El casamiento engañoso (Miguel de Cervantes)

XI Episodio de las 'Novelas Ejemplares'.

El casamiento engañoso es la undécima historia de las Novelas Ejemplares de Miguel de Cervantes. Es el relato más corto de todos porque, en realidad, se trata del prólogo a El coloquio de los perros, el diálogo que cierra el libro. En pocas páginas, Cervantes ejemplifica magistralmente aquel refrán de ir por lana y salir trasquilado.

El resumen corto del casamiento engañoso sería que Campuzano, pensando que hacía el negocio de su vida, dio con la horma de su zapato. Vamos, que el estafado fue él. Pero como su intención había sido la misma, no podía quejarse. Eso sí, quedó con el orgullo herido y se llevó algunos bichillos de regalo, porque puestos a escarmentar, que la cosa se recuerde. Una comedia de género picaresco que provee un rato ameno de lectura.

Resumen detallado de El casamiento engañoso

Peralta y Campuzano
Peralta y Campuzano – Fuente

Frente al Hospital de la Resurrección[1] de Valladolid se encontraron dos antiguos compañeros de armas: El alférez Campuzano y el licenciado Peralta. Campuzano salía del hospital, donde había pasado más de un mes tratándose una sífilis, y Peralta, contento de ver a su camarada, le invitó a comer. Fueron a rezar a San Llorente[2] y después, entre viandas y tragos, Peralta pidió a Campuzano que le contase los últimos avatares de su vida.

Resultó que, un semestre atrás, Campuzano conoció a una mujer. Estefanía de Caicedo, se llamaba. O doña Estefanía, como la llamaba él. La encontró en la Posada de la Solana, donde había ido a comer con el capitán Pedro de Herrera, que a la sazón se encontraba en Flandes. Estefanía estaba con una amiga que requirió la atención del capitán. Tenía un pariente en Flandes y quería mandarle unas cartas por medio suyo. Y mientras los otros hablaban, Campuzano se acercó a doña Estefanía curioso por ver su rostro, que cubría con un velo. Mas lo único que vio fue su mano llena de anillos, lo que acrecentó su interés en ella, pues pensó que los anillos eran de calidad.

Estefanía y Campuzano
Estefanía y Campuzano (Medina Vera)

Al cabo de un rato volvió la amiga de doña Estefanía y las mujeres se fueron. Pero antes de eso, doña Estefanía -con cierta picardía- había dicho a Campuzano que mandase a un paje seguirla hasta su casa, cosa que hizo en cuanto las damas salieron por la puerta. Y así fue como, otro día, conducido por el paje, Campuzano llegó a los dominios de tan misteriosa mujer, a quien reconoció por las manos, pues no llegó a ver su cara en la posada.

Tendría doña Estefanía unos 30 años. La mujer no sobresalía por su belleza, pero «tenía un tono de habla tan suave que se entraba por los oídos en el alma», dijo Campuzano a Peralta. No vivía en una casa lujosa, mas el menaje del hogar dejaba ver que no se trataba de una persona falta de dinero.

Campuzano la visitó cuatro días seguidos en los que hablaron de lo divino y de lo humano, pero el interés del alférez era meramente sexual. Estuvo picando piedra sin resultado, hasta que ella -consciente de ese interés- puso las cartas sobre la mesa.

El casamiento engañoso

Doña Estefanía se describió a sí misma como una mujer pecadora, pero discreta. También dijo ser hacendosa (todo el textil del hogar lo había cosido ella) y espabilada, porque sabía sacarse las castañas del fuego sin necesidad de parientes que le ayudaran. Vivía con sus criadas en una casa bastante apañada cuyo menaje valoró en 2.500 escudos. Y dijo al alférez estar buscando marido «que me ampare, me mande y me honre, y no galán que me sirva y me vitupere». Vaya, que le dejó bien clarito que ella lo que buscaba era un marido, pues de lo demás andaba bien servida.

Campuzano, tras oír la valoración del menaje, era incapaz de pensar con claridad, pues allá donde mirase no veía ajuar, sino dinero, y ya se estaba haciendo las cuentas de la lechera. Y para no ser menos que ella, echó el resto. Le habló de la cadena que llevaba al cuello y otras joyas que guardaba, además de sus trajes de gala de soldado. Cifró el valor de estas alhajas en 2.000 escudos, que, junto a los 2.500 escudos de ella, era dinero más que suficiente para asegurarse una vida tranquila en su pueblo, cultivando unas tierras que allí tenía.

Los dos lo tuvieron claro: habría boda. Tras celebrar la decisión como correspondía, se casaron cuatro días más tarde en presencia de dos amigos del alférez y un tipo que dijo ser primo de doña Estefanía. A Campuzano el primo no le gustó un pelo, pero aun así le presentó sus respetos como nuevo familiar que era.

