El lazarillo de Tormes (Anónimo)

El lazarillo de Tormes es una novela picaresca de autor anónimo (aunque se atribuye a Diego Hurtado de Mendoza) publicada por primera vez en Burgos el año 1554 bajo el título: Vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades. Este libro -no muy extenso, pues consta de siete capítulos- es el pionero de la novela picaresca en España.

A pesar de que en 1559 fue incluído en el Catálogo de Libros Prohibidos de la Santa Inquisición, la fama del lazarillo trascendió fronteras, publicándose en Bélgica, Italia, Francia, Portugal y Países Bajos. Las ediciones en castellano impresas en el extranjero posibilitaron que el público local accediera a la obra completa, pues varios de estos libros entraron en España de forma clandestina.

El lazarillo de Tormes: Resumen por tratados

Portada de la primera edición de «El lazarillo de Tormes».
Portada de la primera edición de «El lazarillo de Tormes». Burgos, 1554. Fuente.

El lazarillo de Tormes es la historia de Lázaro González Pérez, un salmantino nacido en un molino a orillas del Tormes que desde los doce años se ve obligado a buscarse las habichuelas. Sin familia en la que apoyarse, Lázaro va saltando de amo en amo: el ciego, el clérigo, el escudero (hidalgo), el fraile de la Merced, el buldero, el maestro de pintar panderos, el capellán y el alguacil. Dejó atrás a ocho amos antes de conseguir el que sería su empleo definitivo, pregonero de la ciudad de Toledo. Como entonces Lázaro se refiere al arcipreste de San Salvador como «mi señor», contaría un total de nueve amos.

Y en todo ese tiempo, ¿qué aprendió el lazarillo de Tormes de sus amos? Bajo mi punto de vista, aprendió a mirar por sí mismo y no esperar nada de los demás, a no fiarse de las apariencias y que más vale malo conocido, que bueno por conocer. Y también a no creer a pies juntillas lo que digan otros. Esta lección, la primera que le enseñó el ciego, es la que aplica al final de la obra, cuando prefiere quedarse con lo bueno que le da su esposa, a dar pábulo a las habladurías que sobre ella dicen los demás.

A pesar de que no da fechas, podemos situar el tiempo en el que transcurre la historia por dos datos que nos da el texto. El primero, la expedición de los Gelves, donde muere el padre de Lázaro tras ser desterrado, y que probablemente se refiera al año 1510. El segundo, el «año que nuestro victorioso Emperador en esta insigne ciudad de Toledo entró y tuvo en ella Cortes, y se hicieron grandes regocijos y fiestas».

El segundo dato nos da dos fechas posibles, pues Carlos V presidió dos Cortes Generales en Toledo, una en 1525, y la otra en 1538-39. Los «grandes regocijos y fiestas» cuadrarían con el ambiente distendido de las Cortes de 1525. Las de 1538-39 fueron problemáticas y acabaron disueltas el 1 de febrero de 1539, y esto cuadraría con la trayectoria vital de Lázaro, incluido un matrimonio que no le deja en buen lugar, aunque él prefiera ignorarlo.

Tratado primero: Cuenta Lázaro su vida y cuyo hijo fue[1]

El ciego y su lazarillo - José Domínguez Bécquer (1941)
«El ciego y su lazarillo». José Domínguez Bécquer

El relato empieza poniéndonos en antecedentes sobre la vida de Lázaro de Tormes. Que era hijo del molinero de Tejares[2], Tomé González, y de Antona Pérez, y que nació en la misma aceña[3] una noche que la madre ayudaba al padre en las faenas propias de la molienda. Como la aceña la movía el agua del río Tormes, él se ufanaba en haber nacido dentro del mismo río, por eso el sobrenombre de Lázaro de Tormes.

Tuvo padre hasta los ocho años, cuando a Tomé le acusaron de hurtar grano de los sacos que llevaban a moler. Como no negó la acusación, lo desterraron. Luego se empleó como mozo de mulas de un caballero que concurrió a la expedición de los Gelves[4], donde acabó el recorrido tanto del caballero, como de Tomé.

Antona quedó viuda, sin recursos y con un hijo que alimentar, así que decidió ir a Salamanca en busca de mejor fortuna. Allí se ganaba las habichuelas cocinando para algunos estudiantes y lavando la ropa de los mozos de cuadra del Comendador de la Magdalena. En las caballerizas conoció a Zaide, un mozo negro con el que acabó intimando.

A Lázaro, al principio, Zaide le infundía temor. Lo aceptó a medida que se dio cuenta de que, cuando él iba a casa, mejoraba la comida y había leña para la chimenea. Al final, el mozo acabó quedándose, y, a los meses, la familia aumentó. El hermanito daba pie a anécdotas como la que sigue.

