El coloquio de los perros (Miguel de Cervantes)

XII y último episodio de las 'Novelas Ejemplares'.

El coloquio de los perros es la historia que cierra las Novelas Ejemplares escritas por Miguel de Cervantes. Este relato empieza a desarrollarse en El casamiento engañoso y tiene como protagonistas a Cipión y Berganza, dos perros que frecuentan el vallisoletano Hospital de la Resurrección.

Una noche, los perros descubren que tienen la facultad de hablar como los humanos. Es un don pasajero, así que deciden aprovecharlo. Durante dos noches dialogan con total libertad, ajenos a que el alférez Campuzano está escuchando su conversación. Maravillado por lo que ha podido presenciar, Campuzano procede a transcribir parte del diálogo, que dará a leer a su amigo el licenciado Peralta.

El coloquio de los perros, resumen detallado

El coloquio de los perros
El coloquio de los perros (Luis Paret y Alcázar)

En El casamiento engañoso habíamos dejado a Campuzano y Peralta hablando de cómo la mala idea del alférez se le volvió en contra y le hizo perder todo lo que tenía a cambio de ganar una sífilis, razón por la que tuvo que ingresar en el hospital. Una de esas noches, mientras descansaba, le pareció oír voces. Mas cerca de su cama sólo estaban Cipión y Berganza, los perros de Mahudes.

Cipión y Berganza eran conocidos en Valladolid por acompañar al religioso Mahudes a pedir limosna. Los perros llevaban unas linternas[1] para alumbrar las monedas que caían al suelo, y se paraban frente a las casas de quienes habitualmente donaban esperando el óbolo de los moradores. Por las noches se retiraban al hospital.

Campuzano estaba maravillado por el milagro de oír hablar a los canes, pero los mismos perros no se lo creían. Felices por tener entendimiento y capacidad de comunicación, decidieron contarse sus vidas. Para no atropellarse, Cipión propuso hablar por turnos: Esa noche hablaría Berganza, y si la noche siguiente conservaban el don, él tomaría la palabra. Berganza halló justo el trato y comenzó a hablar.

El matadero de Sevilla

Berganza era un alano español que nació en el Matadero de Sevilla. Su primer amo fue un matarife llamado Nicolás ‘El Romo’, quien le enseñó a atacar a los toros junto al resto de perros del lugar. Un trabajo que se le daba bien, pero que Cipión le afeó. En el Matadero conoció Berganza al inframundo sevillano: Delincuentes, ladrones, prostitutas, sicarios… gente que «a dos por tres meten un cuchillo de cachas amarillas[2] por la barriga de una persona, como si acogotasen un toro». También conoció a fondo la corrupción, ya que gracias a ella sobrevivían las bandas delictivas.

Berganza
Berganza (Inocencio Medina Vera)

Uno de los trabajos de Berganza (al que llamaban Gavilán) era llevar a diario una cesta a casa de una amiga de El Romo. La cesta contenía la carne que El Romo había robado la noche anterior, así la criada no tenía que ir al matadero a recogerla.

Berganza cumplía bien su cometido, pero un día, mientras iba a entregar la mercancía, una hermosa muchacha le llamó desde una ventana. El perro se acercó, curioso, y ella aprovechó para vaciar la cesta y dejar dentro un chapín[3]. Cuando Berganza volvió al Matadero y El Romo vio el chapín, supo que se había dejado robar. Sacó una navaja y arremetió contra el can, que puso pies en polvorosa.

Los pastores

Aquella noche durmió Berganza en el campo, al raso, sin saber bien dónde estaba. Al despertar se encontró con unos pastores, a los que se acercó con la esperanza de que le cogieran para guardar el ganado. Y lo consiguió. Le pusieron un collar, le dieron de comer y le cambiaron el nombre: en adelante se llamó Barcino.

El tiempo que estuvo en el campo fue bueno para Berganza. Por las noches vigilaba por si aparecían lobos, y por el día descansaba plácidamente sumido en sus pensamientos. El oficio de pastor no era lo que él tenía entendido, pero igualmente era feliz. En este punto hubo de intervenir Cipión, puesto que Berganza empezó a hablar de los libros de pastores que leía la amiga de El Romo y se iba por las ramas. Como no sabían lo que les iba a durar el don de la palabra, era preciso que se contase lo importante, lejos de recuerdos estériles o chismorreos absurdos.