Tras la boda, el criado de Campuzano llevó a la casa marital el baúl con las pertenencias del recién casado. El alférez enseñó a doña Estefanía su colección de joyas y galas. Dio a su esposa 400 reales para los gastos de la casa y cerró el baúl, guardando con las joyas la cadena que llevaba al cuello. Y como recién casados que eran, se dedicaron a estrenar el matrimonio.

Los siguientes días fueron de gran felicidad para Campuzano. Su vida se limitaba a hacer uso del matrimonio, comer y dormir. Su esposa apenas se apartaba de su lado, y cuando lo hacía era para asegurarse de que el servicio tenía a su marido bien atendido. Las ropas del alférez estaban impecables y siempre se cocía algún guiso de su agrado. Tan bien trató doña Estefanía a Campuzano que este, sin darse cuenta, empezó a enamorarse de ella, cosa que nunca estuvo en sus planes. Pero todo lo bueno se acaba…

El casamiento engañoso
El casamiento engañoso – Fuente: BDH

Una mañana estaban el alférez y su esposa en la cama cuando llamaron con contundencia a la puerta de la calle. Se trataba de doña Clementa Bueso, que llegaba con don Lope Meléndez de Almendárez, dos criados y Hortigosa, su dueña[3]. La criada de la casa corrió a abrirlos y doña Estefanía se apresuró a salir de la habitación, no sin antes advertir a Campuzano que hiciese oídos sordos a lo que pudiera escuchar, que luego le explicaría.

El desengaño

Entraron doña Clementa y don Lope (muy bien vestidos, por cierto) seguidos de la dueña, que fue quien avistó al alférez recién levantado. Y claro, puso el grito en el cielo, a ver qué hacía ese señor en la habitación de su señora. Campuzano se vistió, doña Clementa se disgustó y doña Estefanía farfulló una excusa y llevó a su marido a otro cuarto.

Le explicó que lo que veía era un juego. Doña Clementa era una amiga suya que quería matrimoniar con don Lope, y para que la mujer pudiera aparentar tener cuartos, ella le prestaría unos días la casa. Campuzano no lo vio claro ni estuvo conforme, pero su esposa no le dio tiempo a protestar. Acabaron de vestirse, el criado cogió el baúl, y ambos siguieron a doña Estefanía hasta la casa de otra amiga, donde descargaron los bártulos y se acomodaron en uno de los cuartos.

Los siguientes días fueron un tormento, pues el alférez y su esposa discutían a todas horas a cuenta de la casa prestada. Un día que doña Estefanía se ausentó, la huéspeda[4] preguntó a Campuzano el motivo de tanta pelea. Y cuando él se lo dijo, ella se echó las manos a la cabeza. La huéspeda -que dijo ser amiga de doña Estefanía- procedió a contarle la historia: La casa en realidad era de doña Clementa, pues Estefanía no tenía donde caerse muerta, ni más posesión que la ropa que llevaba puesta. Doña Clementa se ausentó unos días con su marido y prestó la casa a doña Estefanía para que se la cuidara.

Estefanía y Campuzano
Estefanía y Campuzano – Fuente

Tras escuchar esto, Campuzano, rojo de ira, salió a buscar a su esposa. Mas no la encontró, y cuando regresó a casa de la huéspeda, esta le dijo que doña Estefanía había vuelto, pero que, enterada de que su marido conocía el engaño, vació el baúl y se volvió a marchar. Y en efecto, cuando el alférez abrió su baúl, comprobó que no tenía ni una muda para cambiarse.

En este punto terció el licenciado Peralta (que había estado escuchado atentamente el relato) para lamentarse por el robo de las joyas de su amigo, pues él había visto la cadena que solía llevar puesta y era de gran valor. Mas el alférez lo desmintió. Sus alhajas eran tan falsas como las propiedades de doña Estefanía. Eran falsificaciones muy bien hechas, eso sí, pero por las que nadie daría más de diez o doce escudos. El matrimonio se cimentó en lo que cada uno calculó que podía sacarle al otro, y al final resultó que ninguno de los dos tenía nada.

La avaricia rompe el saco, y como Campuzano engañó, no podía quejarse de haber sido engañado. Doña Estefanía escapó con el supuesto primo, y el alférez quedó con una sífilis que le tuvo entretenido más de un mes. Pero lo que realmente lamentaba era no poder olvidar a su esposa.

Personajes de El casamiento engañoso

El alférez Campuzano. En tanto que militar, se supone que es hidalgo (el último escalón de la nobleza). Por Peralta sabemos que luchó en Flandes, aunque ahora parece ser un cazafortunas. Él no tiene interés ni en casarse ni en otra cosa que no sea un revolcón, pero cuando doña Estefanía le habla de sus posesiones, ve la oportunidad de hacer negocio. Y como no tiene nada, se inventa las joyas de gran valor -en realidad son marroquinería- y unos terrenos en su pueblo, ya que si quiere administrar los bienes de la mujer, él debe parecer un buen partido.