Estando mi padrastro jugando con el mozuelo, como el niño nos veía a mi madre y a mí blancos y a él no, huía de él con miedo para mi madre, y señalando con el dedo, decía:

– ¡Madre, coco!

Respondió el riendo:

– ¡Hideputa!

Yo, aunque era niño, noté aquella palabra de mi hermanico y dije para mí: ¡Cuántos debe de haber en el mundo que huyen de otros porque no se ven a sí mismos!Fragmento de 'El lazarillo de Tormes'.

No sabemos qué pasó con Zaide, salvo que su destino fue similar al de Tomé. Se destaparon varios hurtos que había hecho en la casa y cuadras del Comendador, y como consecuencia fue azotado y pringado[5]. A Antona se le prohibió darle cobijo y volver por los dominios del Comendador, así que se fue a servir al mesón de la Solana.

Y aquí conocemos a su primer amo: un ciego que llegó al mesón cuando Lázaro contaba doce años. El ciego era perro viejo. Estaba hecho a las calles y dominaba las tretas necesarias para sobrevivir en ellas. Tenía especial mano con las mujeres, pues sabía oraciones para todo tipo de males: para las preñadas, para las que no se preñaban, para el mal de amores… Predecía el sexo de los futuros bebés y también daba remedios para la salud quebradiza, o el dolor de muelas, o cualquier mal que pudiera solucionarse con hierbas.

Con el ciego abandonó Lázaro Salamanca y a su madre, a quien no volvería a ver. Espabiló mucho y aprendió lecciones que le serían útiles el resto de su vida. La primera, nada más salir de la Ciudad Sabia rumbo a Toledo.

Salimos de Salamanca, y llegando al puente hay a la entrada un animal de piedra con forma de toro, y el ciego mandó que me acercase a él y me dijo:

—Lázaro, pega el oído al toro y oirás un gran ruido dentro. Yo, inocente, le creí y arrimé el oído, y en cuanto sintió que estaba junto a la piedra, de un manotazo estrelló mi cabeza contra el toro. Más de tres días me duró el dolor de la cornada. Él dijo:

—Necio, aprende, que el mozo del ciego un punto ha de saber más que el diablo. Y rió mucho la burla.'El lazarillo de Tormes' (fragmento).

Lo anterior era una forma un tanto brusca de decirle que espabilase, que no podía creer cualquier cosa que le dijeran. Y era cierto, y Lázaro, aunque niño, entendió que tenía que avivar y cuidar de sí mismo, pues no tenía a nadie que velara por él. Mas toda moneda tiene su cara y su cruz. Si el ciego era un compendio de sabiduría callejera, también era avariento y mezquino.

Lazarillo de Tormes y su maestro ciego - Théodule Ribot (1880)
Lazarillo de Tormes y su maestro ciego – Théodule Ribot The Cleveland Museum of Art

Lázaro estaba a su servicio sin más contraprestación que el alimento diario. Y pese a que el ciego «ganaba más en un mes que cien ciegos en un año», custodiaba al detalle hasta el mínimo mendrugo de pan. Guardaba la comida en un saco cerrado con una argolla de hierro protegida con un candado. Cuando comían, contaba la comida que sacaba del saco y lo volvía a candar. Pero la ración de Lázaro era mínima, y claro, cuando el hambre apretó, el niño tuvo que ingeniárselas para llenar algo más el buche.

El ciego cerraba la boca del saco, pero no contaba con que, siendo tela, podía descoserse y volverse a coser. Y esto era justo lo que hacía Lázaro. También sisaba parte del pan que le daban tras rezar, y hasta se las ingenió para vaciar el jarro del vino. Primero a las bravas, cogiéndolo y bebiendo de él. Cuando el ciego se dio cuenta y empezó sujetarlo, con una paja larga de centeno. Por último, el ciego custodiaba el jarro entre sus piernas, y él, simulando tener frío, se colocaba en ellas y vaciaba el preciado líquido por un agujerito que hizo en el culo del jarro.

Naturalmente, el ciego acabó descubriendo el engaño. Y planeó su venganza de modo que cogió a Lázaro por sorpresa. Días después, cuando el niño bebía el vino sentado entre sus piernas, el ciego alzó el jarro, y, juntando todas sus fuerzas, lo estrelló contra la boca de Lázaro, rompiéndole los dientes e incrustándole varios trozos de loza en la cara.