Berganza se disculpó y retomó su relato. La cosa en el campo fue bien hasta que llegó el lobo. Entrada la noche, los pastores gritaban: ¡Al lobo, Barcino! Y Berganza salía corriendo junto a los demás perros para atraparlo. Pero por mucho que corriese, buscase y se magullase las patas con los rastrojos y zarzales, no conseguía ni siquiera verlo.

Berganza y los pastores
Berganza y los pastores (fuente)

El alano meditó sobre el asunto. Si cuando el lobo llegaba los perros se iban, le estaban allanando el terreno. Determinó que, en lo sucesivo, se quedaría junto al ganado. Y así hizo. La siguiente vez que los pastores avistaron al lobo, se escondió en unos matorrales cercanos a esperar su llegada mientras el resto de la jauría salía en su búsqueda. Mas, para su sorpresa, no halló al lobo. O mejor dicho, sí que lo halló. A varios. Porque resultó que quienes mataban a los carneros no eran los lobos, sino los pastores.

Cuando al día siguiente llegaba el dueño, le enseñaban la pieza abatida por el lobo y le daban los restos recuperados. Pero lo que en realidad hacían era cobrarse las mejores piezas del carnero y entregar los restos al amo. Culpaban a los perros -que eran castigados duramente- y ellos salían indemnes. Como dijo Cipión: «No hay mayor ni más sotil ladrón que el doméstico». Berganza, desencantado, decidió abandonar a los pastores.

El mercader

Volvió Berganza a Sevilla («amparo de pobres y refugio de desechados») y llegó a la morada de un mercader, que, tras comprobar su buena disposición, lo nombró guardián de la casa. Durante el día estaba atado tras la puerta principal y alertaba a los habitantes si alguien extraño se acercaba, y por la noche lo soltaban y recorría toda la finca. Hacía tan bien su trabajo que ganó una mejora en la comida, y lo más importante: le dispensaron de estar atado durante el día.

Resultó que el comerciante tenía dos hijos a los que trataba muy bien. No en vano, Cipión explicó que «es costumbre y condición de los mercaderes […] mostrar su autoridad y riqueza, no en sus personas, sino en las de sus hijos». Una mañana, el hijo mayor olvidó el cartapacio[4] al marchar a la escuela. Sin pensarlo, Berganza lo cogió y lo llevó hasta la clase, donde se lo entregó en mano, quedándose después junto a la puerta. Le hizo tanta gracia a los muchachos, que en lo sucesivo el perro les llevó a diario las carpetas.

Berganza llevando el cartapacio
Berganza llevando el cartapacio (fuente)

Ahí empezó otra gran época para Berganza. Ganó fama entre los estudiantes, siempre dispuestos a jugar con él y darle raciones de comida extra. Sin embargo, a los profesores no les hacía tanta gracia el asunto, pues el rato que los muchachos tenían libre para repasar las lecciones lo empleaban en darle coba al perro. Así que terminaron por prohibir la presencia del can, que volvió a recluirse en casa, esta vez atado durante día y noche y vigilado por una criada negra.

La cosa es que la criada se relacionaba íntimamente con un criado (también negro) que dormía en el zaguán de la casa, detrás de donde estaba atado Berganza. Llevaban su romance discretamente, viéndose a hurtadillas por las noches, para lo cual compraban el silencio del perro. ¿Cómo? Lanzándole viandas que la criada robaba de la cocina. De ese modo evitaban los ladridos que hubiesen despertado al amo de la finca.

La criada
La criada (fuente)

Al principio Berganza comía y callaba, pero luego empezó a tener cargo de conciencia. Una de esas noches, la criada bajaba a encontrarse con su enamorado cuando el perro, en lugar de ladrar, arremetió contra ella arrancándole un trozo de muslo. Ocho días estuvo la mujer en la cama fingiendo una enfermedad, pues no podía contar la verdad a los amos. Una vez recuperada volvió a las andadas y Berganza le atacó de nuevo. Así pasaron un tiempo: Berganza atacaba a la criada y esta, en represalia, le dejaba sin comer.