Su intención real es vender el ajuar de su esposa y desaparecer del mapa, pero con los días la cosa cambia y no puede evitar enamorarse de doña Estefanía («por verme tan regalado y tan bien servido, iba mudando en buena la mala intención con que aquel negocio había comenzado»), que en realidad es lo que le pesa. «Sin que la busque, la hallo siempre en mi imaginación», dice a Peralta. Luego explica que renunció a buscarla porque supo que se había ido con el supuesto primo y no quiso «hallar el mal que me faltaba». Lo cierto es que esto último no se lo puede reprochar, pues ya ella le advirtió que era pecadora, pero discreta.

Al final, Campuzano se convierte en el cazador cazado. Lo único que saca del matrimonio es la sífilis que su esposa le deja de recuerdo, sin duda debida a la agitada vida sexual de que disfruta.

– El licenciado Peralta. Antiguo compañero de armas de Campuzano. No sabemos nada de él, ya que su función en el relato es tirar de la lengua al alférez para que nos cuente su vida. Pese a ser amigos, se muestra imparcial, pues recuerda a Campuzano «que el que tiene costumbre y gusto de engañar, no se debe quejar cuando es engañado».

– Doña Estefanía de Caicedo. Como el alférez, es una buscavidas. Aprovecha la buena voluntad de una amiga para hacerse pasar por dueña de su casa. Y a su vez, utiliza la casa para embaucar a un hombre que sabe que no es rico, pero cree que tiene algún dinero. Diríamos que hasta sabe filtrar a los candidatos, pues lo primero que deja claro a Campuzano es que ella es pecadora, «pero no de manera que los vecinos me murmuren ni los apartados me noten». En una época en que la honra de la mujer la determinaba su virginidad, pocos habrían consentido casarse con una que admitiese abiertamente tener una vida sexual liberal.

A doña Estefanía la acompaña siempre un fulano que presenta a Campuzano como su primo y que él averigua que es «su amigo a todo ruedo», con quien escapa tras ser descubierta por su marido. Puede ser un compinche o un protector -lo que hoy día llamaríamos chulo-, porque, dada la prolífica vida sexual de la mujer, no podemos descartar que, además de dedicarse a la picaresca, ejerza la prostitución (ya vimos en Rinconete y Cortadillo que las bandas de delincuentes tocaban todos los palos). Una vez es descubierta, toma todo lo que puede y desaparece en busca de su próxima víctima.

– La huéspeda. Dice ser amiga de doña Estefanía, pero más parece la portera de toda la vida. Tras escuchar al matrimonio discutir diariamente, pregunta a Campuzano la causa de los enfados, cuando lo lógico sería preguntar a su amiga. Aprovecha la ausencia de esta para indagar en los problemas de la pareja, y, una vez enterada de todo, no duda en contar la realidad al alférez, aun imaginando cuál va a ser su reacción. Cuando su amiga vuelve repite la jugada -o eso dice-, provocando de facto la separación del matrimonio.

Sin embargo, el cotilleo también podría tratarse de una estratagema de doña Estefanía, quien, sabiendo que el engaño no da para mucho más, decida que es el momento de poner pies en polvorosa. Sale de casa de la huéspeda con el pretexto de hablar con doña Clementa, y mientras está fuera (o simula estar fuera) su amiga provoca la estampida de Campuzano, dando tiempo suficiente para que Estefanía vacíe el baúl, recoja sus cosas y se marche.

– Doña Clementa, don Lope y Hortigosa. Doña Clementa y don Lope es el matrimonio propietario de la casa que doña Estefanía hace pasar por suya. Doña Clementa y doña Estefanía son amigas. Es posible que, sabedora de que su amiga y su marido van a pasar unos días fuera, Estefanía se ofrezca como cuidadora de la casa en su ausencia, a lo que doña Clementa accedería sin imaginar el uso que realmente quiere darle. Hortigosa es la dueña de la casa y quien descubre la presencia de Campuzano.

(f) Fuente de las imágenes: Obras de Cervantes. (s. f.). Bne.es. http://bdh.bne.es/bnesearch/detalle/bdh0000196588

Referencias

^ (1) Antiguo Hospital General de la Resurrección, ubicado a pocos pasos de la casa donde vivió Cervantes en Valladolid a principios del siglo XVII. Se fundó con la intención de concentrar fuera de la ciudad a quienes tenían enfermedades contagiosas. Fue demolido a finales del siglo XIX.

^ (2) Se refiere a la iglesia de San Lorenzo.

^ (3) La dueña es el equivalente al ama de llaves o jefa del servicio. Era la persona encargada de organizar y controlar al personal de servicio de una casa.

^ (4) La huéspeda es la propietaria de un mesón o posada, o la que acoge a alguien en su casa, aunque el uso de esta palabra para este significado concreto está ya en desuso (normalmente decimos ‘huésped’ para referirnos al invitado, no a quien acoge).

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