Ni que decir tiene que, aunque el ciego sanó sus heridas con vino, a partir de aquello Lázaro le cogió un odio brutal y empezó a pensar la forma de librarse de él. El ciego, por su parte, endureció su trato hacia el chico, que más de una vez fue salvado por transeúntes de alguna paliza. El ciego, para justificar el maltrato, contaba la historia del vino y otras fechorías del chaval provocando grandes carcajadas, de modo que Lázaro, además de magullado, quedaba herido en su orgullo.

Por fin le llegó a Lázaro la oportunidad de escapar. Una noche muy lluviosa debía guiar al ciego de vuelta a la posada donde se alojaban, pero había un arroyo que debían saltar. Simulando haber encontrado un tramo más estrecho, llevó al ciego frente a un pilar de piedra que había en la plaza. Cuando el ciego saltó para esquivar el agua se estrelló con gran fuerza contra el pilar, para regocijo del lazarillo, que huyó en cuanto las primeras gentes salieron a auxiliar a su amo y no paró hasta llegar a Torrijos.

Tratado segundo: Cómo Lázaro se asentó con un clérigo, y de las cosas que con él pasó

Pensando que Torrijos no era sitio seguro pasó Lázaro a Maqueda, donde conoció a un clérigo con el que estuvo seis meses y que era aún más avaro que el ciego. Todo el alimento de Lázaro consistía en una cebolla que debía durarle cuatro días, y el resto de la comida se guardaba en un arca cerrada con una llave que el clérigo llevaba siempre encima. La excepción se daba los sábados, cuando el clérigo comía una cabeza de carnero que costaba tres maravedís y le daba los huesos para roer.

A las tres semanas de servir al clérigo, Lázaro estaba ya en los huesos. Con este no valían artimañas, pues llevaba un control férreo de todas las ofrendas que le daban, y, además, conservaba los cinco sentidos, así que no podía engañarle como al ciego. Podríamos decir que las primeras semanas Lázaro sobrevivió gracias a los difuntos, ya que en los velatorios había barra libre de comida y bebida, y ahí aprovechaba para desquitarse. No sólo él se ponía las botas: también lo hacía el clérigo, que presumía de comedimiento y mesura en el comer y el beber.

Pero los difuntos daban para lo que daban, y esto era más bien poco. No en balde, sólo veinte murieron en el semestre que Lázaro pasó en Maqueda. Pensó en buscar otro amo, pero tenía reticencias. Si el ciego era malo y dio con otro peor, ¿qué sería de él si el nuevo amo resultaba aún peor que el clérigo? Esta incertidumbre aplacaba sus ganas de marcharse y le mantenía al lado de su amo.

Sin embargo, Dios aprieta, pero no ahoga (o eso dicen). Un  buen día que andaba Lázaro solo en la casa, llamó a la puerta un calderero ofreciendo sus servicios. Y al lazarillo le vino la inspiración. Contó al calderero que había perdido la llave del arca y temía la reacción de su amo, y rogó al hombre que probase si podía abrirlo con alguna de las llaves que llevaba. Y lo abrió. Como no tenía dinero, el calderero se llevó un bodigo[5] en pago por la llave, y a partir de entonces Lázaro tuvo acceso libre a la comida.

El bebedor - Francisco de Goya (1777)
El bebedor (Francisco de Goya). Museo Nacional del Prado.

Pero las alegrías duran poco en la casa del pobre. A pesar de la mesura con que Lázaro extraía comida del arca, pasaron sólo tres días hasta que el clérigo se dio cuenta de que algo pasaba. Quiso comprobar si era un error suyo y contó los panes que quedaban: nueve enteros y un pedazo. Cerró y se fue. Entretanto, Lázaro ideó una estratagema para poder seguir comiendo. Como el arca era vieja y tenía algunos agujeros, se entretuvo desmigajando los panes con la esperanza de que el clérigo pensara que los ratones eran los culpables de la falta.

Y eso fue justo lo que pensó su amo cuando regresó a la hora de comer. Mas, para contrariedad de Lázaro, puso remedio al instante. Se hizo con todos los clavos y tablillas que había por la casa y tapó uno a uno los huecos del arca, de modo que ni una mosca podría colarse. Durante unos días Lázaro volvió a la abstinencia forzosa hasta que ideó una solución: raer alguna de las tablas con un cuchillo simulando un nuevo ataque de los ratones.

A la mañana siguiente el clérigo vio el agujero y determinó poner una ratonera en el interior del arcón. Pero Lázaro se comía el queso, y, cuando su amo comprobaba la trampa, la hallaba sin cebo y sin ratón. Dado a los demonios, el hombre consultó el problema con sus vecinos, y determinaron que la culpable debía ser una culebra que antaño habitaba la casa del clérigo. Esto les quitó el sueño a los dos: al clérigo porque se pasaba la noche buscando a la culebra, y a Lázaro porque el desvelo del amo le impedía saquear el arca.

