La historia arranca en Salamanca, a orillas del Tormes, donde un mozalbete de unos 11 años dormitaba al cobijo de un árbol. Dijo ser Tomás Rodaja, y había llegado a Salamanca para estudiar y hacerse hombre de provecho. Como no tenía dinero, iba en busca de un amo a quien servir a cambio de estudios, cosa habitual en aquellos tiempos. El chaval, que tenía la instrucción básica, se prometió a sí mismo no revelar su origen hasta ser digno de él, cosa que había de lograr sobresaliendo en letras y leyes.
Todo esto le contó Tomás a dos estudiantes malagueños que le vieron sestear y decidieron despertarlo. El muchacho les cayó en gracia, así que lo adoptaron como sirviente. De ese modo, Tomás cambió su humilde ropaje de labrador por la capa negra típica de los estudiantes. El futuro licenciado se ganó el aprecio de sus amos a base de trabajar duro. Cumplía a rajatabla sus obligaciones como sirviente y no descuidaba sus estudios. Era un tipo inteligente y de buen trato, que con el tiempo se ganó la simpatía de quienes le rodeaban.
Pasados ocho años, los malagueños regresaron a Andalucía, no sin antes convencer a Tomás para que les acompañase. Pero el muchacho no se adaptó a la vida en Málaga. Echaba de menos Salamanca y el ambiente universitario, y pidió licencia a sus amos para regresar y continuar los estudios. Y ellos no sólo se la dieron, sino que, además, le regalaron el dinero suficiente para vivir los siguientes tres años, de forma que pudiera terminar la carrera sin preocupaciones económicas.
Tras la despedida, Tomás emprendió el camino de vuelta. En Antequera conoció a Diego de Valdivia, un capitán de infantería que también se dirigía hacia la Ciudad Sabia, por lo que decidieron viajar juntos. El capitán estaba reclutando soldados para viajar primero a Italia, y luego a Bélgica, e intentó convencer al muchacho de que se alistase. A Tomás lo de viajar le apetecía, pero hacerse soldado eran palabras mayores. Anunció a Valdivia que viajaría con ellos, pero que lo de enrolarse, ya si eso lo dejaban para otro día.

Aunque sin ser soldado, Tomás Rodaja se enfundó el uniforme militar y viajó junto a la compañía a Cartagena, desde donde partieron hacia Génova. El trayecto en barco se le hizo pesado e interminable, pero al llegar a Italia se le quitaron todas las pesadumbres. Como la vida castrense no iba con él, se separó de la compañía y dedicó los siguientes meses a conocer Italia a fondo. Y si no hubiese dado su palabra a Diego de Valdivia, se habría quedado en Venecia, pues la ciudad de los canales le maravilló.
Finalmente volvió con los soldados para viajar a Flandes. En ese viaje conoció Amberes, Gante y Bruselas, ciudades que nada envidiaban a las italianas. Pasaban casi dos años desde el inicio del viaje cuando Tomás decidió que ya era hora de regresar a España y terminar sus estudios. Y con gran pesar del capitán, que hubiese deseado que se quedase, emprendió la vuelta a Salamanca, donde fue recibido efusivamente por sus amistades y retomó los estudios hasta terminar la licenciatura en Leyes.
Al poco tiempo, llegó a la ciudad una dama de costumbres relajadas que de inmediato captó la atención del género masculino. Presumía de haber estado en Italia y Flandes, lo cual llamó la atención de Tomás, quien fue a verla por si acaso habían coincidido en su deambular por aquellas tierras. Pero no, se conocieron aquel día, y -para desgracia del joven- la mujer quedó prendada de él, lo que pasó desapercibido por el muchacho, quien sólo tenía interés en los libros.
Al no ser correspondida, la señora buscó la forma de atraer la atención de Tomás. Y no se le ocurrió nada mejor que darle un membrillo vitaminado con un presunto hechizo que, más que pócima milagrosa, era veneno. Claro, cuando el licenciado comió aquello se descompuso, y estuvo seis meses hecho polvo hasta que logró remontar. A la mujer le faltó tiempo para desaparecer, todo fuera que encima acabase en la cárcel por el mal hacer de la bruja de turno.
La cuestión es que Tomás se recuperó físicamente, pero mentalmente la cosa dejaba que desear. Declaró que todo él estaba hecho de vidrio y prohibió tajantemente que se le acercaran, pues al ser de vidrio, el más simple de los abrazos podría hacerlo añicos. Y también cambió su nombre, haciéndose llamar «licenciado Vidriera».
Lógicamente, el personal pensó que el licenciado Vidriera estaba como una chota. Trataron de acercarse a él para ayudarle a superar el bache, mas fue imposible. Cuando alguien le tocaba para demostrarle que no se rompía, el joven montaba un escándalo que culminaba en desmayo, así que optaron por mantener las distancias. Al principio, sus amigos le ataron en corto y pasó mucho tiempo encerrado. Pero cuando entendieron que no suponía un peligro para nadie, accedieron a dejarle libre.