Por fin, una noche la criada le echó una esponja recubierta de manteca con el propósito de acabar con él. Y Berganza, que para entonces ya empezaba a transparentar los huesos, decidió cambiar de aires. Aprovechó un día que le quitaron la cadena para escapar de la casa, encontrándose casi de inmediato con quien sería su próximo dueño.

El alguacil

El alguacil era amigo de su primer amo, Nicolás ‘El Romo’. Reconoció de inmediato a Berganza y le llamó por su antiguo nombre: Gavilán. Estaba con dos colegas[5] a quienes habló de las virtudes del perro, así que decidieron llevárselo a casa, pues pensaron que les sería de gran ayuda para sus tejemanejes.

El alguacil y el escribano
El alguacil y el escribano (fuente)

Tenía el alguacil gran amistad con un escribano[6]. Ambos estaban amancebados[7] con dos mujeres de la vida que, además, participaban en uno de sus negocios. El negocio en cuestión consistía en que ellas se camelaban a algún extranjero; lo llevaban a una pensión que sus parejas conocían y, antes de que la cosa pasara a mayores, el alguacil y el notario entraban en la habitación y fingían detenerles por amancebados. El extranjero se asustaba, pagaba una multa para evitar la cárcel y quedaba todo en nada.

Para ganarse el respeto de sus conciudadanos, el alguacil se conchababa con la banda de Monipodio[8]. Simulaba batir a rufianes o se apuntaba tantos gracias a los soplos de los malandrines. Luego lo celebraba junto a los delincuentes en casa de Monipodio. A Berganza todo esto no le gustaba, pero la gota que colmó el vaso fue el asunto de los caballos.

Cierto día, unos ladrones llegaron a Sevilla con un caballo robado. Para hacerse notar usaron una sencilla estratagema: Uno de ellos denunció al otro (que se hacía llamar Pedro de Losada) y entregó al teniente una cédula que decía que el tal Losada le debía 400 reales.

El teniente mandó al alguacil y al escribano a visitar al moroso, que reconoció su deuda y, a falta de liquidez, ofreció por prenda el caballo, el cual le entró por los ojos al alguacil. El supuesto acreedor aceptó al animal como pago y el alguacil ofreció 500 reales por él, lo que aceptó sin dudar. Aunque podría haber pedido más dinero, les interesaba una venta rápida para deshacerse de lo robado.

Por supuesto, el alguacil no cabía en sí de gozo, pues el caballo le hacía parecer más importante. Pero una mañana, en la plaza de San Francisco, un hombre reconoció al caballo, cuyo nombre era Piedehierro. Se lo habían robado días antes en Antequera. Otro hombre que lo acompañaba y sus criados atestiguaron lo mismo. Se armó la de San Quintín, pero como los caballeros aportaron pruebas, al alguacil no le quedó otra que devolver el caballo y aceptar que había sido estafado.

Esa misma noche, mientras buscaban a los ladrones, el Teniente de Asistente[9] (que hacía la ronda con el alguacil y Berganza) azuzó al perro: «¡Al ladrón, Gavilán!». Y Berganza, que ya estaba cansado de tanta historia, se tiró contra el alguacil, a quien atacó con saña. El Asistente fue quien le libró de ser apaleado por el resto de colegas, sentenciando que «el perro hizo lo que yo mandé». Berganza dio por finalizada su estancia en Sevilla y puso tierra de por medio.

El atambor

En Mairena del Aljarafe dio Berganza con unos soldados que iban a embarcar a Cartagena. Entre ellos había cuatro rufianes amigos de alguno de sus antiguos amos. Le reconocieron al instante, pero el que más interés mostró en el perro fue el atambor[10]. Conocía las virtudes del alano y le enseñó varias habilidades para distraer a la gente de a pie con el fin de ganar algunos maravedís. Allá por donde iba lo presentaba como el perro sabio y el espectáculo era muy popular, pues la gente se maravillaba con la destreza de Berganza y se divertía mucho viéndole saltar o bailar.