La cosa terminó una noche que Lázaro, al ir a dormir, se escondió la llave en la boca. Debió abrirla durante el sueño, y, al espirar, el hueco de la llave provocaba un pequeño silbido. Esto lo oyó el clérigo, que se acercó a la cama con un garrote que descargó sin piedad contra la cabeza del lazarillo, pensando que así mataría a la culebra. Y bien mirado, así fue, pues encontró la llave con que Lázaro abría el arca. «El ratón y la culebra que me daban guerra y me comían mi hacienda he hallado», dijo el clérigo.

Lázaro pasó inconsciente los siguientes tres días y aún tardó dos semanas en ponerse en pie, tiempo en que estuvo cuidado y alimentado por los vecinos. Cuando estuvo sanado, el clérigo lo despidió.

Tratado tercero: Cómo Lázaro se asentó con un escudero, y de lo que le acaesció con él

El lazarillo dejó Maqueda rumbo a Toledo, donde un escudero (o hidalgo) se convirtió en su nuevo amo. A Lázaro le dio buena impresión, mas no tardó en darse cuenta de que las personas no siempre son lo que aparentan ser. El escudero tenía buen porte y cualquiera habría pensado que su vida estaría más o menos resuelta. Pero en realidad era pobre y no tenía ni un mendrugo de pan que llevarse a la boca.

Una vez más, Lázaro fue a dar con el amo equivocado. Por lo menos, éste no era cruel ni avaro, y si la suerte le sonreía (cosa que sólo pasó una vez) compartía su buenaventura con el muchacho. El resto del tiempo era Lázaro quien se encargaba de conseguir comida, que normalmente mendigaba por las calles y tiendas guardándose mucho de que le relacionaran con el escudero, quien se preocupaba más por su honra (el famoso «qué dirán»), que por su estómago.

El lazarillo de Tormes - Luis Santamaría y Pizarro (hacia 1887)
El lazarillo de Tormes (Luis Santamaría y Pizarro). Museo Nacional del Prado.

Pese a la rocambolesca situación (imagina, el criado manteniendo y sirviendo al amo), a Lázaro el escudero le despertaba cierta ternura, porque no era mala persona, pero, lógicamente, nadie puede dar lo que no tiene. Y Lázaro, lo que necesitaba, era un amo con posibles al que no tuviera que mantener. Porque, conociendo el hambre, hubo días que el lazarillo priorizó la necesidad de su amo a la suya.

El escudero dijo ser de Costanilla de Valladolid, donde tendría un solar y algunas propiedades más, y marchó a Toledo en busca de mejor fortuna tras un rifirrafe con un vecino suyo. Buscaba colocarse como escudero de un gran señor, aunque la suerte no le había sonreído. Achacaba su desventura a la casa donde vivía, que, según él, daba mal fario a sus habitantes. Y prometió a Lázaro que, antes de un año, cambiarían a una vivienda mejor.

Pero el escudero no tuvo tiempo de cumplir su palabra. Una tarde que andaba contándole su vida a Lázaro llegaron a la casa un hombre y una anciana. Ambos reclamaban el alquiler. El hombre, el de la vivienda, y la mujer, el de la cama (si se podía llamar cama al jergón que usaban para dormir). En total, la deuda era de doce o trece reales. El escudero les emplazó a volver más tarde porque tenía que ir a la plaza a cambiar una pieza de a dos[6] para poder pagarles.

Por la tarde volvieron los acreedores, pero el escudero había puesto pies en polvorosa y nadie volvió a saber de él. Los acreedores requirieron la presencia de un alguacil y un escribano, pues pensaban que Lázaro era cómplice del deudor, aunque las vecinas terciaron y gracias a ellas quedó libre.

Y así terminó la historia del lazarillo de tormes con el escudero. Una relación extraña, en la que el criado mantenía al amo y, además, fue el amo el que abandonó al criado. El mundo al revés.

Tratado cuarto: Cómo Lázaro se asentó con un fraile de la Merced, y de lo que le acaesció con él

El cuarto amo de Lázaro fue un pariente[7] de las vecinas del escudero, un fraile de la Merced de costumbres libertinas que le regaló el primer par de zapatos que rompió en su vida, durándole apenas ocho días. Era tal el ajetreo del fraile, que el lazarillo, incapaz de seguirle el ritmo, prefirió buscar otro amo.