El licenciado Vidriera se enfundó un ropaje ancho que no dañase la fragilidad del vidrio. Dejó de usar zapatos y empezó a dormir en el campo, al ras, en verano, mientras que en invierno se refugiaba en los pajares. Se alimentaba únicamente de fruta fresca y sólo bebía agua que él mismo tomaba con las manos en el río o en las fuentes. Caminaba por el centro de las calles, temeroso de que le cayese alguna teja, y entraba en pánico los días de tormenta, refugiándose entonces en el campo.

Mantenía las distancias con todo el mundo, pero seguía conversando con una elocuencia nunca antes vista, pues decía que, al ser de vidrio, veía las cosas con más claridad. Quizá la diferencia fuese que el vidrio le abstenía de guardar esa extraña diplomacia que hace que a veces callemos lo que realmente pensamos. A él, desde luego, no le importaba ofender mientras no faltase a la verdad. Era cristalino en todos los sentidos. Y eso, después de soportar muchas burlas, le hizo ganarse poco a poco el respeto de quienes le rodeaban.
Con el tiempo, la fama del licenciado Vidriera se extendió al punto que llegó a la Corte, donde un noble quiso conocerle. A pesar de sus reticencias, Vidriera acabó viajando a Valladolid. Paseaba libremente por la ciudad, acompañado de un mozo que se encargaba de mantener a la gente a distancia, sobre todo a los chavales, que siempre eran más problemáticos. Al cabo de una semana, ya era conocido en toda la villa por las ingeniosas respuestas que daba a quien quisiera preguntarle algo.
La extraña locura del licenciado Vidriera duró alrededor de un par de años, hasta que un fraile de la orden de San Jerónimo lo tomó a su cuidado. El fraile tenía experiencia en el trato de las enfermedades mentales y logró sanarlo. Así, Tomás dejó de ser el Licenciado Vidriera para reconvertirse en el Licenciado Rueda, e intentó ganarse la vida en la Corte ejerciendo como picapleitos.
Paradójicamente, su sanación fue su perdición. La fama que conquistó siendo loco la perdió estando cuerdo, pues ya nadie tenía interés en escucharle. La gente se agolpaba en torno al loco Vidriera porque emanaba verdades, pero el licenciado Rueda perdió esa capacidad. Viendo que nadie contrataba sus servicios y que ese camino le llevaba a la miseria, determinó volver a Flandes y enrolarse a las órdenes del capitán Valdivia, que lo recibió muy contento.
Tomás quiso lograr con las armas el reconocimiento que no había obtenido como abogado. Pero ni siquiera su valerosa muerte logró igualar la fama que el licenciado Vidriera, o el loco Vidriera como le llamaban popularmente, obtuvo contando las cosas sin tapujos, como realmente eran.
Personajes de El Licenciado vidriera
– Tomás Rodaja/Licenciado Vidriera/Licenciado Rueda. Es un joven de origen humilde que busca en Salamanca una oportunidad para estudiar. En realidad, usa los estudios como trampolín para ejercer una profesión que le dé renombre (es decir, lo que busca es notoriedad), pero sólo consigue el reconocimiento popular cuando deja de ser Tomás Rodaja para convertirse en el Licenciado Vidriera. Una vez recuperado el juicio, cambia su apellido para ser el Licenciado Rueda.
El personaje encarna las dos caras de la moneda: El interés que despierta siendo un loco que dice verdades sin tamizar, lo pierde cuando recobra el conocimiento. El primero expresa lo que todo el mundo quisiera poder decir y no se atreve, mientras que el segundo adolece de la diplomacia o hipocresía de la que todos, en mayor o menor medida, hacemos gala alguna vez. Pierde su seña de identidad y se diluye entre tantos otros. La falta de reconocimiento le lleva a Flandes, donde intenta lograr como soldado la fama que no obtiene como leguleyo.
– Los estudiantes malagueños. Dos estudiantes bien posicionados, de Málaga, que costean los estudios de Tomás a cambio de que sea su sirviente. Con el tiempo entablan amistad, aunque ellos vuelven a Málaga y desaparecen de la trama.
– La dama enamorada. Como otros personajes, carece de nombre. Aparece para causar la locura de Tomás y luego desaparece.
– Diego de Valdivia. Capitán de infantería que conoce a Tomás mientras recluta soldados para viajar a Flandes. Tomás decide acompañar a los soldados durante el viaje, pero vuelve a España a terminar sus estudios. Al final de la historia, derrotado, retorna a Flandes y es acogido por la compañía del capitán Valdivia.
– El fraile. Experto en el tratamiento de enfermedades mentales, es quien logra devolverle la cordura a Tomás, aunque esto, en parte, provoca su desdicha, ya que la locura del personaje es la que atrae el interés de la gente.