El atambor
El atambor (fuente)

Llegaron a Montilla, donde el atambor consiguió alojamiento en un hospital. Allí hizo un nuevo pase al que acudió mucha gente. Pero el rufián se vino arriba e instó a Berganza a saltar «en devoción de la famosa hechicera que dicen que hubo en este lugar», lo cual despertó la ira de la hospitalera, amiga de la mencionada y que en su día también fue tenida por bruja. La mujer dedicó algunos improperios al atambor y luego dio por terminado el acto, mandando a todo el mundo a casa. Sin embargo, permitió que Berganza y su dueño pasaran la noche en el hospital.

La Camacha, la Montiela y la Cañizares

Cañizares -que así se llamaba la hospitalera- era una mujer de 75 años. Citó al perro Berganza aquella noche en su habitación, pues tenía que decirle algo importante. Ella no le llamaba Gavilán -como su amo-, sino Montiel, y creía firmemente que era el hijo de Montiela, su amiga hechicera.

Cañizares y Montiela habían sido discípulas de la bruja más famosa de lugar, Camacha de Montilla, que era mejor bruja que maestra, pues nunca quiso enseñarles todo lo que sabía por temor a que la superasen. Aun así no pudo evitar que Montiela -que era muy inteligente- se le fuese subiendo a las barbas. Y como no podía permitir que otra bruja se igualase a ella, se vengó de la manera más cruel.

Montiela estaba embarazada. Cuando llegó el momento de parir le atendió Camacha, que entre otras cosas, tenía la virtud de transformar a las personas en animales. Y eso hizo con los dos niños que dio a luz Montiela: convertirlos en perros y deshacerse de ellos. Cuando le llegó la hora, La Camacha confesó su mala jugada a Montiela, pero agregó que sus hijos volverían a ser hombres «cuando vieren con presta diligencia/derribar los soberbios levantados,/y alzar a los humildes abatidos/por poderosa mano para hacello». Y dicho esto, se murió.

Montiela, a quien la pena carcomía por dentro, también murió. Y Cañizares asumió el reto de encontrar a los hijos perdidos y devolverles su identidad, aunque tuviesen forma de perro. Cuando oyó hablar del perro sabio y vio que el can respondía al llamarle Montiel, no tuvo dudas de que su búsqueda había finalizado.

Las brujas
Las brujas (fuente)

Cañizares contó a Berganza algo más de su vida y costumbres y, cuando terminó, se embadurnó en un mejunje que hacían las brujas a base de hierbas para disminuir la temperatura corporal. Pidió a Berganza que se quedase con ella hasta que despertase del trance, pues le traería noticias de lo que le quedaba por pasar hasta volver a ser hombre. Acto seguido se tumbó en el suelo y quedó como muerta.

Berganza en realidad pensó que estaba muerta, pues no encontró rastro de signos vitales en la vieja. Intentó reanimarla de varias formas y, desesperado (y asustado por la visión que tenía ante sí) terminó por arrastrarla al patio del hospital. El personal hospitalario, viendo al perro y a Cañizares en el patio, acudió a ver qué pasaba, y varios de ellos también la dieron por muerta. Otros le tomaron el pulso y vieron que seguía viva. Le clavaron alfileres para hacerla reaccionar, pero fue en balde. Al final, abrió los ojos por sí misma a las siete de la mañana.

Cuando Cañizares se vio en el patio, medio desnuda, rodeada de gente, llena de alfileres, mordida y magullada debido al traslado, enseguida tuvo claro lo que había pasado. Y arremetió contra Berganza, que respondió asiéndola con los dientes y arrastrándola por todo el patio. Los allí presentes no sabían qué pensar. Alguien gritó que el perro en realidad era un demonio, y un fulano se apresuró a echarle agua bendita. Otros intentaron reducir al animal dando voces que Berganza no entendía, y al fin llegaron tres o cuatro paisanos con unos palos, decididos a sacarle el demonio a garrotazos.