Tratado quinto: Cómo Lázaro se asentó con un buldero, y de las cosas que con él pasó

Lazarillo de Tormes - Francisco de Goya (1810)
Lazarillo de Tormes (Francisco de Goya).

El quinto amo de Lázaro era un buldero[8], o quizá deberíamos decir que era un elemento que se hacía pasar por tal, pues vendía bulas falsas, y a menudo recurría a estratagemas un tanto rastreras para colocarlas. En este capítulo, Lázaro refiere una historia ocurrida en un pueblo de La Sagra toledana donde, debido a la resistencia de los fieles a comprar, el buldero se conchabó con un alguacil.

Hicieron un teatrillo curioso, consistente en sembrar dudas sobre las bulas para después obrar el milagro y que la gente comprase sin dudar. El engaño comenzó la noche antes de que el buldero y Lázaro abandonasen el pueblo. En la posada, el alguacil se enfrentó al buldero y lo acusó de vender bulas falsas. Como había gente delante, lo sucedido se extendió por el pueblo y se generó el rumor de que las bulas que vendía el comisario[9] eran falsas.

Al día siguiente, el buldero acudió a la iglesia para dar el último sermón. Y allí que se presentó el alguacil reafirmando su acusación. Y aquí llegó el engaño. El buldero dirigió unas palabras a Dios e hizo como que entraba en trance, y de repente el alguacil cayó al suelo convulsionando a lo bestia. El personal se alarmó, sacó al comisario del supuesto trance y éste pidió una oración por el pecador. Rezaron, echó agua bendita sobre el alguacil y luego colocó una bula sobre su cabeza, lo que hizo que dejara de convulsionar.

Ni que decir tiene que el teatrillo hizo su efecto y no sólo animó a los feligreses a rascarse el bolsillo, sino que el «milagro de la bula» se extendió por las comarcas cercanas, de modo que, en cuanto llegaban a un pueblo, los parroquianos se las quitaban de las manos sin necesidad ni de pisar la iglesia.

Por una vez, Lázaro tenía un amo que no lo mataba de hambre, pero al cabo de cuatro meses decidió que ese tampoco era su sitio y lo dejó.

Tratado sexto: Cómo Lázaro se asentó con un capellán, y lo que con él pasó

Entre el buldero y el capellán, Lázaro pasó un tiempo con un «maestro de pintar panderos»[10] que no se lo hizo pasar muy bien, así que el muchacho lo dejó y buscó otro a quien servir. Y, por fin, parecía que esta vez se hacía la luz.

Lázaro entró a servir al capellán de la iglesia mayor[11], que lo colocó de aguador. El trabajo del lazarillo consistía en recorrer la ciudad con un asno y cuatro cántaros vendiendo agua a los vecinos. Entre semana daba diariamente treinta maravedís a su amo y se quedaba el resto, y los sábados ganaba toda la recaudación. Ahorró lo suficiente para comer y comprar ropa de segunda mano con la que vestir decentemente, y al cabo de cuatro años dejó el oficio.

Lázaro aguador (Anónimo).
Lázaro aguador (Anónimo). W. Commons

Tratado séptimo: Cómo Lázaro se asentó con un alguacil, y de lo que le acaesció con él

El último amo de Lázaro fue un alguacil con el que estuvo muy poco tiempo porque el trabajo era demasiado peligroso para su gusto. Lo dejó una noche en la que unos malhechores la emprendieron a palos y pedradas con ellos. Cansado de dar vueltas y teniendo ya edad para asentarse, decidió no buscar más amos y tiró de amistades para conseguir un oficio real[12], colocándose como pregonero.

A partir de entonces, su vida cambió radicalmente. Lázaro de Tormes era conocido por todos, y no había anunciante en la ciudad que no pidiese sus servicios. Uno de sus clientes (al que Lázaro llama «mi señor») era el arcipreste de la iglesia de San Salvador, que estaba tan satisfecho con él que lo convenció para casarse con una criada suya que en la práctica era como de la familia. De hecho, tras casarse alquilaron una casa cerca de la suya.

Eso sí, el matrimonio no estuvo exento de ruido, pues con frecuencia oía Lázaro a las malas lenguas decir que su esposa era en realidad la querida del arcipreste y su matrimonio una cortina de humo. Incluso algún que otro amigo le habló de tres hijos ilegítimos que ella habría dado a luz antes de casarse. Este comentario provocaba el llanto de la mujer, así que Lázaro decidió, en lo sucesivo, quedarse con lo que a él le aprovechara y hacer oídos sordos al resto, tanto si era cierto, como si no.

El lazarillo de tormes: Descripción de los personajes

Lázaro de Tormes. Si bien el sobrenombre «de Tormes» puede inducir a pensar que Lázaro era huérfano (una de las fórmulas habituales para poner el apellido era tomar el nombre de un lugar), en realidad tiene padre y madre, aunque no por mucho tiempo. A los ocho años queda huérfano de padre, y cuatro años después su madre lo entrega a un ciego, rompiendo así el vínculo con el niño. Considerando la falta de lazos familiares, es comprensible que Lázaro prefiera usar el «de Tormes» a los apellidos de sus progenitores.

Cuando Lázaro se despide de su madre y abandona Salamanca con el ciego recibe su primera lección, el golpe que le da su amo contra el toro de piedra. En ese momento toma conciencia de que está solo en el mundo y debe aprender a valerse por sí mismo. Su evolución la vemos a través de la servidumbre a los distintos amos. Algunos pasan sin pena ni gloria por su vida, pero otros -especialmente el ciego- le dejan enseñanzas que le acompañarán para los restos.

La constante en los primeros años de vida de Lázaro es el hambre. Aún siendo niño, en Salamanca, ya nos dice que empieza a simpatizar con Zaide porque cuando el mozo va a ver a su madre lleva comida y leña. El hambre le acechará con el ciego, el clérigo y el escudero, amos que no le dejan más remedio que espabilar para poder comer. Engaña a los dos primeros (pues el problema no es que no tengan para alimentarle, sino que escatiman ese gasto), pero con el tercero recupera algunas de las tretas que aprendió viendo al ciego y sale a pedir limosna.

Si la enseñanza fundamental que le deja el ciego es que debe ser vivo y no confiar alegremente en los demás, el clérigo hace bueno el dicho de más vale malo conocido, que bueno por conocer. El ciego era avaro y mezquino, pero el clérigo es peor, y Lázaro, pese a querer dejarle, sigue con él por temor a que el siguiente amo aventaje en maldad a los anteriores. No es así. El escudero es buena persona, pero pobre, y su resistencia a que otros conozcan su verdadera situación le impide pedir ayuda para salir adelante.

Con el escudero, Lázaro aprende que las cosas no siempre son lo que parecen. Aprecia a su amo, pero no entiende que anteponga la honra al comer. Y se da cuenta de que no debe ser el único en esa situación. De hecho, años después, cuando se cruza con algún hidalgo con los mismos modos que el escudero, Lázaro no puede evitar pensar si estará en la misma situación que estuvo su amo.

¡Quién encontrará a aquel mi señor que no piense, según el contento de sí lleva, haber anoche bien cenado y dormido en buena cama, y, aunque agora es de mañana, no le cuenten por bien almorzado? ¡Grandes secretos son, Señor, los que Vos hacéis y las gentes ignoran!

¿A quién no engañará aquella buena disposición y razonable capa y sayo? ¿Y quién pensará que aquel gentilhombre se pasó ayer todo el día con aquel mendrugo de pan que su criado Lázaro trujo un día y noche en el arca de su seno, do no se le podía pegar mucha limpieza, y hoy, lavándose las manos y cara, a falta de paño de manos, se hacía servir de la halda del sayo? Nadie, por cierto, lo sospechará. ¡Oh, Señor, y cuántos de aquéstos debéis Vos tener por el mundo derramados, que padescen por la negra que llaman honra, lo que por Vos no sufrirán!».Fragmento de 'El lazarillo de Tormes'.

Cuando se da la paradoja de que el escudero le abandona, Lázaro entra a servir a un fraile, pero está poco tiempo con él. El ritmo de vida del buen señor es demasiado para el mozo. Este, no obstante, es un punto de inflexión en la evolución de Lázaro. Con sus primeros amos, la constante era el hambre. En adelante ya no hay quejas sobre ella.

Con el buldero está apenas cuatro meses. A estas alturas, Lázaro ya tiene un criterio propio sobre lo que está bien y lo que está mal, y el modo de vida de su amo le desagrada, pues es un estafador sin escrúpulos. Por esta razón lo abandona y busca un nuevo señor al que servir, el maestro de pintar panderos, del que dice que le hizo padecer mucho, pero sin entrar en detalles. La suerte le empieza a sonreír cuando encuentra al capellán que le da su primer trabajo serio. Mejor dicho, le alquila un puesto de trabajo, el de aguador.

Con el nuevo amo, Lázaro no pasa hambre, gana dinero honradamente e incluso puede ahorrar. Y aquí llega el segundo y definitivo punto de inflexión: el momento en que Lázaro cambia su vestuario y por primera vez se ve «en hábito de hombre de bien». Ahí decide romper con la vida que ha llevado hasta entonces y buscar un empleo. Lo intenta como ayudante del alguacil (otro amo que pasa sin pena ni gloria), pero lo deja pronto. Entonces consigue un oficio real y pasa a ser pregonero de Toledo. Y está contento con su trabajo, se le da bien y la gente le respeta.