La golpiza fue lo único que obligó a Berganza a soltar a Cañizares. La dejó caer y huyó del lugar como alma que lleva el diablo. Corrió durante seis horas seguidas, y paró, ya exhausto, junto a un campamento de gitanos que encontró cerca de Granada.

Sin embargo, la conversación de Cañizares le dejó huella, al punto de creer que el hecho de poder hablar tenía algo que ver con las palabras de La Camacha. No sólo eso; también creía que Cipión, con quien se entendía tan bien, era en realidad su hermano. Cipión terció para decir que todo eso le parecía un disparate, y que él no tenía ganas de ser el hijo de la Montiela, a quien calificó de «tonta, maliciosa y bellaca». Dio a Berganza algunos ejemplos de por qué no debía creer a la vieja y le instó a seguir con su relato.

Moriscos, gitanos y comediantes

El gitano y el asno
El gitano y el asno (I. Medina Vera)

Honestamente, Cervantes podía haberse ahorrado las páginas dedicadas a gitanos y moriscos y las cuartillas que gastó en escribirlas, porque parecen metidas con calzador para resaltar la mala vida que llevaban y que sólo están el mundo para robar y engañar, a tenor de las palabras del autor.

En la hoja dedicada a los gitanos encontramos una remembranza a La Gitanilla cuando habla del Conde de los gitanos, al cual llaman Maldonado. Este no es su apellido, sino del que fue su señor. El Conde era un payo que se enamoró de una gitana, y para casarse con ella no dudó en hacerse gitano y adoptar las costumbres y el modo de vida de los gitanos (como se ve, es el argumento de La Gitanilla).

La otra anécdota reseñable de la hoja es la dedicada a la estafa del asno. Un gitano tenía un asno rabón al que puso una cola postiza. Se lo vendió a un labrador y le dijo que, si le interesaba, tenía otro, hermano del que había comprado, que podía venderle. Al labrador le interesó. Lo que hizo el gitano fue robar el asno, quitarle la cola postiza y buscar al labrador, quien, pese a que se olió el engaño, acabó comprándolo.

El poeta
El poeta (fuente)

Respecto a los moriscos, eran dos, uno poeta y el otro comediante. El poeta estaba escribiendo una comedia que pretendía representar en breve, pero cuyo ensayo (que corrió a cargo de una compañía de comediantes) fue un fiasco. En total, Berganza pasó 20 días con los gitanos y un par de semanas con los moriscos. Cuando el poeta abandonó la sala en la que se había leído su obra, el perro no le siguió. Se quedó con los actores, convirtiéndose en un comediante más.

Fue con una compañía de comedias como llegó Berganza a Valladolid. En Pucela tuvo que dejar los escenarios, pues mientras representaba un entremés le hirieron de gravedad. Sus fuerzas mermaron y quiso dejar la compañía.

Uno de esos días divisó a Mahudes y a Cipión. Mahudes era un cristiano que pedía limosna y Cipión lo acompañaba con su linterna. Berganza sintió envidia del otro perro y buscó a Mahudes, quien lo adoptó y lo llevó al Hospital de la Resurrección. Desde entonces, Berganza acompañó a Cipión y Mahudes.

El alquimista, el poeta, el matemático y el arbitrista

Eran cuatro enfermos que estaban ingresados en el Hospital de la Resurrección, cada uno en una esquina de la sala, quejándose cada cual de sus desdichas.

Empezó el poeta, que se quejaba de que no podía publicar su obra -que llevaba escrita 20 años- ya que no hallaba un príncipe a quien dirigirla para que la apoyase. Siguió el alquimista, cuya queja era que le faltaban medios o un príncipe que lo apoyara en su afán de descubrir la piedra filosofal. El matemático, que les estaba escuchando, se sumó a los lamentos. El suyo era no haber encontrado el punto fijo ni la cuadratura del círculo.

Intervino el arbitrista[11], que había guardado silencio hasta entonces, y a quien las quejas de sus compañeros de sala le parecían estúpidas al lado de la suya. Él esperaba que el rey le autorizase a poner en marcha un arbitrio algo peculiar. Pretendía que todos los habitantes del reino entre 14 y 60 años ayunasen una vez al mes, donando al rey el dinero que hubiesen gastado en la comida de ese día. Con eso aseguraba la salvación de las arcas reales.