Gracias a su oficio consigue la confianza del arcipreste de San Salvador y se casa con una de sus criadas. Un matrimonio un tanto malicioso, porque la criada, en realidad, es la concubina del arcipreste. Y Lázaro en el fondo lo sabe (y su misma esposa lo confirma involuntariamente cuando él menciona que ha sido madre tres veces y se echa a llorar), pero prefiere mirar para otro lado. Siguiendo el consejo del arcipreste, mira lo que sea de su provecho e ignora todo lo demás.

Familia de Lázaro de Tormes.

  • Tomé González. El padre de Lázaro. Trabajó quince años como molinero en la aceña de Tejares. La necesidad le llevaba a hurtar grano de los sacos que llevaban a moler, hasta que lo pillaron y desterraron. Acabó sus días en la expedición de los Gelves cuando Lázaro contaba ocho años.
  • Antona Pérez. Madre de Lázaro. Al quedar viuda se establece en Salamanca y trabaja como lavandera y cocinera. Allí conoce a Zaide, un mozo negro con el que entabla una relación que da como fruto un niño. Cuando Zaide es detenido por robar, se desentiende de él y se emplea en el mesón de la Solana, donde cuatro años después llega el ciego al que entrega a Lázaro. No volvemos a saber de ella tras despedirse de su hijo.
  • Zaide. Un mozo de cuadras, negro, que al juntarse con Antona se convierte en padrastro de Lázaro. Al principio Zaide causa rechazo en el chaval, que le tiene miedo. Se gana su confianza con el tiempo, cuando Lázaro ve que, al llegar Zaide, las cosas en la casa mejoran, sobre todo en lo tocante al alimento y al abrigo. Es acusado de robar al Comendador de la Magdalena, por lo que es azotado. A Antona se le prohíbe socorrerle. Tras este episodio, Zaide desaparece y no volvemos a saber de él.
  • El hermano de Lázaro. Hermanastro, mejor dicho, pues es hijo de Antona y Zaide, y por tanto, también negro. Sin embargo, él no tiene conciencia del color de su piel, lo que a ratos le lleva a huir del padre, que le infunde temor. Como bien apunta Lázaro al ver la escena: «Cuántos habrá en el mundo que huyan de otros porque no se ven a sí mismos».
  • La esposa de Lázaro. En realidad es la amante del arcipreste de San Salvador y tiene un pasado no muy respetable, ya que se le conocieron tres embarazos antes de su matrimonio. Tras casarse, sigue viéndose a diario con el arcipreste.

Los amos de Lázaro.

  • El ciego. Su primer amo, con el que se traslada de Salamanca a Toledo. Un maestro de la picaresca, conoce todos los recursos para sobrevivir en la calle. El ciego no sólo pone las pilas a Lázaro, sino que le adiestra en las artes callejeras (lo que más adelante le servirá para sobrevivir con el escudero). Lázaro admira su desenvoltura, pero el ciego tiene por contra que es avariento y mezquino, lo que lleva al niño a idear estratagemas con las que burlar a su amo y ampliar su ración de comida. Las tretas de Lázaro destapan la crueldad del ciego, que no duda en emplear el castigo físico de forma contundente, haciendo chanza después a costa del lazarillo. El maltrato es continuado, y es lo que lleva a Lázaro a abandonarle (previa venganza) y buscar otro amo.
  • El clérigo. Hizo bueno al ciego. Generoso consigo, mas no con el resto. Presume de comedimiento en el beber y el yantar, pero sólo cuando debe sufragarlo de su bolsillo. Si el dispendio lo paga otro, entonces come y bebe hasta hartarse, como pasa en los velatorios, donde no le molesta que Lázaro recupere el hambre atrasada. De normal, el clérigo alimenta a su criado con un cebolla que le da cada cuatro días, las sobras de su comida del sábado o comida que pueda estar en mal estado (como el pan que le da pensando que lo han roído los ratones). La avaricia extrema de su amo lleva al lazarillo a hacerse con una llave para abrir el arca donde guarda la comida, pero sale mal y Lázaro termina gravemente lesionado. Cuando el clérigo cae en la cuenta de que quien saca la comida es Lázaro, espera a que se recupere y lo echa de casa.
  • El escudero. Un hidalgo venido a menos que pasa más hambre que el propio Lázaro, ya que su obsesión por aparentar (lo que él llama honra) le lleva a no aceptar trabajos de bajo postín ni pedir ayuda para sobrevivir. Es buena persona, y la única vez que tiene algo (un real) no duda en compartirlo con el lazarillo. Se ve obligado a huir por el impago de una deuda que no puede saldar.
  • El fraile de la Merced. Si los tres primeros amos dejaron algún tipo de huella en Lázaro, este hubiera pasado desapercibido de no ser porque le regaló su primer par de zapatos. Que le duraron ocho días, no porque el chaval los maltratara, sino porque el ritmo del fraile cansaba al más pintado. Lo único que sabemos de él es que no le gusta la vida en el convento y prefiere callejear (y otras cosas). Al no poder seguir su ritmo, Lázaro decide buscar otro amo.
  • El buldero. Técnicamente, un comisario que se dedica a vender bulas. En realidad, un estafador que se enriquece con ellas usando si es preciso las malas artes para colocarlas. Podría verse como una crítica a la religiosidad practicada por algunos feligreses, quienes no dudan en dejar de lado sus creencias si con ello obtienen algún beneficio económico. Lázaro no aprueba la conducta del buldero y sólo permanece a su lado cuatro meses.
  • El maestro de pintar panderos. Un amo breve del que no sabemos nada, sólo que Lázaro pasó «mil males» con él. Tampoco sabemos si se dedica a pintar panderetas, ya que en aquella época lo de pintar panderos tenía también otras connotaciones más oscuras.
  • El capellán. Uno de los amos más longevos, pues Lázaro está con él nada menos que cuatro años. En ese tiempo trabaja de aguador, lo que le provee su primer ingreso fijo y le permite ahorrar y comprarse ropa de segunda mano con la que vestirse honradamente. Cuando Lázaro se viste por primera vez sin harapos, decide dejar el oficio de aguador y al capellán, ya que quiere optar a un trabajo mejor.
  • El alguacil. Otro amo breve. Su trabajo le exige valentía y la demuestra. Pero Lázaro considera que ser su ayudante es demasiado peligroso y lo deja.
  • El arcipreste de San Salvador. El último amo a mi parecer no es tal, aunque Lázaro lo llama «mi señor». En realidad es un cliente que acude a él en su calidad de pregonero para que anuncie sus vinos. Se las ingenia para casarlo con su criada en un intento de disimular la relación que mantiene con ella. Les alquila una casa cerca de la suya y se muestra generoso con ambos. Cuando Lázaro comenta los rumores que escucha, le aconseja que sólo haga caso a aquello que pueda ser de su provecho e ignore el resto.
Referencias

(1) El título del primer tratado vendría a ser: «Cuenta Lázaro su vida y quiénes fueron sus padres».

(2) Hasta 1963, Tejares fue un pueblo de la provincia de Salamanca. Desde el citado año es un barrio de la ciudad de Salamanca.

(3) La aceña era un molino de harina movido por la fuerza del agua.

(4) Los Gelves fueron dos expediciones militares cuyo objetivo era la isla de Yerba (Túnez). La primera expedición partió en 1510 y la segunda en 1520. Probablemente se refiera a la primera, puesto que fue la que causó mayor impacto en la memoria popular.

(5) Pringar era echar grasa derretida en las heridas abiertas por los azotes.

(6) La pieza de a dos se refiere a la moneda de dos castellanos de oro, equivalente a unos treinta reales.

(7) Pariente no en sentido familiar. La palabra se usa para indicar que el fraile había tenido relaciones sexuales con las vecinas de Lázaro.

(8) El bulderobulero era quien vendía las bulas de indulgencia. Este personaje lo vemos también en una novela corta de Cervantes, Rinconete y Cortadillo, pues el padre de Rincón es bulero.

(9) Alude al buldero o persona encargada de repartir las bulas.

(10) Cuando Lázaro habla de pintar panderos podría referirse a alguien que pinta panderetas, pero también podría estar jugando con el doble sentido, ya que la misma expresión se usaba para los estafadores y proxenetas. Teniendo en cuenta la temática del libro, seguramente sería algo de lo segundo.

(11) No especifica población, aunque podría haber vuelto a Toledo, ya que sabemos que estaba en esa provincia. En el último capítulo no indica cambio de residencia y cita la iglesia de San Salvador, que está en la ciudad de Toledo.

(12) Vendría a ser lo que hoy día se conoce como funcionario o empleado público. Según cuenta Lázaro, «todos mis trabajos y fatigas hasta entonces pasados fueron pagados con alcanzar lo que procuré: que fue un oficio real, viendo que no hay nadie que medre, sino los que lo tienen».

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