Los demás se echaron a reír tras escuchar tal disparate, incluso el mismo arbitrista tuvo que hacerlo. Y Berganza escuchaba, maravillado del buen humor que tenían quienes, en el fondo, pasaban en el hospital los últimos días de sus vidas.

Cipión y Berganza
Cipión y Berganza (fuente)

En este punto exhortó Cipión a Berganza que espabilase si tenía algo más que decir, pues empezaba a clarear el día. Berganza contó la vez que fue a visitar al Corregidor de la ciudad y quiso darle algunos consejos para evitar la perdición de las mujeres vagabundas, responsables de la proliferación de enfermedades venéreas. Mas no se dio cuenta de que no sabía hablar, sino ladrar. El Corregidor, enfadado por la actitud del perro, mandó echarle a palos, cosa que los criados cumplieron a rajatabla.

Berganza se quejaba del mal trato que le habían dado pese a su noble intención. Y Cipión consideró que su amigo se había metido donde no le llamaban, y eso le enseñaría a guardar su opinión hasta que se la pidieran.

Berganza y la perra
Berganza y la perra (fuente)

Por último, refirió Berganza el día que entró en casa de una señora principal que tenía una perra minúscula, de las que te taladran los tímpanos ladrando. El bicho, cuando lo vio entrar, se tiró contra él ladrando a todo pasto y hasta le mordió una pierna. Berganza templó ánimos y no respondió, pero no pudo evitar pensar en lo que habría hecho de estar en la calle. Consideró que la perrilla era valiente en tanto que se sentía protegida, pero no lo habría sido en circunstancias adversas.

Aquí hubo de darle la razón Cipión: «Una muestra y señal desa verdad que dices nos dan algunos hombrecillos que a la sombra de sus amos se atreven a ser insolentes; y si acaso la muerte o otro accidente de fortuna derriba el árbol donde se arriman, luego se descubre y manifiesta su poco valor». Y con esto pusieron fin a su charla, pues ya la luz entraba por las ventanas.

Terminaba de leer el licenciado Peralta cuando Campuzano despertó de su siesta. Peralta alabó el texto, pues le había gustado la ocurrencia de poner a dos perros hablando de lo divino y de lo humano. Sin entrar a discutir con su amigo sobre si el coloquio de los perros era real o inventado, le animó a escribir la segunda parte y marcharon a dar un paseo.

Personajes de El coloquio de los perros

– Berganza. Es un alano español nacido en Sevilla. Toda su vida ha sido una especie de vagabundo, siempre buscando a un amo a quien servir que le trate con un mínimo de respeto. Sin embargo, hasta encontrar a Mahudes en Valladolid no tuvo suerte. Eso sí, la mayoría de sus amos le descubren el mundo real y le dejan alguna lección. Sabemos sobre su vida porque Cipión le cede el privilegio de hablar la primera noche. Durante su existencia tiene otros dos nombres más: Gavilán y Barcino.

– Cipión. El otro perro de Mahudes. Lo único que sabemos de él es que, como Berganza, debió tener varios amos, pues interroga a su amigo acerca de sus tácticas para encontrarlos. Durante el soliloquio de Berganza asume el papel de centrar la conversación, pues con frecuencia su amigo se va por las ramas, bien por recuerdos, bien por el afán de criticar. También le reconviene cuando lo cree preciso.

– Nicolás ‘El Romo’. Es el primer dueño de Berganza. Un matarife perteneciente a los bajos fondos de Sevilla, como la mayoría de las gentes que rondan el Matadero.

– Los pastores. Ignoramos sus nombres. Como ‘El Romo’, también hacen negocio robando a su empleador, en este caso matando a los carneros y haciéndole creer que el lobo ha atacado al rebaño. La mejor parte del animal se la quedan, presumiblemente para llevarla después al Matadero.

– El mercader. En realidad tiene un papel casi inexistente. Es un hombre rico que acoge a Berganza cuando se va del campo y le da plena libertad en su casa. Sin embargo, el perro prefiere la algarabía y las dádivas que obtiene con los estudiantes. Cuando Berganza tiene que quedarse en casa por imposición de los maestros, no sabemos si por distracción o a modo de castigo, le encadena permanentemente a la puerta.

– La criada negra. Una criada de la casa que mantiene una relación con el otro criado negro. Como no pueden verse abiertamente lo hacen en secreto, para lo cual deben mantener callado al perro. Este personaje saca a relucir el clasismo de Berganza (se refiere a ella como «perra») y un cierto ramalazo racista e inquisitorial. Al final el perro le acaba declarando la guerra, que gana ella, pues consigue que Berganza abandone la casa.

– El alguacil. A este personaje le vimos aparecer fugazmente en Rinconete y Cortadillo. De hecho, está conchabado con la banda de Monipodio, a quien hace favores y de quien también recibe favores. Un ser corrupto que se aprovecha de su posición para escalar socialmente, igual que hace su amigo y acompañante escribano.

– El atambor. Otro rufián (realmente, lo único que encuentra Berganza allá por donde va son delincuentes y aprovechados). Forma parte de una compañía de soldados que pretende embarcar en Cartagena, pero cuando Berganza (para él, Gavilán) reaparece en su vida, no duda en usar al perro para enriquecerse a su costa.

Cañizares. En opinión de Cipión, una mujer que, o bien está como una cabra, o es una embaucadora. Y realmente habría que mirarlo así. Aunque es cierto que en el pasado existieron las brujas, no lo hicieron en el sentido que se expresa en la novela, sino que venían a ser una especie de curanderas que conocían muy bien su entorno. Cañizares es una mujer de avanzada edad que probablemente hiciese alguna de esas prácticas en su juventud, pero que claramente ha perdido el norte.

– El alférez Campuzano. Lo conocimos en El casamiento engañoso. Presuntamente escucha el coloquio de los perros Cipión y Berganza en el hospital y decide transcribir parte de él. Lo que seguramente pasó fue que, tras un mes de recibir tratamiento contra la sífilis, tuviera una alucinación o simplemente soñase que los perros hablaban.

– El licenciado Peralta. También lo conocimos en la referida novela. Amigo de Campuzano, no cree que los perros hablen, pero le parece tan buena la historia de su amigo que le anima a escribir la segunda parte.

El resto de personajes que aparecen son casi anecdóticos (como los cuatro enfermos) o tienen un papel irrelevante, o su aparición obedece a una especie de justificación para verter prejuicios (gitanos, moriscos).

(f) Fuente de las imágenes: Obras de Cervantes. (s. f.). Bne.es. Recuperado 19 de agosto de 2023, de http://bdh.bne.es/bnesearch/detalle/bdh0000196588

Referencias

^ (1) Las linternas eran una especie de farolillos que se mantenían encendidas con aceite.

^ (2) Refiere a la novela de Rinconete y Cortadillo. Cortadillo porta una navaja de cachas amarillas, por lo que deducimos el final que el autor prometió contar más adelante, y es que acabó convertido en sicario. Recordemos que Rinconete y Cortadillo entraron a formar parte de la delincuencia organizada sevillana comandada por Monipodio, a quien también veremos en este relato.

^ (3) Chanclo de corcho, forrado de cordobán, muy usado en algún tiempo por las mujeres (RAE).

^ (4) Carpeta.

^ (5) El autor no escribe «colegas», sino «corchetes». Eran una especie de policías encargados de detener a los maleantes. Por tanto, la palabra «colega» en este contexto se refiere a un colega de profesión, a un compañero, no a un amigo o conocido.

^ (6) Notario.

^ (7) Estar amancebado o amancebarse es tener una relación sentimental con otra persona sin haber contraído matrimonio.

^ (8) El jefe de la delincuencia sevillana, como vimos en Rinconete y Cortadillo.

^ (9) Ayudante del teniente.

^ (10) El que toca el tambor en una compañía.

^ (11) Persona que inventa planes o proyectos para aliviar la Hacienda pública o remediar males políticos (RAE).

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